La Pimpinela Escarlata: un héroe reaccionario políticamente incorrecto
por Rino Cammilleri
En La Marsellesa, himno nacional francés, todavía se habla de que “una sangre impura riegue nuestros surcos” (“qu’un sang impur abreuve nos sillons”). Por cierto, que el himno italiano no se queda atrás: “Il sangue d'Italia e il sangue polacco bevé col cosacco, ma il cor le bruciò” (“la sangre de Italia y la sangre polaca bevió con el cosaco, pero el corazón le quemó”). Si dejamos de lado los atentados, la independencia de Italia respecto a Austria se llevó a cabo mediante guerras convencionales. Pero la Revolución Francesa llegó con una auténtica orgía de sangre, con una guerra civil e incluso un genocidio.
Los ingleses, que combatieron durante años contra Francia -la jacobina primero y la napoleónica después-, guardaron de ella un mal recuerdo que duró mucho tiempo y aún tuvo reflejo en el siglo pasado, en diversas películas de producción anglo-americana como El reinado del terror (1949) y La máscara púrpura (1955). Pero ya en 1934 se había proyectado en las salas La Pimpinela Escarlata, basada en el extraordinario éxito de las novelas de Emma Orczy (1865-1947), noble húngara exiliada en Londres.
Firmaba Baronesa Orczy y su héroe era un noble inglés, Sir Percy Blakeney, quien a riesgo de su propia vida se infiltraba en la Francia revolucionaria para salvar de la guillotina a todos los nobles que podía y ponerlos a resguardo en Inglaterra. Para ello se servía de su notabilísima astucia y de sus increíbles capacidades miméticas, dejando burlonamente sobre el lugar de sus hazañas una tarjeta de visita que tenía dibujada una Scarlet Pimpernel, una Pimpinela Escarlata.
Lo cual hacía estallar de rabia a los sans culotte, que intentaban cazarlo incluso en Inglaterra. Pero él era inaprensible y siempre conseguía burlarlos.
"Le buscan por aquí, le buscan por allá... Esos franceses le buscan por todas partes. ¿Está en el cielo o está en el infierno ese maldito y escurridizo Pimpinela?": Leslie Howard, La Pimpinela Escarlata, se burla de sus enemigos en la película de Harold Young de 1934.
En suma, Orczy había creado el primero de los justicieros enmascarados maestros del disfraz. Todos, desde El Zorro a Batman, incluso Diabolik, descienden de aquel primer Héroe, que además ha perdurado en el lenguaje común: todavía hoy los periódicos denominan “pimpinela escarlata” a quienes siempre consiguen escapar de la policía.
Lo bueno es que el personaje de Orczy es lo menos políticamente correcto que pueda pensarse. La autora conocía muy bien los detalles de la historia de la Revolución Francesa y a sus personajes, a quienes metía en escena con la misma miseria y sordidez con las que ellos habían hundido al Reino más rico, culto y refinado del mundo. Mirad lo que decía Orczy de su genial creación: “A menudo me preguntan, ‘¿Cómo te surgió la idea de la Pimpinela Escarlata?’ Y mi respuesta siempre ha sido: ‘Fue la voluntad del Señor’”.
Prácticamente a petición popular, la Baronesa Orczy se vio obligada a ofrecer enseguida una continuación, en 1906, de su primera novela: I will repay (ahora reeditada en Italia como Voto di sangue [Voto de sangre]). Transcurre en 1794 y representa a los “puros” Robespierre, Fuquier-Thinvile, Merlin, dispuestos a mandar a la muerte a los “traidores”, lo cual sin embargo nunca consiguen; y, a fuerza de ejecuciones, acababan rompiendo el filo de la hoja de la guillotina. Un caballero rico y filántropo es provocado por un aristócrata, a quien mata en duelo; su hermana jura venganza incluso con “voto de sangre”. Pero el bien triunfará gracias a La Pimpinela Escarlata, que urde un plan maquiavélico y un disfraz que despista también al lector.
En 1982, Clive Donner dirigió para la televisión La Pimpinela Escarlata, con Anthony Andrews y Jane Seymour.
Un héroe reaccionario a tiempo completo no se lo encuentra uno todos los días (de hecho, suscitó las iras de Umberto Eco, quien lo fulminó en su Diario mínimo). Especialmente uno cuyo inmenso éxito dio lugar incluso a una frase hecha.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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