Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Necesidad de dar la batalla de las ideas

Violinistas en una orquesta.
En el ámbito humano, la norma no coarta la libertad, sino que la encauza; y la independencia no es incompatible con la solidaridad. El sonido armónico de una orquesta es un claro ejemplo. Foto: Samuel Sianipar / Unsplash.

por Alfonso López Quintás

Opinión

¿Por qué hablamos de una “batalla”?

Es éste un término belicoso, pero no se trata de una lucha contra personas o grupos, sino en favor de la verdad, de la claridad, la definición justa, la decisión para ordenar rectamente la vida. Sin afán de predominio, hemos de esforzarnos en clarificar la verdad, que es la que defiende a los menos poderosos. Por eso, aun sin pretenderlo, la clarificación de las ideas puede adquirir un matiz de enfrentamiento.

Si es necesario, no debemos rehuirlo, pero procurando darle un carácter positivo de búsqueda de la verdad, que, bien vista, es la riqueza que va adquiriendo la realidad cuando vivimos abiertos, creativamente, a los grandes valores. Ésta es la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32). Por esta decisiva razón, cuando subimos al nivel 2 –el de las personas y las obras culturales que ellas generan–, la libertad de maniobra se convierte en libertad creativa.

¿Qué tipo de ideas debemos clarificar?

Todas, pero sobre todo las ideas clave, las que deciden la marcha de la vida humana. Cuando vivimos nuestro proceso de crecimiento personal, descubrimos conceptos que nos abren el camino de la creatividad: por ejemplo, ámbito o realidad abierta –donante de posibilidades creativas–, experiencia reversible, encuentro, ideal, valores (la unidad y el amor, el bien y la bondad, la concordia y la justicia, el orden y la belleza), la opción por estos valores y el estado de plenitud o verdad... Viendo en conjunto ese proceso de crecimiento, descubrimos los cuatro niveles positivos de realidad y de conducta, y la lógica propia de cada uno de ellos...

Sin un conocimiento preciso de estos conceptos, y otros vinculados con ellos, todo estará oscuro para nosotros, y podremos ser fácilmente zarandeados por los manipuladores. Es nuestra libertad creativa la que está en juego. Ningún sistema político puede garantizarnos esta libertad.

La principal garantía es la clarificación de conceptos, pero no de cualquier concepto, sino ante todo de los conceptos básicos, o conceptos clave. Tengamos en cuenta que el manipulador domina sobre todo a las gentes poco formadas. Puede destruir su capacidad creativa, por tanto, su libertad creativa, su fuente de alegría y autoestima. Le basta con manejar los conceptos de modo impreciso, sin hacer las matizaciones necesarias.

Pensemos en el razonamiento siguiente, expuesto en forma de silogismo. Es inocente en apariencia, pero, si no clarificamos los conceptos que moviliza, es capaz de destruir la libertad creativa de los adolescentes y los jóvenes. ¿Quién puede defenderlos de tal ataque? Ante todo, y sobre todo, la claridad de ideas.

He aquí el razonamiento sibilino:

1. La libertad de maniobra implica poder hacer lo que uno quiere.

2. Obedecer normas es lo contrario de ser libre.

3. Como las normas impiden la libertad, yo escojo ser libre y rechazo la obediencia a todo tipo de normas.

Este argumento, implícito en tantas conductas, destruye la creatividad de la vida humana, nos impide llevar una vida elevada y valiosa, pues, para crear algo, hay que seguir el cauce que nos abren las normas que lo rigen. Los valores desempeñan en nuestra vida un papel normativo. Nuestra aversión a las normas nos impide acceder activamente a los valores, en cuya cima se alza el "amor oblativo", decisivo en el acceso al nivel de lo divino (1 Jn 4, 7-8; 16-17).

Para neutralizar estas consecuencias, sólo necesitamos clarificar el sentido verdadero de los términos decisivos. Respecto a lo afirmado en el punto 2, hemos de indicar que no siempre el obedecer a normas se opone a ser libre. En el nivel 2 ‒el de la creatividad‒, las normas no se reducen a prohibiciones que anulan el ejercicio de nuestra libertad; son, por el contrario, cauces de nuestra creatividad. Esto sucede, por ejemplo, con las normas o prescripciones que da una partitura al intérprete de una obra musical. Su propósito es encauzar debidamente la actividad del intérprete, con el fin de que consiga una interpretación fiel a la riqueza interna de la obra. En este caso, la libertad y las normas no se oponen y destruyen; al contrario, se integran y complementan. Con ello, la libertad de maniobra –libertad de hacer lo que uno quiere– se convierte en libertad creativa, la capacidad de dar vida a algo valioso.

La sutil distinción de ideas o conceptos aparentemente iguales

Para tener claridad de ideas y, por tanto, lucidez intelectual, no basta conocer el sentido de cada idea, sino captar con mirada profunda la diferencia entre términos afines que pueden parecer sinónimos. Pensemos en atraer y fascinar, pasión y amor, euforia y entusiasmo... No indican lo mismo. La euforia, por ejemplo, parece identificarse con el entusiasmo, pues supone una subida del tono vital, pero puede llevarnos al vértigo. El entusiasmo también supone una elevación del ánimo, pero nos lleva al éxtasis, que se opone frontalmente al vértigo. Éste nos destruye; el éxtasis nos eleva a lo más alto. Calibremos la confusión que se produce al confundir ambos términos: entusiasmo y euforia.

Para dar la "batalla de las ideas" con garantía de éxito, hemos de adquirir una "mirada profunda" que nos permita hacer las necesarias distinciones. (Sobre la mirada profunda puede verse una amplia descripción en mi obra El arte de leer creativamente, págs. 19-61.)

A menudo se da por hecho que la libertad y las normas se oponen, y lo mismo la libertad y la obediencia, la independencia y la solidaridad. Creer esto bloquea el desarrollo de los jóvenes porque les impide ser creativos. Imaginémonos la inmensa pérdida que esto significa.

Pues bien, esa catástrofe espiritual se evita y se convierte en una venturosa ganancia con sólo hacer la siguiente aclaración.

La libertad y las normas se oponen, ciertamente, pero sólo en el nivel 1, el del manejo de cosas, objetos y artefactos. Si no eres mesurado en el manejo del coche, tropiezas con el muro de la ley. Tu libertad de maniobra y las normas de tráfico se oponen en el nivel 1, el del manejo de objetos y artefactos.

Pero, en el nivel 2 ‒el de la persona humana, la cultura y la creatividad‒, no se oponen, sino más bien lo contrario: se complementan. Para tocar una pieza en el piano, debo obedecer a la partitura, seguir sus normas. Pero, justamente al hacerlo, mi libertad de maniobra ‒la capacidad de hacer lo que quiera‒ se convierte en libertad creativa, libertad para dar vida a una obra musical, e incrementar el bien de todos.

Advirtamos la diferencia: en el nivel 2 podemos y debemos dotar a nuestra libertad de una condición superior. Es maravillosa, por ejemplo, la libertad con que la pianista Maria João Pires toca las sonatas de Mozart; no hay dificultad que se le resista, las solventa como parte del maravilloso juego del tocar. Pues esa admirable libertad la adquirió cuando renunció a movilizar la libertad de maniobra y la convirtió en libertad creativa.

Maria João Pires (n. 1944) interpreta la Sonata nº 12 en fa mayor K 332 de Mozart.

La formación ética de un joven comienza justamente cuando adivina estos cambios y los realiza con toda lucidez. Al tomar esta medida ‒que alguien podría considerar como una minucia metodológica intrascendente‒, se libra de encerrarse en el nivel 1 y quedar fuera del proceso de crecimiento como persona.

Algo semejante podemos decir de los términos independencia y solidaridad. En el nivel 1 ‒en el que sólo nos ocupamos de manejar objetos a nuestro gusto‒, podemos pensar que, si un joven es solidario con sus padres, renuncia a ser independiente, por ejemplo, a la hora de disponer de las horas nocturnas para su diversión. Pero subamos al nivel 2, y veamos cómo actúan los miembros de un coro. Todos cantan con total independencia, inspirados por la obra que se hace presente en la figura del director. Siguen las indicaciones de éste, pero lo hacen espontáneamente, porque la partitura así se lo sugiere. Actúan con total independencia, pero, a la vez, con una incondicional solidaridad: adaptan su ritmo al de los demás, atemperan el volumen de su voz al de ellos, colaboran en todo momento al bien del conjunto. En este nivel, independencia y solidaridad se complementan y enriquecen.

De modo afín, si un joven se esfuerza en vivir creativamente, encontrará modos de armonizar su afán de divertirse con la tranquilidad de sus padres. Una vez lograda tal armonía, descubrirá que su comportamiento ‒bello, por haber sido armónico‒ fue fruto de una conversión muy prometedora: la de la libertad de maniobra en libertad creativa. Por ambas razones se sentirá alegre, pues, como bien dijo el gran Henri Bergson, “la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado. (…) Toda gran alegría tiene un acento triunfal” (Cf. L’énergie spirituelle, PUF, Paris 1944, págs. 23-25).

A medida que subimos de nivel, advertimos que nos es más fácil integrar los diversos conceptos y convertirlos en complementarios.

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