Un patrón para los científicos
Era el año 1958. El genetista francés Jérôme Lejeune (1926-1994), en un trabajo colaborativo con Raymond Turpin y Marthe Gautier, consiguió contar un cromosoma de más en el cariotipo de un individuo con síndrome de Down: la trisomía del cromosoma 21, el primer trastorno relacionado con una mala distribución del patrimonio hereditario.
Tiempo después, en 1963, Lejeune halló un fenómeno opuesto, el de personas a las que les falta un fragmento del cromosoma 5. Por humildad no quiso poner su apellido a este trastorno y lo llamó síndrome «del maullido de gato», aunque no pudo evitar que a menudo se le cite como enfermedad de Lejeune. También colaboró en el conocimiento del síndrome «18q» en 1966, y encontró otro en el que un cromosoma con forma de anillo sustituye al cromosoma 13 en 1968; identificó la trisomía 8 en 1969 y con la ayuda de Marie Odile Rethoré hizo lo propio con la trisomía 9 en 1970.
En 1969 le concedieron el William Allan Memorial Award, la máxima distinción que otorga la Sociedad Norteamericana de Genética. Precisamente en esta ceremonia se produjo un acontecimiento que cambió su vida. Le galardonaban porque gracias a su hallazgo podía determinarse si una persona tenía síndrome de Down antes de que naciera y, en consecuencia, practicar el aborto. Cuando le entregaron el premio pronunció estas palabras: «La naturaleza del ser humano está contenida tras la concepción en el mensaje cromosómico, lo que le diferencia de un mono o de un pato. Ya no se añade nada. El aborto mata al feto o embrión, y ese feto o embrión, se diga lo que se diga, es humano».
Ese día le escribió a su mujer una carta en la que decía: «Hoy he perdido el Nobel de Medicina». Pero para él lo importante eran su familia y sus pacientes con síndrome de Down. Uno de ellos le abrazó a la vez que le confesaba: «Quieren matarnos. Usted tiene que defendernos. Somos muy débiles y no sabemos cómo».
Así que se dedicó a impartir charlas y a participar en debates donde recibió unos cuantos insultos. En una de las conferencias que dictó en París, unos asaltantes entraron con barras de hierro y agredieron a bastantes de los asistentes, entre ellos personas con discapacidad intelectual y ancianos. Jérôme y su mujer se libraron de los golpes, pero no de una serie de tomatazos y hasta de un filete de buey que impactó en la cara del genetista. Los manifestantes también arrojaron menudillos, al tiempo que gritaban que los fetos no son más que trozos de carne.
Pregonar la verdad no sirve de mucho si no se completa con el amor. Uno de los aspectos más destacados del genetista galo fue su gran compasión. Como médico, Lejeune asistió durante su vida a más de ocho mil personas con síndrome de Down, a las que trataba como a sus hijos. También se preocupaba por sus padres. No les engañaba en cuanto a lo que suponía esta alteración genética, pero les hacía ver también que su hijo no era un monstruo, que era un regalo de Dios. Tanto se desvivía por estas familias que llegaba a atenderles por teléfono incluso por las noches.
Jérôme Lejeune nos dejó como legado la Maison Tom Pouce, que protege a mujeres embarazadas o madres con un bebé de pocos meses, y la Fondation Lejeune, centrada en la investigación del genoma y en el apoyo de personas afectadas por el síndrome de Down o por una enfermedad genética.
La obra de Lejeune se cimenta también sobre una honda vida espiritual. Solía regalar rosarios que él mismo fabricaba, y cuando estaba en el extranjero hacía lo posible por encontrar una iglesia donde participar en la misa. De ahí que el proceso para su beatificación vaya por buen camino. Los científicos necesitan referentes que les ayuden a descubrir que ciencia y fe son compatibles; que es en sintonía con el Creador del mundo como mejor se puede llegar a comprenderlo y a mejorarlo. Ya tenemos a San Alberto Magno en el campo de la mineralogía y la zoología, San Cosme y San Damián en la medicina, y al beato Nicolás Steno como fundador de la geología. ¿No se merece un patrono la Genética, quizá la ciencia más importante del siglo XXI?
Publicado en Nuestro Tiempo.
Ignacio del Villar es profesor de la Universidad Pública de Navarra y autor del libro Ciencia y fe católica: de Galileo a Lejeune.
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