Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

La selectividad: un hito de ayer y hoy


Si sabios como Einstein seguían estudiando y afirmaban "yo sólo sé que no sé nada", ¿cuánto más nosotros, estudiantes en la carrera de la vida?

por José F. Vaquero

Opinión

Llega la época más temida para los futuros universitarios, esos que empezarán su vida universitaria en pocos meses. Los alumnos de segundo de bachillerato se enfrentan estos días, o la semana que viene, a los exámenes de selectividad. Dos días en los que se resumen los quince años de vida académica, además de humana y social.

Ante este corte de caja, este premio de la montaña en la carrera ciclista de la vida, la actitud de los adolescentes es variopinta y variada. Unos tienen muy claro qué quieren estudiar, ansían un futuro profesional concreto, como arquitectos, médicos, abogados o periodistas. Otros sueñan con un futuro más amplio, menos definido: quiero ser empresario, investigador, hacer algo por los demás. Y otros miran al futuro de modo incierto y con unas perspectivas amplias, casi difusas: ya veré qué voy a estudiar, según los resultados de la selectividad y lo que me vayan aconsejando.

Un periodista hablaba de este examen como el momento que determinará el futuro de estos jóvenes. ¿Una determinación seria, fuerte, cerrada? ¿Hasta qué punto decidirá el futuro profesional, y sobre todo humano? No cabe duda de que es un momento importante, un hito para evaluar qué se ha aprendido. Pero más allá de los contenidos, y también con la perspectiva de los años, creo que muchos lectores coincidirán en dar importancia a algunas materias concretas.

Primera asignatura: lectura (escucha) y comprensión. Recientemente un profesor aseguraba que más del 60 por ciento de los errores en problemas de matemáticas proceden simple y llanamente de no haber leído y entendido el problema. ¿Qué es más importante, saber la fórmula o entender el problema?tendiendo un problema no llegamos a la solución, pero caminamos en buena dirección. La lectura y comprensión de una situación profesional es la base, el punto de arranque para afrontarla correctamente. Y cuántos errores profesionales, propios o ajenos, proceden de no haber leído, no haber escuchado o atendido al problema.

Segunda asignatura: filosofía. No hago alarde de la filosofía (como asignatura académica), asignatura que a unos les gusta y a otros no. Esta asignatura tiene un contenido superficial, que recorre la figura de ciertas personas, a quienes llaman “filósofos”: Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Sartre, Heidegger... Pero esta asignatura, y cualquier otra, tiene un contenido profundo de filo-sofía, de amor a la sabiduría, de búsqueda de la verdad mediante el pensamiento. El estudiante, y luego el trabajador, debe amar la verdad, la verdad de un dato científico por encima de una opinión, la verdad de un dato histórico por encima de una ideología, la verdad de una noticia por encima de una manipulación. Un médico, después de una carrera en la que ha trabajado por destruir la vida humana, y poco por defenderla, reconocía admirado hasta qué punto puede venderse por dinero. ¿Ahí hay amor a la sabiduría, amor a la verdad, o amor al dinero por encima de cualquier principio?

Tercera asignatura: Educación “cívica”, o mejor dicho humana. Los sabios griegos y romanos no dictaban lecciones y apuntes a sus alumnos. Hoy además esa parte de transmisión de datos y hechos es muy sencilla: tenemos al alcance de un clic mucha, demasiada información. Los sabios clásicos centraban su trabajo intelectual en la educación, en la conducción hacia la sabiduría y la felicidad. Educar es llevar a esos seres humanos hacia el crecimiento como personas, como seres racionales y cordiales. El hombre, trino por naturaleza, es inteligencia, voluntad y corazón. Y olvidar o minusvalorar cualquiera de esas tres patas tendrá consecuencias negativas en los años sucesivos, de universitario, de joven, de hombre o mujer adulto, de padre o madre. Sin esa sana antropología, y la antropología es el estudio del hombre, el estudio humano, el banco se cae y la imagen trina queda deformada.

Cuarta asignatura: trabajo. Este término provoca muchas tensiones en nuestra sociedad actual. Tensiones en un primer momento por la falta de trabajo, a pesar de que empezamos junio un poco mejor. Tensiones por las malas perspectivas de trabajo para los jóvenes que intentan entrar en el mundo profesional. Y más tensiones para los jóvenes que se plantean qué camino profesional elegir, con las malas perspectivas que hay para el mundo laboral. El trabajo al que me refiero, sin embargo, no es éste, ya de por sí importante. Me refiero al esfuerzo, a la exigencia, a la constancia, al empeño en el trabajo diario de cada día. Los deberes, los exámenes, las pruebas, forman al estudiante por el aprendizaje y la demostración de conceptos. Pero le forman, sobre todo, por la constancia, seriedad y empeño en su labor concreta, a veces aburrida, pero siempre productiva para el crecimiento humano y moral.

Parece que la nueva ley de educación incide más en esta asignatura; bienvenida sea. Ciertamente, lo principal es el grado en el que la aprendan y practiquen los estudiantes, y el apoyo y exigencia, firme pero a la vez cordial, de sus profesores (en los colegios) y de sus padres (dentro y fuera de casa). Si el mundo profesional se mide en exigencia, trabajo, productividad, competencia, ¿por qué vamos a quitar estas asignaturas del curricullum académico, de las material que debe aprender y asimilar en el colegio y en la universidad?

La selectividad, amén de un examen de información para los jóvenes de 18 años, debería ser un examen de formación para hombres y mujeres de todas las edades. Si sabios como Einstein seguían estudiando y afirmaban “yo sólo sé que no sé nada”, ¿cuánto más nosotros, estudiantes en la carrera de la vida?
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