Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Apocalipsis Now: optimismo cristiano


por Carmen Castiella

Opinión

Se usa el término “apocalíptico” de un modo despectivo, también entre los creyentes. Ponerse dramático siempre ha sido de mal gusto. La dictadura de lo políticamente correcto impone ahora un optimismo vacío que grita “¡Unidos venceremos!”, en lugar de reconocer que esto se nos ha ido de las manos y que esta pandemia ha sido una catástrofe por la cantidad de vidas humanas y puestos de trabajo que ya se ha cobrado.

Mi marido y yo hemos pasado el coronavirus en las últimas semanas tras varios positivos en nuestro entorno laboral, aislados en casa con los niños, con fiebre alta y síntomas varios, mientras él tramitaba el ERTE de la empresa familiar. Son tiempos recios para todas las familias. El dolor de quien haya perdido a sus padres sin haberles podido acompañar me parece espantoso. El dolor de la humanidad entera nos duele a todos. Por eso, por respeto a nuestros muertos, me niego a unirme al pensamiento único que nos impone hacer las tablas de gimnasia frente a la tele de par de mañana mientras cantamos Resistiré y  gritamos “¡Unidos podemos!” y, por la noche, aplaudir al personal sanitario en lugar de rebajar el tono épico y centrarnos en lo que ellos están pidiendo a gritos: material de protección, porque quizás los sanitarios de este país no quieran ser los héroes en los que les hemos convertido a la fuerza.

El gregarismo vacío es enemigo de la unidad.  El aplauso de las ocho es un momento bonito para darnos ánimos entre los vecinos. Por supuesto. Ponemos música, bailamos y aplaudimos a Dios levantando la mirada al Cielo. Respecto al deporte, yo personalmente lo necesito y estos días me apaño como puedo corriendo dentro de casa, también procuro ver lo bello y luminoso de la vida, pero no comparto ese grito vacío y repetido hasta la saciedad de que “unidos venceremos”, porque de ésta solo nos va a sacar Dios. A nosotros se nos ha ido de las manos. A nivel social, hay que bajar la cabeza y reconocer que esta pandemia ha sido una masacre de vidas y puestos de trabajo y rebajar tono épico a nuestra lucha. Si Dios no entra en escena, no hay héroes que valgan. Serán becerros de oro que nos impidan nuevamente levantar la mirada al Cielo. Su fuerza se manifiesta en nuestra debilidad.

Me vienen a la cabeza estos días las palabras de San Pablo en el areópago de Atenas: "Con el fin de que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraran; aunque no está lejos de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos". 

¡Pobre humanidad nuestra, siempre "distraída"!

También me he acercado con curiosidad estos días al Apocalipsis de San Juan, un libro bellísimo, misterioso y lleno de esperanza. No soy experta ni aficionada si quiera a los temas “apocalípticos”. El milenarismo, ya sea el atenuado o el herético condenado por la Iglesia, siempre me ha producido rechazo. Dicho esto, creo que si este libro forma parte de la Biblia es porque nos conviene su lectura en todo tiempo. Si no, habría sido un libro sellado y su lectura reservada al final de los tiempos, tal y como están selladas sus copas y sus dragones… Quizás cada generación tenga que vivir su propio Apocalipsis. De hecho, en el libro las calamidades se van repitiendo de forma cíclica como llamada a la conversión. Desde un punto de vista literario, es “majestuosamente dramático” pero no desbordado, siempre elegante y contenido como la Escritura. Lleno de poesía, imágenes extrañas y misterio. Pero, sobre todo, lleno de luz, belleza y esperanza. Me ha sorprendido mucho la lectura pausada del libro. San Juan no es un profeta de calamidades sino el profeta de la victoria de Cristo. El experto en Sagrada Escritura Jesús San Clemente afirma que “el Apocalipsis es, además del Evangelio de los últimos tiempos, el libro del optimismo cristiano”.

Simplificando mucho, saco estas conclusiones de su lectura:

-Dios pone límite al mal. Desde una perspectiva bíblica, Dios permite grandes pruebas para la purificación de las sociedades en las que el mal ha tomado demasiada fuerza. Esta es una constante cíclica e innegable en la Escritura. En nuestra sociedad postmoderna, el mal, disfrazado casi siempre de bien, lo va invadiendo todo. El “seréis como dioses” no se puede llevar más lejos. Educar a nuestros hijos en una cultura casi tóxica es una labor titánica. Estos últimos años hemos vivido inmersos en una profunda batalla espiritual, mientras a nivel humano-material estábamos anestesiados  en el confort del estado del bienestar y el ruido de la tecnología. Anestesiados para no sentir que las aguas estaban cada vez más cerca del cuello.

-Dios solo permite el mal si va a sacar un bien mayor. Las calamidades descritas en el libro son siempre una llamada a la conversión de sus elegidos. Los jinetes del Apocalipsis, las copas con sus plagas, el dragón encadenado… están atados y sellados mientras Dios no dé su permiso para liberarlos por un tiempo. Es decir, necesitan el “permiso de Dios” para purificar a la humanidad. Por tanto, no sucumbamos a la tentación del caos, la confusión, la perplejidad y la desesperanza. Nuestros cabellos están contados. Nuestros muertos están contados. Ni una lágrima se ha perdido. Dios permite el dolor conociendo cada milímetro de la cruz que cargamos cada uno. Nos duele el dolor de nuestros hermanos pero a Él le duele más que a nosotros. Para nuestra purificación personal y social es necesario pasar por esto.

-La victoria final es de Cristo. Por la cruz a la Resurrección. El Apocalipsis es de una enorme belleza al describir la victoria del Cordero, el trono del que sale un río caudaloso. La felicidad infinita de la vida en Dios. Las últimas palabras de la Escritura son: “Ven Señor Jesús”.

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