Sábado, 12 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Los Padres del desierto (II)

ReL

De la discreción 

* Decía el abad Antonio: «Algunos han quebrantado su cuerpo a fuerza de abstinencia, pero su falta de discreción les ha alejado de Dios».

* Unos hermanos vinieron al abad Antonio para descubrirle sus imaginaciones y visiones y saber si eran verdaderas o falsas. Traían con ellos un asno que murió en el camino. Antes de que pudieran decirle nada, el abad les preguntó: «¿Cómo ha muerto el asno en el camino?». Y ellos asombrados le dijeron: «¿Cómo sabes que ha muerto, Padre?». Y él dijo: «Los demonios me lo han dicho». Precisamente, respondieron ellos, veníamos a hablarte de nuestras visiones. La mayoría de las veces llegan a hacerse realidad, pero tememos ser engañados. El anciano les convenció con el ejemplo del asno que sus visiones eran del demonio. Un cazador que cazaba fieras en el bosque, vio al abad Antonio en recreo con los hermanos y se escandalizó. El anciano quiso demostrarle que conviene algunas veces ser condescendiente con los hermanos y le dijo: «Pon una flecha en tu arco y ténsalo». Y lo hizo así. Y de nuevo Antonio le dijo: «Sigue tensándolo». Y el cazador le obedeció. Y el abad insistió de nuevo: «Tensa aún más». El cazador lo volvió a tensar, pero dijo al abad Antonio: «Si lo tenso más, se romperá el arco». Y entonces el abad Antonio le dijo: «Lo mismo ocurre en el servicio de Dios. Si se aprieta excesivamente, los hermanos pronto desfallecen. Conviene, pues, de vez en cuando relajar la tensión».  Al oír esto el cazador se arrepintió y se aprovechó mucho de la lección del anciano. Los hermanos, reconfortados, volvieron a sus celdas.

* Un hermano pidió al abad Antonio: «Ruega por mí». Y el anciano le contestó: «Ni Dios ni yo tendremos compasión de ti, si tú no tienes cuidado de ti mismo y se lo pides a Dios».

* El abad Arsenio, de feliz memoria, solía decir: «Un monje, peregrino en un país lejano, no se mezcle en cosa alguna y tendrá paz».

* Contaba el abad Pedro, que fue discípulo del abad Lot: «Un día estaba yo en la celda del abad Agatón, y vino un hermano a decirle: "Deseo vivir con los hermanos, pero dime cómo tengo que convivir con ellos". Y el anciano le dijo: "Como el primer día de tu incorporación a la comunidad, conserva tu condición de extraño todos los días de tu vida, de manera que nunca tengas parrhesia con ellos”.

El abad Macario le preguntó: “¿Cuál es pues el fruto de esas familiaridades?”. El anciano dijo: "La parrhesia se parece a un viento devastador. Cuando se levanta, todos huyen de él porque seca hasta el fruto de los árboles". E insistió el abad Macario: "¿Pero tan nociva es la familiaridad?". "Sí, contestó el abad Agatón, no hay pasión peor que la parrhesia. Es la madre de todas las pasiones. El monje que quiere avanzar en su vocación debe huir de ella, aunque esté solo en su celda"».

* Se contaba del abad Agatón que fueron a verle unos hermanos porque habían oído decir de él que era una persona de gran discreción. Y queriendo ver si montaba en cólera, le dijeron: «¿Eres tú Agatón? Hemos oído que eres un fornicario y un soberbio». Y él contestó: «Así es». Y volvieron a decirle: «¿Eres tú Agatón el charlatán y calumniador?». Y respondió: «Yo soy». Y de nuevo le dicen: «¿Eres tú Agatón el hereje?». Y les dijo: «No, no soy hereje». Y le preguntaron entonces: «Dinos, ¿por qué habiéndote dicho tantas palabras injuriosas las has llevado con paciencia, y en cambio al llamarte hereje no lo has soportado?». Y Agatón respondió: «Las primeras injurias me las atribuyo, porque ello resulta de provecho para mi alma. En cuanto que me llaméis hereje no lo admito, porque significa separación de Dios, y yo no quiero por nada de este mundo separarme de Dios». Al oírle se admiraron de su discreción y se fueron muy edificados.

*  Tuvo lugar en Scitia una asamblea para arreglar cierro asunto. Terminada la asamblea, el abad Agatón se presentó a los hermanos y les dijo: «No habéis acertado en el juicio». Ellos le dijeron: «¿Quién eres tú y qué es lo que dices?». Y él respondió: «Soy hijo de hombre; escrito está: "¿De veras pronunciáis justicia, juzgáis según derecho a los hijos de Adán?"». (Sal 58).

* El abad Agatón dijo: «El hombre irascible, aunque resucite muertos, no agrada a Dios por causa de su ira».

* Un día vinieron tres ancianos a visitar al abad Aquilas y uno de ellos tenía mala fama. Uno de los hermanos dijo: «Padre, hazme una red para ir a pescar». Y el abad le dijo: «No te la hago». Y el segundo le pidió: «Sí, Padre, háznosla para que tengamos un recuerdo tuyo en nuestro monasterio». Y el abad le respondió: «No tengo tiempo». El tercer anciano, el de mala fama, le pidió: «Hazme una red para que tenga una bendición de tus manos». Y al punto Aquilas le contestó: «Te haré una».

Los dos primeros, que no habían tenido éxito en su petición, le tomaron aparte y le preguntaron: «¿Por qué cuando nosotros te lo hemos pedido, no has querido hacerlo y en cambio a este otro le has dicho: "Te la haré"». Y el anciano les respondió: «A vosotros os he dicho que no porque no tengo tiempo y sé que no os vais a enfadar por mi respuesta. Este otro, si le hubiera dicho que no, habría pensado: "El anciano ha sabido mi mala fama y por eso no ha querido hacerme la red". Y por eso me he puesto enseguida a preparar el hilo necesario. Así he tranquilizado su alma para que no cayese en la tristeza».

* Uno de los Padres contó que en las Celdas vivía un anciano vestido de saco y que trabajaba sin descanso. Un día se acercó a ver al abad Amonas, que al verle cubierto de saco le dijo: «Esto no te sirve de nada». Y el anciano le confió: «Me atormentan tres pensamientos: uno me empuja a retirarme a algún lugar del desierto, otro a peregrinar donde no me conozcan, un tercero a encerrarme en una celda sin ver a nadie y comiendo sólo pan cada dos días». El abad Amonas le respondió: «No te conviene hacer ninguna de esas tres cosas. Al contrario, continúa en tu celda, come un poco todos los días teniendo en tu corazón las palabras de aquel publicano que se lee en el Evangelio (Lc 18,13), y así te podrás salvar».

* Decía el abad Daniel: «Cuanto más fuerte está el cuerpo, más seca está el alma». Y añadía: «Cuanto más se cuida el cuerpo más frágil se torna el alma. Cuanto más frágil está el cuerpo, más cuidada está el alma».

* El abad Daniel contó también que cuando estaba en Scitia el abad Arsenio, había allí un monje que robaba lo que tenían los ancianos. El abad Arsenio, queriendo ganar su alma y asegurar la paz de los hermanos, lo llevó a su celda y le dijo: «Te daré todo lo que quieras, pero no robes», y le dio oro, dinero, muchas chucherías y todo lo que tenía en su cofre. Pero el otro siguió robando, y los ancianos al ver que no se corregía lo expulsaron diciendo: «Si se encuentra un hermano que tiene una enfermedad corporal, hay que soportarlo, pero si se trata de un ladrón y avisado no se enmienda, hay que expulsarlo, porque no solamente hace daño a su alma sino que perturba a todos los que viven en ese mismo lugar».

* El abad Evagrio, al comenzar su vida monástica, fue a visitar a un anciano y le dijo: «Padre, dime una palabra para que me salve». El anciano le respondió: «Si quieres salvarte, cuando vayas a ver a alguna persona no hables antes de que él te pregunte». Evagrio, compungido por estas palabras, pidió perdón al anciano y le dijo: «Créeme, he leído muchos libros y en ninguno de ellos encontré tanta sabiduría». Y se marchó muy aprovechado.

* Decía el abad Evagrio: «La mente inestable y que divaga se consolida por la lectura, las vigilancias y la oración. El fuego de la concupiscencia se apaga con el ayuno, el trabajo y la vigilancia. La cólera, fuente de perturbaciones, se la reprime con salmos, dulzura y misericordia. Pero todos estos remedios deben aplicarse en el tiempo oportuno y en la medida conveniente; porque sí no se aplican oportunamente y con medida aprovechan poco tiempo. Y lo que dura poco, hará mal que bien».

* Un día que el abad Efrén pasaba por la ciudad, una prostituta que había sido enviada por alguno, empezó a halagarle, deseando, si fuera posible, arrastrarlo al pecado, y si no lo conseguía, por lo menos  inducirle a la ira, ya que nadie le había visto nunca airado, ni tampoco disputar con otra persona. El le dijo: «Sígueme». Y la llevó a una plaza llena de gente donde le dijo: «Ven aquí para que satisfaga tus deseos». Ella, al ver tanta gente dijo: «¿Cómo vamos a fornicar aquí, delante de tanta gente? Sería muy vergonzoso». Y el abad le respondió: «Si te da vergüenza delante de los hombres, ¿cuánto más debemos avergonzarnos delante de Dios que "ilumina los secretos de las tinieblas"». (1 Cor 4,5). La mujer se retiró avergonzada y sin poder lograr sus perversos propósitos.

*Decía el abad Teodoro de Fermo: «Si un amigo tuyo cae en un pecado de impureza, si puedes dale una mano y levántalo. Pero si cae en un error contra la fe y no te escucha, apártate en seguida, rechaza su amistad, no sea que si te demoras te arrastre con él al abismo».

* Un día unos ancianos entre los que se encontraba Juan, el enano, vinieron a Scitia. Y mientras comían, un sacerdote muy venerable se levantó para ofrecer a cada uno un vaso de agua. Pero nadie consintió en ello más que Juan el enano. Los otros se extrañaron y le dijeron: «¿Cómo tú, el más pequeño de todos, te has dejado servir por este anciano tan venerable?». Y Juan le contestó: «Cuando me levanto para ofrecer agua, me alegra que todos beban, pues así recibiré mi recompensa. Por esa misma razón he aceptado, para que el que se levantó a servir recibiera su recompensa y no se sintiera triste porque nadie aceptara». Al oírle todos se admiraron de su discreción.

* Un día el abad Pastor preguntó al abad José: «¿Qué debo hacer cuando me vienen tentaciones: resisto o las dejo entrar?». El anciano le dijo: «Déjalas entrar y lucha contra ellas». Pastor volvió a su celda a Scitia. Y llegó allí un monje de la Tebaida que contó a los hermanos que había preguntado al abad José: «¿Cuando me venga la tentación, resisto o la dejo entrar?». Y el abad le había dicho: «De modo alguno las dejes entrar. Arrójalas inmediatamente». Al oír el abad Pastor la respuesta que el abad José había dado a este monje de la Tebaida, volvió a Panefo y se quejó al abad José: «Padre, yo te abrí mi corazón, y me has dado una respuesta distinta a la que le has dado a ese hermano de la Tebaida». Y le preguntó el anciano: «¿Sabes que te amo?». «Sí, lo sé», respondió Pastor. «¿No me pediste que te dijera lo que sentía, como si se tratase de mí mismo? Pues mira: sí vienen las tentaciones y das y recibes golpes en la lucha contra ellas, sales más experimentado. Te he hablado, pues, como yo lo veo. Pero a otros no les conviene que dejen acercarse a las tentaciones, sino que deben rechazarlas inmediatamente».

* El abad Pastor contó también: «En una ocasión fui a la Baja Heraclea para ver al abad José. Había en su monasterio una higuera espléndida y por la mañana me dijo: "Ve, coge higos y come". Era viernes y no comí por causa del ayuno y le pregunté: "En nombre del Señor: explícame por qué me has dicho: 'Ve y come. No he ido por causa del ayuno, pero estoy avergonzado por no haber cumplido tu orden, pues pienso que no me lo has mandado sin una razón para ello". El me respondió: "Los Padres más antiguos, al principio, no mandan cosas razonables a sus hijos, sino más bien cosas disparatadas. Si ven que hacen esos disparares, ya sólo les mandan cosas útiles, pues han visto que obedecen en todo"».

*  El abad Longinos hizo la siguiente consulta al abad Lucio: «Tengo tres mociones: la primera irme a peregrinar». Y el anciano le contestó: «Si no retienes la lengua, donde quiera que vayas no serás buen peregrino. Pero refrena aquí tu lengua y serás peregrino aquí mismo». «La segunda, dijo el abad Longinos, es romper el ayuno sólo cada dos días». Y el abad Lucio le respondió: «El profeta Isaías dice: "Aunque inclines tu cabeza como un junco no por ello será aceptado tu ayuno (Isaías 58,5). Guarda más bien el corazón de los malos pensamientos». Y de nuevo dijo el abad Longinos: «Mi tercer propósito es huir de la vista de los hombres» .Y le conminó el abad Lucio: «Si no enmiendas antes tu vida, viviendo entre los hombres, tampoco viviendo solo conseguirás enmendarte».

* Decía el abad Macario: «El recordar el mal que nos han hecho los hombres, impide a nuestra mente el acordarnos de Dios. Pero si recordamos los males que nos causan los demonios, seremos invulnerables».

* El abad Matoés decía: «Satanás ignora qué pasión seducirá más a tu alma. Por eso siembra cizaña sin saber qué cosechará. Arroja unas veces semillas de impureza, otras de maledicencia y de todas las demás pasiones. Luego infiltra en el alma aquella pasión hacia la cual ve que se inclina más. Pues si supiera las inclinaciones del alma no sembraría en ella pasiones distintas y variadas».

* El abad Natira, discípulo del abad Silvano, se comportaba con moderación en lo relativo a las necesidades corporales mientras vivió en su celda del monte Sinaí. Pero cuando fue nombrado obispo de Farán se impuso un régimen mucho más austero. Y le dijo su discípulo: «Padre, cuando estábamos en el desierto, no te mortificabas tanto». Y le contestó el anciano: «Hijo, allí había soledad, quietud, pobreza, y por eso quería gobernar mi cuerpo para que no cayera enfermo y tuviese que buscar lo que no tenía a mano. Pero aquí en el mundo, existen toda clase se recursos, y si cayese enfermo, muchos vendrían a ayudarme para que no pierda mi salud».

* Un hermano salió en peregrinación del monasterio del abad Pastor y llegó a la celda de un anacoreta. Era hombre de gran caridad con todos y venían muchos a verle. El hermano le contó muchas cosas del abad Pastor y al conocer su virtud el eremita quiso visitarle. El hermano llegó a Egipto y algún tiempo después llegó a este país en peregrinación el citado ermitaño y se presentó ante aquel hermano que le había visitado anteriormente, pues éste le había indicado dónde moraba. Al ver al ermitaño, el hermano se extrañó y se llenó de alegría. El anacoreta le dijo: «Muestra tu caridad para conmigo y llévame al abad Pastor». El hermano lo llevó a su presencia y lo presentó diciendo: «Un hombre ilustre, de gran caridad y muy honrado en su país ha venido con el deseo de verte». El anciano Pastor le recibió amablemente y después de saludarle se sentaron. El peregrino empezó a hablar de las Sagradas Escrituras y de cosas espirituales y celestiales, pero el abad Pastor le volvió el rostro y no le respondió palabra. Al ver que no le hablaba, el eremita salió muy triste y dijo al hermano que le había acompañado: «He hecho el viaje en balde. He venido a ver al anciano y no se digna hablarme». El hermano entró en la celda del abad Pastor y le dijo: «Padre, este ilustre varón tan célebre en su país, ha venido por ti, ¿por qué no le hablas?». Y el anciano le contestó: «Es un hombre de arriba y habla de cosas del cielo. Yo soy de abajo y hablo de cosas de la tierra. Si me hubiese hablado de pasiones del alma ciertamente le hubiera respondido, pero si me habla de cosas espirituales, yo no sé de esas cosas». El hermano salió y dijo al eremita: «El anciano no habla fácilmente de la Escritura, pero si le hablas de las pasiones del alma responderá». El anacoreta, conmovido, entró de nuevo y dijo al abad: «Padre, ¿qué debo hacer, pues me dominan las pasiones?». El anciano le miró con alegría y le dijo: «Bienvenido seas ahora. Te hablaré de ello y oirás cosas interesantes». El otro, muy edificado, decía: «Éste es el camino de la caridad». Y se volvió a su país dando gracias a Dios por haber merecido ver y conversar con un varón tan santo.

* Un hermano dijo al abad Pastor: «He cometido un gran pecado y quiero hacer penitencia durante tres años». El abad le dijo: «¡Es mucho tiempo!». Y le dijo el hermano: «¿Me aconsejas que haga tan sólo un año?». «Es mucho», fue de nuevo la respuesta del anciano. Los presentes decían: «¿Acaso bastarán cuarenta días?». El anciano dijo de nuevo: «Es mucho tiempo». Y añadió: «Creo que cuando un hombre se arrepiente de todo corazón y no vuelve a cometer el pecado del que se arrepiente, Dios se contenta con tres días de penitencia».

* El abad Amón consultó en cierta ocasión al abad Pastor acerca de los pensamientos impuros y sobre los vanos deseos que nacen en el corazón del hombre. El anciano le respondió: «¿Acaso se jacta el hacha frente al hombre que corta con ella? (Is 10,15). Pues bien, tú no alargues tu mano a ellos y resultarán inofensivos».

* Sobre el mismo asunto le consultó el abad Isaías, y el abad Pastor le dijo: «Los vestidos encerrados en un baúl durante largo tiempo, se apolillan. Lo mismo ocurre a los pensamientos de nuestro corazón. Si no los ponemos por obra físicamente, desaparecen o se apolillarán con el tiempo».

* El abad José preguntó un día al abad Pastor: «¿Cómo hay que ayunar?». Y le contestó: «Me gusta que el que se alimenta coma con regularidad, pero privándose un poco para no saciarse». Y le dijo el abad José: «Pero cuando eras joven ¿no ayunabas dos días seguidos?». Y le respondió el anciano: «Créeme, he ayunado durante tres días y durante una semana, pero todo esto lo experimentaron los ancianos más notables y descubrieron que es bueno comer todos los días, privándose un poco cada día. Y nos dejaron este camino real, que es más llevadero y más fácil».

* Decía el abad Pastor: «Si un hombre peca y no lo niega, sino que lo reconoce y dice: "He pecado", no le reprendas, pues destruirás su buen propósito. Por el contrario, dile más bien: "No te entristezcas, hermano, ten cuidado en adelante" y anímale a hacer penitencia».

* El abad Pastor dijo: «La prueba es un bien. Las pruebas hacen a los hombres más experimentados».  Dijo también: «El que enseña una cosa y no hace lo que enseña, se parece a un pozo que sacia y limpia a los demás y no puede lavarse a sí mismo. Todas las impurezas e inmundicias se quedan en él».

*  Decía también: «Es hombre aquel que se conoce a sí mismo». Y añadió: «Hay personas que parecen guardar silencio, pero su corazón condena a los demás. En realidad están hablando sin cesar. Otros hablan desde la mañana hasta la noche y sin embargo guardan silencio». Esto dijo porque él nunca hablaba más que para el provecho de los que oían.

* Dijo también: «Supongamos que tres hermanos viven juntos. Uno de ellos practica a la perfección la hesyquia y el recogimiento. El otro está enfermo pero da gracias a Dios. El tercero, con sincero corazón sirve a los otros dos. Pues bien, los tres son semejantes en el premio de su vida, como si los tres hiciesen lo mismo».

* Decía también: «El mal nunca ha expulsado al mal. Si alguno te hace algún mal, hazle tú un bien, para destruir su mal con tu buena acción».

* Dijo también: «El que se queja, no es monje. Devolver mal por mal no es propio de un monje. El iracundo, no es monje».

* Un hermano vino al abad Pastor y le dijo: «Me vienen muchos malos pensamientos y me pongo en peligro». Entonces el anciano le empujó hacia el aire libre y le dijo: «¡Despliega tu vestido y encierra en él el aire!». El hermano respondió: «¡No puedo hacer tal cosa!». Y repuso el anciano: «Pues si no puedes hacer eso, tampoco puedes impedir que te vengan los malos pensamientos, pero lo que si puedes hacer es resistirlos».

* Un hermano vino al abad Pastor y le hizo la siguiente consulta: «Me acaban de enviar la parte de la herencia que me corresponde, ¿qué hago con ella?». El abad Pastor le dijo: «Vete y vuelve dentro de tres días y entonces te contestaré». El hermano volvió el día señalado, y el anciano le dijo: «¿Qué quieres que te diga hermano? Si te digo que lo des a una iglesia, los clérigos se lo gastarán en suculentas comidas. Si te aconsejo que se lo des a tus familiares, no tendrás recompensa alguna. Pero si te recomiendo que se lo des a los pobres, te sentirás seguro. Vete y haz lo que quieras, yo no tengo ningún interés en este asunto».

* El abad Pastor contó este dicho del abad Amón: «Hay personas que llevan un hacha toda su vida y son incapaces de talar un árbol. Otros saben cortar y con pocos golpes derriban un árbol. Este hacha, añadía, es la discreción».

* El abad Abraham, discípulo del abad Agatón, preguntó al abad Pastor: «¿Por qué me atacan de esta manera los demonios?». Y le contestó el abad Pastor: «¿Te atacan los demonios? Los demonios no nos atacan cuando hacemos nuestra propia voluntad, porque nuestra voluntad entonces se ha identificado con la de los demonios y ellos nos empujan a cumplirla. ¿Quieres saber con quién luchan los demonios? Con Moisés y los que se parecen a él».

* Dijo el abad Paladio: «El alma que desea vivir según la voluntad de Cristo, debe aprender con cuidado lo que no sabe y enseñar con claridad lo que sabe. El que no quiere hacer ninguna de estas cosas pudiendo hacerlo, es un insensato. El apartarse de Dios empieza por el hastío de la doctrina, cuando ya no se busca aquello que anhela el alma que ama a Dios».

* Decía Santa Sinclética: «Los que amasan riquezas materiales con su trabajo y con los peligros del mar, cuanto más han ganado más quieren tener. Estiman en nada lo que tienen y tienden con toda su alma hacia lo que les falta. Nosotros que no tenemos nada de lo que deberíamos buscar, no queremos adquirir lo que necesitamos para alcanzar el temor de Dios».

* Dijo también: «Existe una tristeza útil y una tristeza dañosa. La útil nos hace llorar nuestros pecados y las debilidades de nuestro prójimo para que no desfallezcamos en nuestro deseo de perfección. Este es el carácter de nuestra verdadera tristeza. Existe otra tristeza que viene del enemigo. Este nos inspira, sin motivo alguno, una tristeza que llaman tedio. Hay que echar fuera este espíritu con oraciones y salmos frecuentes».

* Decía también: «Una dura abstinencia puede ser sugerida por el demonio, pues también sus secuaces la practican. ¿Cómo distinguiremos, pues, la abstinencia de procedencia divina, la verdadera, de la tiránica y diabólica? Evidentemente por la moderación. Guarda durante toda tu vida una misma regla para tu ayuno. No ayunes cuatro o cinco días seguidos para perder luego tu virtud con abundantes comidas. Esto alegra al demonio. Lo que se hace sin mesura es corruptible. No gastes todas las municiones de una sola vez, si no quieres verte desarmado y ser hecho prisionero. Nuestro cuerpo es el arma y nuestra alma el soldado. Vigila al uno y a la otra, para que estés preparado para cualquier eventualidad».

* El abad Hiperequios dijo: «El verdadero sabio es aquel que enseña a los demás con sus obras, no con sus palabras».

* Decía un anciano: «Las palabras solas no bastan. Hoy hay mucha palabrería en los hombres de nuestro tiempo. Pero se necesitan obras. Estas son lo que Dios busca, no palabras que no dan fruto.»

*  Dijo un anciano: «Si alguno hace una cosa siguiendo su voluntad, buscando lo que no es según Dios, si lo hace por ignorancia podrá después volver al camino del Señor. Pero el que se obstina en seguir su voluntad y no la de Dios, y no quiere escuchar a los demás porque se fía de su propio saber, éste difícilmente llegara al sendero del Señor».

* Dijo un anciano: «El hombre que habla, pero no tiene palabras, se parece a un árbol cubierto de hojas, pero que no tiene frutos. Así como un árbol que está lleno de frutos, también tiene hojas, de igual modo, el hombre que hace obras buenas, hablará en consecuencia».

*Un hermano preguntó a un anciano: «¿Cómo puedo encontrar a Dios? ¿En los ayunos, en el trabajo, en las vigilias o en la misericordia?». Y el anciano le contestó: «En todas esas cosas que has enunciado y en la discreción. Porque te digo que muchos castigaron su carne, pero como lo hicieron sin discreción se fueron con las manos vacías. Nuestra boca huele mal a causa del ayuno, sabemos toda la Escritura y recitamos de memoria a David; pero no tenemos lo que Dios busca, es decir, humildad».

* Un hermano preguntó a uno de sus Padres: «Si me dejo vencer por el sueño y se me pasa la hora del oficio, mi alma, avergonzada, no se atreve a recuperarlo». Y el anciano le dijo: «Si te duermes hasta la mañana, cuando te despiertes, levántate, cierra las puertas y ventanas y recita tu oficio, porque escrito está: "Tuyo es el día, tuya también la noche" (Sa 74,16). Todo tiempo es bueno para dar gloria a Dios».

* Decía un anciano: «Un hombre come mucho pero se queda con hambre. Otro come poco y queda saciado. Pues bien, el que come mucho y queda con hambre, tiene mayor recompensa que el que come poco y se sacia».

* Un anciano dijo: «Si te sucede tener con otro hermano unas palabras desagradables, y él lo niega diciendo: "No he dicho esas palabras", no discutas con él ni le respondas: "Sí, las has dicho", porque se enfadaría y te dirá: "Sí, las he dicho, ¿y que?"».

* Decía un anciano: «El monje no debe oír a los que hablan mal de otros, ni ser él mismo detractor, ni escandalizarse».

* Un anciano dijo: «No te agrade todo lo que te digan, ni te prestes a cualquier conversación. Sé tardo para crecer y pronto para decir la verdad».

* Decían algunos ancianos: «Al principio, cuando nos reuníamos para hablar de cosas de provecho para nuestras almas, nos levantábamos más animados y nos acercábamos al cielo. Ahora nos reunimos para murmurar y nos arrastramos mutuamente al abismo».

* Otro Padre decía: «Si nuestro hombre interior vigila, podrá cuidar al hombre exterior. Pero si no es así, ¿cómo podremos guardar nuestra lengua?». El mismo Padre dijo: «La obra espiritual es necesaria, pues para eso vinimos. Cuesta mucho trabajo decir con la boca lo que no cumplimos de obra».

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