Rara victoria de la corrección fraterna
Guy de Kerimel, arzobispo de Toulouse, objeto de polémica mundial por un desconcertante nombramiento.
Noticia de alcance: ¡la corrección fraterna funciona!
Hace más de un mes, el arzobispo de Toulouse, Guy de Kerimel, tomó la terrible decisión de designar como canciller de su archidiócesis a un condenado por violación. Explicó que se había “puesto del lado de la misericordia”, dado que tras cumplir su pena de prisión por el crimen, el sacerdote Dominique Spina seguía siendo inhábil para todo ministerio pastoral ordinario.
El nombramiento produjo rabia y sorpresa. ¿De verdad era posible que, después de años de escándalo por los abusos del clero, un arzobispo pudiese mostrar tal simpatía por el abusador ignorando el impacto de su decisión sobre los abusados? Es cierto que ayudar a un pecador en el camino de la redención es un acto de misericordia, pero darle a un sacerdote desacreditado un cargo público relevante -esto es, promocionarle- demostraba una insensibilidad pastoral que cuesta concebir.
¿Cómo se abordaría, en una Iglesia sana, un error tan flagrante? Un obispo goza de indiscutible autoridad para sus nombramientos. El Vaticano es (y debe ser) reticente a interferir en los asuntos diocesanos. Los editoriales indignados y las protestas de los laicos tienen poco efecto, en particular si el obispo infractor es impermeable a la opinión pública.
Pero un obispo es miembro de un colegio -el colegio de obispos-, y aunque no está sujeto a la autoridad de la conferencia episcopal, sí está sujeto a la persuasión moral, a la corrección fraterna.
Presumiblemente, algunos obispos franceses (y quizá obispos de otros países) contactaron de forma reservada con el arzobispo De Kerimel y le advirtieron sobre el daño que estaba haciendo a la credibilidad de todos.
Dos semanas después del nombramiento, el obispo de Viviers, Hervé Giraud, hizo pública su crítica, diciendo que estaba “horrorizado” por el nombramiento de Spina.
El 10 de agosto, en una declaración pública para la que no encuentro precedente, el presidente y el vicepresidente de la conferencia episcopal francesa instaron con firmeza al arzobispo De Kerimel a reconsiderar su nombramiento: “Tal nombramiento para un puesto canónica y simbólicamente tan importante no puede sino reabrir heridas, reavivar sospechas y desconcertar al Pueblo de Dios”.
¡La declaración funcionó! A finales de esa semana, el arzobispo De Kerimel anunció que el padre Spina había renunciado a su nuevo puesto y había sido nombrado un nuevo canciller.
¿Cuántas veces, en el último cuarto de siglo, los católicos fieles han suplicado a sus obispos que llamasen al orden a un compañero problemático? ¿Cuántas veces la Iglesia podría haberse ahorrado el escándalo si los obispos hubiesen reprendido a sus colegas antes de que sus fechorías llegasen a los titulares? ¿Cuántas veces se le habría ahorrado a los fieles la confusión si los obispos hubiesen estado dispuestos a reprender a sus compañeros por hacer afirmaciones incorrectas sobre las enseñanzas de la Iglesia?
Quizá, concretando más, ¿con cuánta frecuencia los obispos se han abstenido de criticar públicamente a sus colegas por temor a dañar la unidad del colegio episcopal? La unidad entre los apóstoles y sus sucesores se fundamenta en la unidad de fe, y cuando la fe está en peligro, el mejor servicio a la unidad es una defensa nítida de la verdad.
Corrección fraterna… ¡Dadle una oportunidad!
- Publicado en Catholic Culture.
- Traducción de Carmelo López-Arias.