Julio Meinvielle, pastor y maestro
Sus obras continúan estudiándose.

Julio Meinvielle (1905-1973) ejerció una notable influencia sobre un amplio sector del catolicismo argentino durante varias décadas, que se prolonga hoy a través de sus obras.
Me alegra y me entusiasma escribir sobre el padre Julio R. Meinvielle (1905-1973) y su labor magisterial. No lo conocí, es cierto, pero leí buena parte de su obra. Cuando uno es adolescente, sobre todo, necesita maestros excepcionales. La frecuentación de sus libros, de alguna manera, suplió el trato directo que no tuve con el padre Julio. A lo largo de los años, joven y adulto, fui descubriendo otras auténticas joyas de su producción intelectual. Podría mencionar algunas:
- La Iglesia y el mundo moderno
- El comunismo en la revolución anticristiana
- El poder destructivo de la dialéctica comunista
- Concepción católica de la economía
- Conceptos fundamentales de la economía
- Hacia la Cristiandad
- Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana
- De la Cábala al progresismo
y un largo etcétera.

Los numerosos libros que escribió Julio Meinvielle mantienen su actualidad, al fundamentarse en principios inmutables.
Sobre su persona, Mónica del Río brinda un testimonio valioso.
- “Tuve la gracia de conocer al padre Julio Menvielle, un sacerdote que reunió condiciones que son muy difíciles de encontrar en una sola persona. Yo nunca vi otro cura así. Y conocí sacerdotes fantásticos, piadosos y lúcidos, pero nunca con talentos tan variados, nunca con aptitudes tan amplias, nunca con tan diversas como ricas facetas”.
- Ella lo conoció “en Versalles, un barrio de la Ciudad de Buenos Aires donde el padre Julio (así lo llamaban allá) hizo de todo: consiguió que la Municipalidad pavimentase las calles, logró que por primera vez una línea de colectivo pasase por el barrio, puso el mástil en la plaza donde celebraba las Misas de campaña y tocaban las bandas. Fue un cura muy querido por la gente sencilla y eso lo reconocían hasta sus enemigos, que no fueron pocos”.
- Explica que el padre Meinvielle fue “el párroco de Versalles entre 1933 y 1950, después vivió en la Santa Casa de Ejercicios [de Avenida Independencia] de la que era capellán, pero siempre siguió vinculado con el Ateneo Popular de Versalles que había fundado y donde se seguía reuniendo con la gente del barrio. A fines de los 60 y comienzos de los 70, que fue cuando yo lo conocí, se lo encontraba con frecuencia en el Ateneo”.
- Agrega que el padre Julio “tenía gran preocupación por la educación de la niñez y de la juventud y quería que en el barrio hubiera un lugar de sano encuentro tanto para las necesidades culturales como para las recreativas. Por eso fundó el Ateneo, un espacio para todos: pobres, ricos, católicos y no católicos. Los terrenos los compró con su propio peculio -una herencia familiar que recibió- más el aporte de los colaboradores".
- "Ese Ateneo sirvió al principio para que el barrio tuviera su primer cine, pero terminó siendo muy grande. Tenía de todo: piletas de natación cubiertas y al aire libre, quinchos, bar, canchas para distintos deportes y por supuesto una biblioteca. Los domingos, la constancia de la asistencia a Misa habilitaba a cualquiera a disfrutar del chocolate y del cine del Ateneo”.
- “Conocí a ese cura de barrio y, durante su último año de vida, también al otro, al filósofo brillante y teólogo tomista, que reunía a los jóvenes en la Santa Casa de Ejercicios para darles clases de Suma Teológica. Nos la iba leyendo y explicando”, apunta Mónica del Río.
- “Nos hacía preguntas sencillas tratando de que fuéramos reflexivos y críticos. Si no atinábamos a contestar nos iba guiando hacia la respuesta, y cuando finalmente la alcanzábamos, la satisfacción del maestro se reflejaba en el brillo de sus ojos pequeños y claros. En ese momento agregaba: «Ha visto, niñita, que lo sabía»”.
- “Si tuviera que definir a Meinvielle con una sola palabra diría que fue un santo. Así impactaba cuando se lo tenía enfrente. La afirmación no es producto de un agigantamiento post mortem de su figura, lo seguíamos por sabio, pero sobre todo porque era santo”.

Julio Meinvielle murió a los 67 años de edad atropellado por un vehículo, especulándose con un atentado. En sus exequias le tributó un homenaje Carlos Sacheri, asesinado al año siguiente por terroristas de extrema izquierda.
A partir de lo dicho puede apreciarse la calidad de pastor que era el padre Julio Meinvielle. Pero, en él, su “cura de almas” –pocas veces mejor dicho– se daba en simultáneo con su labor intelectual y de escritor.
Ahora podrían destacarse tres puntos de su magisterio:
- Las cuatro formalidades del hombre y su proyección a la vida social;
- La Cristiandad o Civilización Cristiana; y
- La economía al servicio del hombre.
1. Las cuatro formalidades del hombre y su proyección en la vida social
Meinvielle sostiene que en el hombre coexisten “desde la redención cuatro formalidades fundamentales que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural”:
“En efecto:
- El hombre es algo, una cosa.
- El hombre es animal, es un ser sensible, que sigue el bien deleitable.
- El hombre es hombre, es un ser racional que se guía por el bien honesto.
- Y por encima de estas tres formalidades, el hombre, participando de la esencia divina, está llamado a la vida en comunidad con Dios.
»Existen, pues, en el hombre, cuatro formalidades esenciales:
- La formalidad sobrenatural o divina.
- La formalidad humana o racional.
- La formalidad animal o sensitiva.
- La formalidad de realidad o de cosa.
»En un hombre normalmente constituido (digamos también en una cultura normal), estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad de dinamismo”.
De este modo, la proyección social de estas formalidades es la siguiente:
- “a la formalidad de cosa responde la función económica de ejecución –trabajo manual–, que cumple el obrero en un oficio particular;
- a la formalidad de animal corresponde la función económica de dirección –capital–, que cumple la burguesía en la producción de bienes materiales;
- a la formalidad de hombre corresponde la función política –aristocracia, gobierno de los mejores en sentido etimológico–, que cumple el político en la conducción de una vida virtuosa de los demás hombres;
- a la formalidad sobrenatural corresponde la función religiosa del sacerdocio, que se ocupa de conducir los hombres a Dios".
(El comunismo en la revolución anticristiana).
2. La Cristiandad o Civilización Cristiana
Como afirma Meinvielle, para la Iglesia “esta palabra «civilización cristiana» no es una mera palabra vacía de contenido. La considera apuntando a un patrimonio vivo que todavía alimenta en lo substancial la vida de muchos pueblos”.
La Cristiandad, Civilización Cristiana o Ciudad Católica “implica una acción informativa de la Iglesia misma sobre la vida de los pueblos, sobre su vida temporal. Una impregnación tal de esa vida temporal que ella se desenvuelva dentro de las normas públicas cristianas al servicio de Cristo. Una vida de familia, del trabajo, de la cultura, de la política al servicio de Cristo”.
Esta Civilización Cristiana “se forja desde el interior de las almas, en las que habita el Divino Espíritu, hacia el exterior de la vida profana de los pueblos”. Esencialmente la misma, la Civilización Cristiana adopta diversos estados de desarrollo.
- “Mientras la Iglesia mantenga su influjo vital –no hablemos del estado de ese influjo– sobre un pueblo, habrá allí Ciudad Católica”.
- “Sólo una ciudad que tenga en cuenta las aspiraciones que Dios ha depositado en el hombre –aspiraciones sin medida, ya que en definitiva le empujan a Dios, que no tiene medida– puede ser una Ciudad verdadera y plenamente Católica”.
(El comunismo en la revolución anticristiana)
3. La economía al servicio del hombre
Meinvielle precisa que las esferas de la vida económica y la técnica y la cultura, de la vida ética y de la vida civil y política, “todo se encamina al fin último del hombre que consiste en la contemplación del Supremo Inteligible":
- "En una sociedad rectamente ordenada, de tal suerte ha de desenvolverse la actividad económica de sus miembros que puedan éstos lograr su perfeccionamiento moral, intelectual y religioso. Si no fuera así, haríamos del hombre un ser primeramente económico. En este error caen el socialismo y el liberalismo”.
- “La actividad técnica y las relaciones económicas que se cumplen en la sociedad deben moverse como instrumentos al servicio del hombre, imagen de Dios”.
- “Hoy no puede ser excelente economista quien no posea una abarcadora visión del destino humano y divino del hombre. De allí la importancia del saber de las ciencias del hombre y también de la filosofía y de la teología. No puede serlo tampoco si no conoce las grandes posibilidades técnicas de la ciencia actual. Pero lo que sobre todo importa es que sepa acertar en aquel punto de conjunción en que las técnicas sirven a la economía y la economía sirve al hombre, para que el hombre creado a imagen de Dios, gravite alrededor de aquel centro que constituye su punto preciso de equilibrio y de paz. Porque sólo cuando el hombre se sitúa en el punto que le corresponde con respecto a su Primer Principio se halla en condiciones de ubicar cada cosa en su lugar propio”.
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Vayan estas palabras y primera aproximación a los textos del padre Julio R. Meinvielle para comenzar a conocerlo en su labor pastoral y magisterial.