¿Optimismo cristiano? Mejor, esperanza
El optimismo se acerca al castillo de arena que hacen los niños en la playa; la esperanza, a un sólido cimiento de granito. Y la esperanza es, ante todo, una Persona.
por José F. Vaquero
Tienes que ver la vida por el lado bueno de las cosas, ser optimista. ¿Cuántas veces hemos oído este consejo, para nosotros o para otra persona que teníamos al lado? En una de sus homilías recientes, el Papa Francisco parecía minusvalorar este optimismo, Sí, lo minusvalora, porque vale menos (minus-valor) que la esperanza cristiana. El opotimimo se acerca al castillo de arena que hacen los niños en la playa; la esperanza, a un sólido cimiento de granito.
Optimismo, nos dice el diccionario, es una propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Una actitud humoral, no porque eche humo sobre los problemas para taparlos, sino porque depende del humor, del estado anímico, de la interacción concreta de un cúmulo de circunstancias.
Seguro que hemos oído más de alguna vez frases como estas: Un pesimista es aquel que de un donut sólo ve el agujero. Un optimista es un pesimista mal informado. Un pesimista es un optimista bien informado. "Un pesimista ve la dificultad en toda oportunidad, un optimista, la oportunidad en cada dificultad".
También recordamos un conocido libro de Bernabé Tierno, psiquiatra y analista de nuestra sociedad española: “Optimismo vital”. Comenzó, a raíz de este libro, el Club del optimista vital, y sus reflexiones, pensamientos y orientaciones dan optimismo, ganas de vivir, ilusión, felicidad, a muchas personas.
Está muy bien, y somos muchos los que, desde distintos caminos, intentamos sembrar un poco de optimismo y alegría. Pero el cristiano está llamado a dar un paso más; y ese es el mensaje profundo de este Papa cuando “minusvalora” el optimismo. El cristiano no debería hablar de simple optimismo, sino de esperanza Que no es lo mismo. La esperanza es un don del Espíritu Santo. Un regalo de Jesús, un regalo que se concreta en una persona. Para un cristiano, la esperanza es Jesús mismo, el cimiento de granito sobre el que se apoya la posibilidad de liberar y rehacer cada nueva vida.
La esperanza no consiste un simple optimismo humoral, que depende ante las circunstancias. Necesita una base más sólida, una persona. Si observamos la sociedad vemos confirmada esta idea. Después del trauma post-vacacional de los mayores, los niños han sido los protagonistas de esta semana. Comienzan las clases, con nuevos maestros y amigos, o con el reencuentro con los del curso pasado. En esas circunstancias, ¿por qué los niños se sienten contentos, seguros, con alegría y esperanza? Porque confían en una persona, en su maestro, en sus compañeros. Están a gusto con ellos. De ahí brota la esperanza, más allá de las características externas del colegio o de la clase. ¿Y por qué los niños pequeños lloran al llegar por primera vez al colegio, y poco después están tan contentos? Lloran porque ven que se va su seguridad, sus papás; y recuperan la alegría cuando constatan que el maestro, y los demás niños, están con él, le atienden, juegan con él. Alguien les cuida, les devuelve esa seguridad. La alegría, la esperanza, necesita apoyarse en una persona, una Persona.
Es hermoso llegar al final de la vida, no con optimismo, sino con esperanza, la esperanza de que el bien es más fuerte que el mal, el bien triunfará. El mal se devora a sí mismo, y baste recordar cualquier régimen dictatorial. El bien, y sobre todo el Bien personificado, triunfará.
Hablando de esta esperanza, que no simple optimismo, concluía hace pocos días el Santo Padre: "El Señor, que es la esperanza de la gloria, que es el centro, que es la totalidad, nos ayude en este camino: dar esperanza, tener pasión por la esperanza. Y, como he dicho, no siempre es optimismo sino es aquello que la Virgen María, en su corazón, tuvo en la oscuridad más grande: desde el viernes por la noche hasta la madrugada del domingo. Esa esperanza: ella la tenía. Y aquella esperanza rehizo todo.
Optimismo, nos dice el diccionario, es una propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Una actitud humoral, no porque eche humo sobre los problemas para taparlos, sino porque depende del humor, del estado anímico, de la interacción concreta de un cúmulo de circunstancias.
Seguro que hemos oído más de alguna vez frases como estas: Un pesimista es aquel que de un donut sólo ve el agujero. Un optimista es un pesimista mal informado. Un pesimista es un optimista bien informado. "Un pesimista ve la dificultad en toda oportunidad, un optimista, la oportunidad en cada dificultad".
También recordamos un conocido libro de Bernabé Tierno, psiquiatra y analista de nuestra sociedad española: “Optimismo vital”. Comenzó, a raíz de este libro, el Club del optimista vital, y sus reflexiones, pensamientos y orientaciones dan optimismo, ganas de vivir, ilusión, felicidad, a muchas personas.
Está muy bien, y somos muchos los que, desde distintos caminos, intentamos sembrar un poco de optimismo y alegría. Pero el cristiano está llamado a dar un paso más; y ese es el mensaje profundo de este Papa cuando “minusvalora” el optimismo. El cristiano no debería hablar de simple optimismo, sino de esperanza Que no es lo mismo. La esperanza es un don del Espíritu Santo. Un regalo de Jesús, un regalo que se concreta en una persona. Para un cristiano, la esperanza es Jesús mismo, el cimiento de granito sobre el que se apoya la posibilidad de liberar y rehacer cada nueva vida.
La esperanza no consiste un simple optimismo humoral, que depende ante las circunstancias. Necesita una base más sólida, una persona. Si observamos la sociedad vemos confirmada esta idea. Después del trauma post-vacacional de los mayores, los niños han sido los protagonistas de esta semana. Comienzan las clases, con nuevos maestros y amigos, o con el reencuentro con los del curso pasado. En esas circunstancias, ¿por qué los niños se sienten contentos, seguros, con alegría y esperanza? Porque confían en una persona, en su maestro, en sus compañeros. Están a gusto con ellos. De ahí brota la esperanza, más allá de las características externas del colegio o de la clase. ¿Y por qué los niños pequeños lloran al llegar por primera vez al colegio, y poco después están tan contentos? Lloran porque ven que se va su seguridad, sus papás; y recuperan la alegría cuando constatan que el maestro, y los demás niños, están con él, le atienden, juegan con él. Alguien les cuida, les devuelve esa seguridad. La alegría, la esperanza, necesita apoyarse en una persona, una Persona.
Es hermoso llegar al final de la vida, no con optimismo, sino con esperanza, la esperanza de que el bien es más fuerte que el mal, el bien triunfará. El mal se devora a sí mismo, y baste recordar cualquier régimen dictatorial. El bien, y sobre todo el Bien personificado, triunfará.
Hablando de esta esperanza, que no simple optimismo, concluía hace pocos días el Santo Padre: "El Señor, que es la esperanza de la gloria, que es el centro, que es la totalidad, nos ayude en este camino: dar esperanza, tener pasión por la esperanza. Y, como he dicho, no siempre es optimismo sino es aquello que la Virgen María, en su corazón, tuvo en la oscuridad más grande: desde el viernes por la noche hasta la madrugada del domingo. Esa esperanza: ella la tenía. Y aquella esperanza rehizo todo.
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