Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Sufrimiento y felicidad.

por Juan del Carmelo

Y se comprende porque todos, somos criaturas creadas para gozar de una eterna felicidad, y no para el sufrimiento. Pero ambos temas antitéticos se encuentran misteriosamente relacionados. En general al sufrimiento le sigue la felicidad. En el viejo paganismo romano, existía un proverbio que decía: per aspera ad astram, es decir por las dificultades o el sufrimiento se llega a las estrellas. El cristianismo le dio otra redacción a este viejo proverbio y ahora decía: “Per cruce ad lucem”, el sentido es, el de que por la cruz se llega a la luz. Por el sufrimiento se llega a Cristo que es la Luz.

Para el creyente el tema del sufrimiento, le es más fácil de enfocar, comprender y subsiguientemente asimilar, en la medida en que la fe de él, esté más o menos arraigada. Cuanto mayor sea el grado de fe, mayor será el grado de perfección de esta asimilación. El que se apoya en su fe, sabe perfectamente que Dios le creó para ser eternamente feliz, y que esta eterna y plena felicidad, solo la encontrará cuando encuentre a su Creador. Su actitud frente al sufrimiento, no siempre es pues la misma, varía pues, de acuerdo con la intensidad de su fe, pero en general el que cree, termina siempre encontrando consuelo, en comprender que también su Redentor sufrió por amor a él, y que el sufrimiento aceptado cristianamente, tiene un extraño poder redimidor de nuestros tropiezos. Para el no creyente, el problema en cuanto al sufrimiento, es mucho mayor. Su problema es que no logra encontrar justificación a la existencia de este, y eso le proporciona un aumento del propio sufrimiento.

En cuanto a la felicidad, tanto para el creyente, sea este practicante o no y para el no creyente, el tema de la felicidad, se acepta o al menos debe de ser aceptado de distinta forma entre el que cree y el que no cree.

           La felicidad de este mundo es como el mismo mundo, completamente pasajera, el que ama al Señor, quiere esta felicidad y la busca, pero siempre con la mirada puesta, con más o menos intensidad, en el más allá. El no creyente, en lo que respecta a la felicidad, no ve otra clase de esta, que la poca que puede hallar en esta vida, y esta felicidad terrena no acaba nunca de saciarle, porque ni él, ni nadie, hemos sido hechos para ser felices con lo que aquí abajo se encuentra como felicidad, es decir con la felicidad terrena.

En esta vida tanto la felicidad como el sufrimiento tienen siempre un carácter temporal. Recordemos el refrán que dice: “No hay mal que cien años dure” a lo cual algunos, jocosamente le añaden la coletilla: “Ni cuerpo que lo resista”; Pero que tampoco la felicidad que se pueda alcanzar en esta vida, puede durar 100 años. También el pueblo tiene otro refrán con respecto a la duración de la felicidad, y este dice: “Poco dura la felicidad en casa del pobre”, y no hace falta ser pobre, porque al rico tampoco le dura mucho su felicidad. La felicidad como el sufrimiento nunca dura toda la vida.

En cuanto al sufrimiento, no terminan aquí las desdichas del no creyente. El que no cree vive atenazado por la angustia del más allá. ¿Me estaré equivocando? ¿Y si es verdad que hay algo más después de la  muerte? Esto es lo que piensa el ateo y el que se auto titula agnóstico, aunque muchas veces, ni el mismo sepa qué es eso del agnosticismo. Hay que pensar, que de la misma forma que nadie tiene evidencia de la existencia de Dios, sino solamente fe; tampoco nadie tiene evidencia de la no existencia de Dios, y no existe la fe en la no existencia de Dios, porque a nadie se le ha revelado esa clase de fe.

Pero no es el ateo convencido, aunque este solo lo sea a medias, el tipo de no creyente que más abunda. En general existe y prolifera, hoy en día más, el agnóstico, y el que se autodenomina “creyente pero no practicante”. Se trata de unas personas que se han creado para sí un “dios cómodo”. Un dios, solo existente en su mente, y que como resulta que es tan bueno, nunca jamás le va a castigar, es más, todo eso del infierno y el demonio, son paparruchas inventadas por la Iglesia y los curas, para que no se les escape la clientela. Esta clase de personas, tienen en mente un claroscuro acerca del cielo y por ende acerca de la felicidad futura. Tampoco les preocupa mucho el tema, pues este tipo de personas piensan, que si Dios existe, no puede pedirle cuentas de algo que escapa a la capacidad de su mente. Piensan que sobre el tema del cielo y la felicidad futura, algo debe de haber, y si lo hay, ellos se dicen: indudablemente allí estaré yo, porque yo soy una buena persona: ¡Ya ves!, ni robo, ni mato, a nadie trato de hundir a nadie y además pago mis impuestos ¿Qué más se puede pedir?

En cuanto al tema del sufrimiento, para esta clase de personas, la verdad es que, es este un tema más complicado de entender, ya que si Dios existe, y nos quiere tanto: ¿por qué nos hace sufrir?, sin caer en la cuenta que el sufrimiento no tiene su origen en Dios sino en nuestros pecados.

En definitiva la diferencia básica entre el creyente y el que no lo es, consiste en que para el primero, salvarse es alcanzar la vida eterna redimiéndose de las garras del maligno, mediante el bautismo, el amor a Dios, la gracia divina obtenida por los sacramentos, y la lucha ascética. En el transcurso de esta lucha, el creyente sabe que hallará sufrimientos y momentos de felicidad. Para los demás, salvarse se circunscribe a esta vida, y solo consiste en tratar de encontrar una razón a su existencia y un camino para liberarse del sufrimiento.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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