El gran timo de la ideología de género: la soledad
Un efecto de la ideología de género, del que apenas se habla, es la enorme soledad existencial de las personas que intentan ser felices cambiando su género y del estado lamentable en el que quedan.
La identidad de género se ha convertido en una llama que se propaga por un medio favorable. Esto es debido a que se ha convertido en una antropología del sexo que han adoptado algunas universidades de prestigio en Estados Unidos, con la connivencia de potentes patrocinadores interesados en cambiar el modelo de sociedad.
Para contrarrestar dicha antropología no sirve cualquier planteamiento que aborde una o varias facetas del problema, sino que es necesario abordarlo desde otra antropología que dé una respuesta global y clara al mismo grupo de personas que van dirigidos actualmente esos mensajes.
Es muy fácil dar un mensaje de cómo ser feliz destruyendo a la persona y muy lenta la formación que lleva a un conocimiento profundo de nosotros mismos, sobre todo cuando se ha instalado como medio de conocimiento el impacto en vez de la reflexión, con la razón como perdedora.
Que el hombre es un ser muy complejo es una realidad de la que todos tenemos experiencia propia, especialmente cuando reflexionamos. Los humanos somos muy complejos precisamente por ser personas corpóreas.
Todos los animales pertenecen al universo, nacen, crecen y dejan de vivir sin abandonarlo. La vida en el universo es un continuo intercambio de energía actuando en su causa formal, y cuando deja de actuar, el viviente muere. El universo está en continuo cambio y, como habitantes del mismo, nosotros, los humanos, también intercambiamos células y átomos continuamente, por lo cual nunca somos los mismos en la naturaleza. Es el tiempo el que marca los ritmos al ser humano mientras permanece en el universo y nunca al revés.
Sin embargo, el humano no es un animal máximamente evolucionado, sino que se distingue radicalmente de todos los animales en que no pertenece al universo.
¿Qué es entonces el hombre? En palabras del filósofo Leonardo Polo, el hombre es el habitante del universo que sabe que existe. Este saber que existe es lo que le hace ser superior a todo el universo y a la vez no pertenecer al mismo, aunque viva en él. El hombre conoce al universo, pero el universo no conoce nada.
La antropología trascendental de Polo, por tratar al hombre como ser trascendente, es válida para conocer este tema. En ella, nos dice que el hombre es un acto de ser libre junto con una naturaleza que consta de la esencia inmaterial (el Yo como autopercepción de sí mismo con inteligencia y voluntad) y de la corporeidad.
En otras palabras y en términos aristotélicos, el hombre es un acto de ser o actividad y una naturaleza que es potencia pasiva. Pero este acto de ser de la persona, aun siendo libre, no lo tiene como propio al no haberse dado a sí misma la existencia. Es un ser-con o un ser co-exitente.
Un ser que necesita ser aceptado por otro semejante. Podríamos definirlo también como el habitante del universo que necesita ser aceptado por su “réplica”, por lo que mientras está en la tierra, está en continua búsqueda del “otro” que le acepte.
La persona recibe de sus padres la naturaleza humana y del Creador recibe directamente, en el instante de la concepción, el acto de ser co-existente.
Concretando en una sola palabra, podríamos decir que la persona humana es radicalmente hijo. Hijo de sus padres que le dan la naturaleza e hijo de su Padre que le da la existencia. Por lo que debe ser aceptado como tal y él debe aceptase como hijo.
La persona humana, ese acto de ser-con, es persona independientemente de que su naturaleza sea más o menos perfecta. Así, que sea más o menos inteligente, que tenga más o menos títulos, que sea aceptado o no en las redes sociales, que tenga alguna diferencia con los demás en algún miembro corporal, no le añade nada ni le disminuye absolutamente nada. Es la persona, el acto de ser, el que añade a la potencia y nunca al revés.
Entonces, si no es por el tener, ¿cómo crece la persona? La persona crece cuando ejerce su libertad personal, su conocimiento y su amor a la “réplica”. Y aquí surge el problema y la solución.
La sexualidad pertenece a la naturaleza humana que se manifiesta como varón y mujer, siendo esta sexualidad superior a la de los animales, por ser esta la sexualidad de un acto de ser libre y no la de un animal que sigue necesariamente sus instintos. También el “yo” y la sensibilidad pertenecen a la naturaleza humana, por lo que tampoco pueden ser el fundamento del acto humano. Es, más bien al contrario: la persona, que es lo más íntimo de nosotros mismos, es el fundamento de todo el ser humano. También de su cuerpo y de su sexualidad.
El postmodernismo parte de que todo lo anterior es falso y debe ser inventado o creado de nuevo con el nuevo criterio que el asimismo autoproclamado artista o filósofo, científico, experto, etc., proponga. Es la modernidad líquida que se opone a todo lo anterior por ser sólido. Así, un inodoro puesto por un, así auto-llamado, artista, es una obra de arte. Y el que no lo acepte como tal arte, debe ser descartado, porque la ocurrencia, por ser libre, debe ser respetada. Parten de un concepto de libertad que es de la voluntad, que precisamente no es libre, sino necesitante o, como dicen los clásicos, libre albedrío.
¿Qué propone la ideología de género? En pocas palabras, convierte a la sexualidad en el motor de la persona. Podría haber escogido a la inteligencia o la voluntad como acto de la persona, que ya es un grave error confundir la potencia pasiva con un acto de ser, pero partir de que la sexualidad determina a las personas no sólo es un error grave, sino un error perverso y si se me permite la expresión es diabólico: la gran Mentira.
La persona puede tener una naturaleza distinta del común de los mortales y vivir con esa diferencia una vida plena y feliz para él mismo y para los que le rodean. Los ejemplos son evidentes.
Sin embargo, no aceptarse con la naturaleza que nos han dado nuestros padres, incluso con mutaciones no controladas, es no aceptarse como hijo o no ser aceptado como hijo.
El gran timo de la ideología de género es proponer un cambio en la naturaleza para arreglar un problema personal, que lleva siempre acarreada una despersonalización, con la consiguiente soledad ontológica y dolor que no se puede quitar con fármacos. Es romperle el corazón a una criatura.
En definitiva, lo que realmente somos es libertad, conocimiento y amor personales. Nuestra esencia es la manera de estar en el universo, pero no somos cuerpos. Tenemos cuerpo, pero somos personas creadas por el Creador, que hace muy bien las cosas. Podemos no entender lo que nos pasa o por qué pasan ciertas cosas a nuestro alrededor, pero eso no significa que el Creador nos descarte, al contrario, eso que no entendemos quizás sea la clave que nos despierte como personas, en vez de ser nuestra voluntad la que cambie nuestra naturaleza. Y esa es la verdadera libertad personal. No la de decidir nosotros con nuestra sola voluntad lo que queremos ser en nuestra cambiante naturaleza, sino la de crecer en el ser para encontrar nuestra “Réplica”.
Enseñar a los niños y jóvenes que son personas corpóreas debe ser el primer y principal interés de los padres y educadores. Mostrarles la grandeza de su acto de ser-con y de su cuerpo sexuado, es dotarles de la mejor herramienta para la vida, que es la verdad. Entonces serán verdaderas personas, sin límites en la libertad personal, en el conocimiento y amor personales.
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