Garabandal, en el año jubilar de la esperanza

Hace dos días que acabo de llegar de San Sebastián de Garabandal, acompañando una nueva peregrinación a este excepcional lugar de gracia y de encuentro con Dios. Un lugar en el que los peregrinos que acudimos allí experimentamos siempre de nuevo la solícita acogida de nuestra Madre del Cielo, que en este lugar sale al encuentro de sus hijos revelándonos su identidad más profunda: “Yo soy vuestra Madre”. 

Junto con esta acogida de nuestra Madre celestial, experimentamos también la acogida de la Iglesia, en su parroquia de San Sebastián y en su párroco, solícito también en acoger siempre a los muchos peregrinos que semana tras semana nos acercamos a este rincón de la montaña cántabra para encontrarnos a través de la Madre de la Iglesia con el amor de Dios, en su Hijo, y recibir la paz de la que estamos profundamente necesitados en medio de este mundo agitado, polarizado, herido por el pecado, por el olvido de Dios y el desamor, y lleno de conflictos.

Cada vez que regresamos después de pasar unos días allí, volvemos con el mismo gozo que hizo saltar a Juan el Bautista en el seno de su madre Santa Isabel, cuando “la Virgen fue aprisa a la montaña” para encontrarse con ella, comunicarle el gozo de la esperanza que ella llevaba en sus entrañas, y acompañarla con su amorosa solicitud.

En Garabandal ella nos da a su Hijo, realmente vivo y presente en el sacramento de su asombrosa cercanía y de su incomparable amor por nosotros, en la Eucaristía. 

Ella, que como mujer eucarística y como primera custodia de la historia lo ha llevado en su seno, nos lo ha dado a luz para nosotros en Belén y nos lo sigue dando en el misterio de la Eucaristía; que lo acompañó como su primera y más perfecta discípula, alimentándose de cada una de sus palabras, de sus gestos, y de sus obras, y asociándose especialmente a Él y a su Sacrificio Redentor en la Cruz, haciéndose una con Él y colaborando con Él de manera perfecta en nuestra Redención, asociando sus propios dolores a los de su Hijo; que tras la ascensión de su Hijo lo acogía, se alimentaba de Él y lo adoraba junto con los discípulos en la “fracción del pan”... nos lo da ahora también siempre de nuevo en cada Eucaristía y cada vez que estamos con Él en adoración.

Además, como buena Madre de sus hijos, nos ayuda a reconciliarnos entre nosotros y con el Padre, indicándonos el sacramento de la confesión como el lugar donde ordinariamente se realiza nuestra conversión y nuestro proceso de reconciliación con el Padre y con la Iglesia, y nos invita a perseverar en la vida de Dios con la oración, el sacrificio y la penitencia.

Como sacerdote, siempre experimento cómo ella, en tantos santuarios suyos y también en Garabandal, mueve los corazones de sus hijos al encuentro con su Hijo, a romper con el pecado, a acoger el don de la conversión y a decidirse por una vida nueva en Dios.

Una vez más he experimentado en esta peregrinación la actuación de una gran gracia que ha venido en nuestra ayuda y nos ha renovado.

En este día en que celebramos el 64º aniversario del primer mensaje de nuestra Madre y el 60º de su segundo y último, quiero dejar este testimonio humilde y agradecido por las maravillas que nuestra Madre ha hecho en este lugar, está haciendo, y tiene prometido hacer.

Me parece providencial que el 60º aniversario de su segundo mensaje, y fin de las apariciones, coincida con el Año Jubilar de la Esperanza. 

Garabandal es un precioso mensaje de esperanza, de que Dios no abandona a su pueblo, que lo llama siempre de nuevo con amor a volver a Él para en Él tener vida, vida plena, vida eterna, en este mundo y por toda la eternidad. Un mensaje que prolonga el mensaje de esperanza de Fátima de que el mal no prevalecerá y de que, como afirmó nuestra Madre allí: “Al final mi Corazón Inmaculado triunfará”.