Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

San Francisco Javier: el santo de los milagros


¿De qué materia estaba hecho Francisco de Javier para que obrara estos prodigios sobrenaturales? Confiaba en Dios como un niño de tres años en sus padres, rezaba durante horas.

por Ignacio del Villar

Opinión

Hace unos días tuve la suerte de acudir al Santuario de Javier, noreste de Navarra, con motivo de la Javierada, peregrinación que se repite cada año para homenajear a San Francisco Javier, también conocido como el apóstol de las Indias.
 
Era impresionante ver esa multitud de gente, unos veinte mil según los organizadores, que se congregaba para rendir homenaje al santo: jóvenes, ancianos y familias con niños. No venían solamente de Navarra. Por los altavoces se escuchaban los nombres de los muchos sitios de los que procedían. Hasta desde Cádiz venía un grupo.
 
¿Cómo puede alguien que vivió hace cinco siglos atraer a personas venidas de tan diversos lugares de España y también del extranjero?
 
Tras realizar los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de su amigo San Ignacio de Loyola, este apreciaba en Francisco tal ilusión por enseñar a otros el camino de Cristo que le dijo: "Ve e incendia el mundo". Parece que el navarro se tomó al pie de la letra las palabras del guipuzcoano.
 
Existen numerosas biografías del santo donde se recogen los milagros que obró durante sus viajes por Asia y Oceanía. En el libro del padre Guillermo Ubillos, se indica que San Francisco resucitó a más de veinte personas. En una ocasión habían enterrado en la iglesia de Coulán a un difunto. Javier mandó que lo desenterraran, mostró el cadáver descompuesto, se arrodilló, oró y le devolvió la vida. La muchedumbre solicitó recibir el bautismo en masa. Otra vez se trataba de un niño que se había caído a un pozo y se había ahogado. La madre se lo llevó entre lloros a Javier, quien se compadeció, levantó los ojos, oró y lo revivió. Los paisanos lo aclamaban.
 
Por otro lado demostró en numerosas ocasiones su don de profecía. Como ejemplo de esto último, durante una eucaristía dijo: "Juan de de Araujo ha muerto y he ofrecido la misa por él. Os recomiendo que lo recéis por él". Este personaje residía a quinientos kilómetros de donde vivía Javier. No existía internet y la noticia tardó un par de semanas en llegar. No se había equivocado el navarro.
 
También poseyó San Francisco el don de lenguas en algunas regiones que visitó. Sus acompañantes atestiguan que era materialmente imposible aprender un idioma en tan poco tiempo como lo hacía. Pero es que además se daba la inexplicable circunstancia de que la misma prédica la comprendían gentes cuya lengua era diferente, lo que llenaba de tal espanto y estupor a quienes presenciaban este fenómeno que se rendían a sus pies. Era exactamente igual a como aconteció en tiempos de Jesús, cuando los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, enseñaban a gentes de toda lengua y nación.
 
Asimismo obró el santo otros milagros, como la conversión de agua de mar en agua dulce en un viaje en barco cuando se acabaron las provisiones del líquido elemento, o la tempestad que paró al arrojar su crucifijo al agua. Además tenía una fuerza de voluntad inquebrantable, gracias a la que recorrió distancias inmensas, y una personalidad arrolladora con la que se ganó a miles y miles de almas que bautizó. Tan grande fue su huella que algunas regiones que evangelizó permanecieron fieles a la fe católica durante siglos. Los lugareños retaban a los invasores que querían cambiarles de religión: "Haced los milagros que hizo el santo y creeremos".
 
¿De qué materia estaba hecho Francisco de Javier para que obrara estos prodigios sobrenaturales? El santo simplemente cumplía a la perfección uno de los mandatos de Jesús: "El que cree en mí, hará también las obras que yo hago, e incluso mayores" (Jn 14, 12) . Confiaba en Dios como un niño de tres años en sus padres, rezaba durante horas. Ese era el motor de su vida.
 
Por todos estos milagros, por todas las penurias que pasó caminando de un sitio para otro incluso por lugares habitados por tribus antropófagas, por sus viajes en medio de tempestades y por su infinito amor al prójimo, San Francisco Javier es motivo de orgullo para los navarros y para todo el mundo, porque en el fondo Francisco no es de nadie, es de todos. De ahí que cada año lo visiten decenas de miles de personas en el santuario de Javier. Y a finales de 2014 acudieron en la India varios millones de personas a venerar las reliquias del santo. ¿Valoramos como se merece al mayor héroe navarro de todos los tiempos? Creo que se debería difundir mucho más la memoria de este gran modelo para los católicos. ¡Viva San Francisco Javier!
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