Viva los ancianos
¿Apreciar a los mayores o olvidarlos, dejarlos morir? La lógica del beneficio y del tener versus la gratuidad el amor
por José F. Vaquero
Estamos sometidos al tiempo, pero a la vez rodeados de numerosas, casi infinitas circunstancias, situaciones, realidades... Y para no perdernos en tal abundancia, numerosas instituciones y grupos humanos convocan “el Año Mundial de”, “la Jornada Internacional de”, el “día Nacional de”. Entre tales celebraciones una ha golpeado mi atención: el Año Europeo del envejecimiento activo y de la solidaridad intergeneracional» convocado con el objetivo de promover la creación en Europa de un envejecimiento activo y saludable en el marco de una sociedad para todas las edades.
Más allá del veloz progreso de la tecnología, de las ideas, de los inventos y descubrimientos, de la lucha sin cuartel contra la enfermedad y la vejez, parece que la ancianidad tiene algo bueno, o al menos el envejecimiento activo. Eso ha dicho también un anciano alemán, muy activo intelectual, física y espiritualmente: En una reciente visita a un centro de acogida del barrio romano del Gianicolo, Benedicto XVI ha hablado a las personas de edad avanzada que allí viven como “un anciano que habla a sus coetáneos” y analiza la sociedad desde la sabiduría de la edad, la experiencia y la gracia.
¿Qué lógica mueve nuestra sociedad actual? Principalmente la eficacia y el beneficio. Esos criterios indican la valía de su actuar, son las pesas que nivelan el devenir social para evaluar su conveniencia, o mejor dicho, para medir (materialmente, regla en mano) una realidad tan compleja como el ser humano, hombre y mujer. De esta forma de medir surge, casi inevitablemente, el rechazo de lo improductivo, medido en sus dimensiones materiales.
Frente a ese dios – Eficacia, dios – Beneficio, empezamos a hacer recortes en nuestra sociedad (para seguir la consigna del recorte continuo). Recortamos, en primer lugar, a los improductivos ancianos (que al ser improductivos, tienen el calificativo de inútiles). Pero con el mismo criterio, recortamos a los enfermos, a cualquiera que tenga una discapacidad, al joven “nini” (culpable o no), al niño que nos molesta y al embrión que nos resulta embarazoso. Si sólo prima el dios Beneficio, ¿dónde queda el significado humano de la vida, el sentido de la entrega, de la generosidad, del amor? ¿O convertiremos al ser humano en una máquina de producir, que como todas las máquinas se usa unos cuantos años y luego se tira?
Los ancianos, recuerda este anciano alemán, capaz de reunir a millones de jóvenes, son portadores de una sabiduría, la sabiduría de la experiencia, de la vida, del amor, de la entrega. Por ello afirma: “Quien acoge a los mayores acoge la vida”. “¡Es bonito ser mayores!”, proclama este Papa de 85 años.
En su análisis antropológico, contrapone la lógica del beneficia y del tener a la gratuidad y el amor. En el primer caso nos movemos en el horizonte materialista, cosista, económico; en el segundo, en el horizonte casi infinito del ser humano, dotado de un alma inmortal, eterna, porque ama.
Una experiencia toca, incluso golpea brutalmente, la vida de los ancianos (igual que la de los niños): la experiencia de la necesidad, el sentimiento profundo de que necesita, como la planta precisa del agua y del sol, necesita ser ayudado. Esta limitación, más que terrible defecto, refleja el recuerdo y la constatación de que el hombre es un ser relacional; necesita al otro y se descubre como persona en el contacto con el otro. Tiene conciencia de que por él corre la savia vital del amor.
Los Santos Padres de la Iglesia, y de modo especial San Agustín, veían reflejada la estructura trinitaria en toda la creación, de modo especial en el hombre. Sin entrar en disquisiciones teológicas una nota esencial del miterio trinitario lo constituye el hecho de que las tres personas son, viven, en cuanto están íntimamente relacionadas la una con la otra. Dios es relación, amor, entregarse y darse constantemente. Esa naturaleza relacional palpita, de modo análogo, en el ser humano: somos seres relacionales, vivimos en íntima relación con quienes nos rodean, y esa relación no puede ser otra que la savia que circula en la Trinidad: el amor. Somos, nos realizamos y alcanzamos la felicidad, en cuanto amamos.
Más allá del veloz progreso de la tecnología, de las ideas, de los inventos y descubrimientos, de la lucha sin cuartel contra la enfermedad y la vejez, parece que la ancianidad tiene algo bueno, o al menos el envejecimiento activo. Eso ha dicho también un anciano alemán, muy activo intelectual, física y espiritualmente: En una reciente visita a un centro de acogida del barrio romano del Gianicolo, Benedicto XVI ha hablado a las personas de edad avanzada que allí viven como “un anciano que habla a sus coetáneos” y analiza la sociedad desde la sabiduría de la edad, la experiencia y la gracia.
¿Qué lógica mueve nuestra sociedad actual? Principalmente la eficacia y el beneficio. Esos criterios indican la valía de su actuar, son las pesas que nivelan el devenir social para evaluar su conveniencia, o mejor dicho, para medir (materialmente, regla en mano) una realidad tan compleja como el ser humano, hombre y mujer. De esta forma de medir surge, casi inevitablemente, el rechazo de lo improductivo, medido en sus dimensiones materiales.
Frente a ese dios – Eficacia, dios – Beneficio, empezamos a hacer recortes en nuestra sociedad (para seguir la consigna del recorte continuo). Recortamos, en primer lugar, a los improductivos ancianos (que al ser improductivos, tienen el calificativo de inútiles). Pero con el mismo criterio, recortamos a los enfermos, a cualquiera que tenga una discapacidad, al joven “nini” (culpable o no), al niño que nos molesta y al embrión que nos resulta embarazoso. Si sólo prima el dios Beneficio, ¿dónde queda el significado humano de la vida, el sentido de la entrega, de la generosidad, del amor? ¿O convertiremos al ser humano en una máquina de producir, que como todas las máquinas se usa unos cuantos años y luego se tira?
Los ancianos, recuerda este anciano alemán, capaz de reunir a millones de jóvenes, son portadores de una sabiduría, la sabiduría de la experiencia, de la vida, del amor, de la entrega. Por ello afirma: “Quien acoge a los mayores acoge la vida”. “¡Es bonito ser mayores!”, proclama este Papa de 85 años.
En su análisis antropológico, contrapone la lógica del beneficia y del tener a la gratuidad y el amor. En el primer caso nos movemos en el horizonte materialista, cosista, económico; en el segundo, en el horizonte casi infinito del ser humano, dotado de un alma inmortal, eterna, porque ama.
Una experiencia toca, incluso golpea brutalmente, la vida de los ancianos (igual que la de los niños): la experiencia de la necesidad, el sentimiento profundo de que necesita, como la planta precisa del agua y del sol, necesita ser ayudado. Esta limitación, más que terrible defecto, refleja el recuerdo y la constatación de que el hombre es un ser relacional; necesita al otro y se descubre como persona en el contacto con el otro. Tiene conciencia de que por él corre la savia vital del amor.
Los Santos Padres de la Iglesia, y de modo especial San Agustín, veían reflejada la estructura trinitaria en toda la creación, de modo especial en el hombre. Sin entrar en disquisiciones teológicas una nota esencial del miterio trinitario lo constituye el hecho de que las tres personas son, viven, en cuanto están íntimamente relacionadas la una con la otra. Dios es relación, amor, entregarse y darse constantemente. Esa naturaleza relacional palpita, de modo análogo, en el ser humano: somos seres relacionales, vivimos en íntima relación con quienes nos rodean, y esa relación no puede ser otra que la savia que circula en la Trinidad: el amor. Somos, nos realizamos y alcanzamos la felicidad, en cuanto amamos.
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