Martes, 14 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Una homilía fundamental


El sacerdocio sufre el triple acoso de la cultura antitea: La tentación de la relajación, el azote de la calumnia y la incitación seudo-profética a subvertir, acomodándolo al mundo, el anuncio evangélico. Son los tres ataques programados por el abismo que convergen hoy sobre nuestros sacerdotes.

por J.C. García de Polavieja

Opinión

La enseñanza impartida por el Papa Benedicto XVI a los miles de presbíteros congregados en Roma, durante la Misa de clausura del Año Sacerdotal (11 de Junio del 2010) conviene repasarla y difundirla como una de las más importantes lecciones dadas a la Iglesia y al mundo sobre el sacerdocio cristiano en todos los tiempos. Ésta afirmación no parecerá exagerada en absoluto a quienes reconocen el escenario histórico en que ha sido pronunciada. Porque esta orientación, de reconfortante fidelidad al Señor, se ofrece al ministerio sustantivo de la Iglesia en el momento crítico en que el sacerdocio sufre el triple acoso de la cultura antitea:
 
La tentación de la relajación, el azote de la calumnia y la incitación seudo-profética a subvertir, acomodándolo al mundo, el anuncio evangélico, son los tres ataques programados por el abismo que convergen hoy sobre nuestros sacerdotes.
 
Ser sacerdote en estos tiempos recios – más «recios» que nunca lo fueron ningunos otros – es ciertamente tarea sobrehumana. Porque los servidores de Cristo no se enfrentan hoy a la habitual sugestión del mundo, la vieja mordiente de la soberbia y la sensualidad, sino al sofisticado icono parlante de la Bestia que intenta marcar al rojo tanto a ovejas como a pastores (Ap 13, 1516) Benedicto XVI recuerda que Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad, para que no nos extraviemos en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado... Explica que junto a la vara, los sacerdotes disponen del cayado que ayuda a atravesar los lugares difíciles. Abrirle al Señor los corazones requiere ahora, con frecuencia, acompañar al rebaño por los pagos de un mundo intervenido o virtual, donde únicamente las mejores armas espirituales pueden salir airosas.
 
La calumnia tampoco es hoy aquel bulo pagano, tan burdo como increíble. Ni siquiera reproduce el denuesto de los siglos iluminados que desterraron a Dios a la lejanía del éter, según explica el Papa... Ahora sufrimos, sacerdotes y seglares, el impacto sistemático de una maquinaria programada para esgrimir contra nuestro crédito no solo los horrendos crímenes que ella misma provoca, sino también la más mínima debilidad, inevitable por nuestra condición pecadora. Dios perdona, pero el enemigo – el término es del Papa – ha dispuesto una documentada sucursal terrestre de su oficina acusadora.
 
Ser sacerdote en estos tiempos es tarea sobrehumana, pero el sacerdocio puede y debe revestirse de una fortaleza sobrenatural: El perenne fundamento así como el criterio valido de todo ministerio sacerdotal es el Corazón de Cristo, en el cual debe estar anclado y ser vivido a partir de Él. Estar «anclado en el Corazón de Cristo» no significa encerrarse en la vida mística o contemplativa, sino afianzarse en la comunión de vida con Jesús, en compañía de María, para alimentar un espíritu capaz de servir como instrumento al Señor. Vivir el ministerio sacerdotal a partir del Corazón de Cristo no supone exclusivamente exhibir los signos externos de ésta devoción sino, sobre todo, fijar en Cristo y en su Amor misericordioso la mirada cotidiana para impregnarse de caridad profética. El kerigma se proyecta en estos tiempos mejor con el ejemplo y el gesto que con la palabra, sin que ésta, bien fundamentada, pueda abandonarse. Los fieles que han sido confiados al presbítero necesitan ahora una tensión permanente de conversión, en la cual tienen que estar precedidos por sus pastores en una medida invisible pero espiritualmente consistente. «Necesitamos sacerdotes santos» quiere decir, obviamente, que necesitamos sacerdotes con voluntad firme de llegar ser santos. La santidad sacerdotal quizá se exprese ahora como perseverancia en un trabajo extenuante, incomprendido, localizado, y normalmente desprovisto de brillo humano. Es una santidad que parece necesario tejer con los mimbres de la paciencia, la renuncia y el agotamiento. Por eso Benedicto XVI la explica con palabras del primer sacerdote: Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).
 
El desafío mayor para nuestros sacerdotes quizá sea la incitación del seudo profetismo a falsear el Evangelio. Los cánticos de sirena que llaman a congraciarse con la cultura dominante; cultura de muerte y de aberración decadente; reelaborando un evangelio desprovisto de aristas. Anunciando un Jesucristo deforme, amputado de su divinidad y profeta de una caricatura de amor, retorcida contra la voluntad del Padre. Las tentaciones hedonistas y los flagelos calumniosos parecen dispuestos como golpes preliminares, como drogas para ablandar la fibra sacerdotal predisponiéndola para ésta falsificación. Se convoca, en muchos casos sin el menor rebozo, a pregonar un «amor» desentendido de la ley – de aquella Ley que Jesús no vino a derogar sino a cumplir (Mt 5, 17) – y a someter la norma moral divina, prerrogativa exclusiva del Creador (Gen 3, 3) al programa de autosuficiencia inmanente. Se pretende reeducar al sacerdocio en una espiritualidad de la tolerancia que no es otra cosa que sumisión al poder del mundo. Por ello el Papa glosa valientemente el Salmo 23 (22):
 
Aunque fuese por valle tenebroso,
ningún mal temería,
pues tu vienes conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan. 
 
Benedicto XVI confirma que el pastor necesita una vara contra las bestias salvajes que quieren atacar el rebaño; contra los salteadores que buscan su botín. Advierte a así a los sacerdotes contra la presencia de estas bestias (cf Ap 13) y sobre los peligros que corre el rebaño que se les ha confiado. La ambivalencia vara-cayado, explica el Papa, significa que la caridad puede requerir algunas veces un inflexible rigor, aunque deba transformarse en otras ocasiones en cayado que ayude a los hombres a caminar por senderos difíciles y a seguir a Cristo. La reprensión, el ruego y el exordio pueden no ser suficientes, requiriéndose entonces la disciplina del castigo. Una disciplina para la cual los pastores disponen de los medios canónicos necesarios. Tanto la vara como el cayado están dentro del ministerio de la Iglesia. También la Iglesia, como tal, debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la Fe de los farsantes, contra las orientaciones que son en realidad desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la Fe, como si nosotros inventáramos la Fe autónomamente... No se pueden decir las cosas con mayor claridad. Estas palabras del Vicario de Cristo son un aviso para navegantes que no debería ser despreciado en los momentos delicados que vive la Iglesia. Son una descalificación rotunda a las falsificaciones seudo proféticas que proliferan en algunos sectores. El Papa advierte a los farsantes – calificativo muy preciso teológicamente (Ap13, 11) - que desorientan al rebaño, y lo hace con meridiana claridad: Al rechazar la tolerancia hacia los comportamientos indignos de la vida sacerdotal junto con la otra tolerancia que deja proliferar la herejía, ambas merecedoras igualmente de la vara, está demostrando que no se ha dejado engañar por la sofística desplegada en los últimos meses...
 
Benedicto XVI acredita, una vez más, su lealtad sin fisuras a Cristo en medio de la tempestad, con esta homilía y con este lenguaje de verdadero padre y pastor. Demuestra que la claridad pastoral es la primera dimensión semántica de la caridad. Y proporciona al sacerdocio católico una gama preciosa de indicaciones, llamadas a proteger la marcha de la Iglesia por el «valle tenebroso» hacia el cercano, radiante, inminente, abrazo del Señor.
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