¿Quiénes son los que «hostigan»?
Cuando, esta mañana, he leído la Tercera de ABC, sobre la conversión de Ignacio de Loyola, el de la pregunta definitiva “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”, y he visto el titular de la portada del mismo periódico, “El PSOE pide cárcel para los provida que combatan el aborto”, no he podido menos de ponerme a rezar en silencio, porque estoy más que convencido de que esto no tiene otro arreglo que la oración.
De modo que el otrora Partido Socialista Obrero Español propone ahora nada menos que cambiar el Código Penal para castigar con hasta un año de prisión a quienes “hostiguen” a las mujeres que van a esos centros de exterminio llamados “clínicas abortistas” para asesinar al hijo que llevan en sus entrañas. Pero, vamos a ver, aquí ¿quiénes son los que “hostigan”? Ésto no es ya que “a España no la va a reconocer ni la madre que la parió”, que dijo aquel Guerra que ahora se rasga hipócritamente las vestiduras y proclama “No es esto, no es esto…”; esto lo que es el mundo al revés.
Hasta hace todavía un puñado de años, a la cárcel los que tenían que ir -e iban- eran los delincuentes, los asesinos de niños, los terroristas, y ahora resulta que se pide cárcel para quiénes intentan no “hostigar”, sino salvar vidas de seres humanos. ¿Cuánto van tardar en pedir la cárcel para los médicos que se hicieron profesionales de la Medicina para salvar vidas y no para acabar con ellas, a través de la mal llamada “eutanasia”? ¿Ésta sería, tal vez, la superioridad moral de la izquierda líquida y gaseosa?
Verán ustedes, señores y amigos: aparte de las dos Españas de toda la vida, las del rencor y el odio, hoy tenemos dos Españas paralelas, incomunicadas y, lo que es peor, incomunicables. La de un mal llamado Gobierno, mendaz e indigno, con todo su cutre mariachi de parásitos paniaguados, que son legión, y que, por suicida e incomprensible complicidad de quienes nunca debieron permitirlo, disponen de la mayoría de los medios que manipulan a su antojo y capricho, y la de la mayoría silenciosa, calladita, cobardica, que traga sin reaccionar carros y carretas -un sapo cada desayuno-, que madruga y no puede llegar dignamente a fin de mes, ante el pitorreo y recochineo de quienes se tronchan de risa y de prepotencia desde sus casoplones, aviones privados, helicópteros y visitas y más visitas a la falsorra panacea de Bruselas, que una vez, como España, tuvo raíces y ya no sabe ni cuándo ni dónde las perdió. ¿A dónde han ido a parar los “sótanos espirituales de España”, de los que hablaba aquel vasco y español genial que fue don Miguel de Unamuno?
Ante esta casta parasitaria que se reparte un Estado y una nación en tristísima almoneda, en penosa subasta de todo a cien, al mejor postor, ante esa rebeldía domesticada y de boquilla de unos cuantos, ante este nuevo feudalismo digitalizado, ante esa red -las redes para la único que han servido siempre es para pescar-, la única esperanza segura que le queda a la gente bien nacida es la palabra que no defrauda y que escuchábamos ayer mismo, en el evangelio de la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad: “Yo estoy siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos”.
Lo que pasa es que hay que creérselo de verdad. Ya sé que a ese mundo al revés le trae al fresco la Palabra de Quien es el Camino, la Verdad y la Vida, pero también sé que a Él no le traen al fresco ellos, y sé también que “no prevalecerán”. No cuentan ni con la gracia ni con la oración, pero cuando le ven las orejas al lobo, entonces ya es otro cantar. Si pudieran hablar las unidades de cuidados intensivos…
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