Domingo, 28 de abril de 2024

Religión en Libertad

Zapatero, el aborto y las buenas personas


Las buenas personas que decimos ser los unos, callamos en público lo que decimos pensar y sólo confesamos en el estrecho ámbito de nuestra más estricta privacidad, y en ninguno de los casos solemos hacer nunca lo que pensamos

por Antonio Torres

Opinión

Sólo buenas personas como el mismo Zapatero, osaríamos negar la posibilidad de que Zapatero sea realmente una buena persona como nosotros mismos estamos seguros de serlo. Este es uno de los problemas que tenemos las buenas personas y el mismo Zapatero que, por supuesto, es otra buena persona: creernos con derecho a juzgar quién es o no es una buena persona.

Cuando además las buenas personas somos o creemos ser también buenos cristianos, escandalizamos a otras buenas personas por ser tan contrario a la caridad cristiana juzgar al prójimo y, más grave aún, por creernos buenos cristianos sencillamente porque somos buenas personas.

La tierra está llena de buenas personas y excepto en los casos de psicopatías y desórdenes morales graves, todos queremos a nuestras parejas, protegemos a nuestros hijos, cultivamos nuestras amistades, nos apena el sufrimiento ajeno y, como no, se nos anegan de lágrimas los ojos ante una buena película que sepa tocar la fibra sensible de nuestros sentimientos.

E igualmente buenas personas son las que queremos a nuestras parejas mientras nos duran, protegemos a nuestros hijos que panificamos tener, cultivamos nuestras amistades mientras nos convienen, nos apena el sufrimiento ajeno mientras no toca nuestro bolsillo o reclama nuestro tiempo y, como no, se nos anegan de lágrimas los ojos ante cualquier película o puesta en escena de los sentimientos ajenos capaz de enternecernos siquiera unos instantes con cualquier frivolidad.

Porque las buenas personas acostumbramos a serlo a condición de que nuestro buenismo no se entrometa ni colisione con nuestras acomodas y aburguesadas vidas, hechas para el disfrute y divertimento y, a lo más, desplegando toda clase de esfuerzos para nuestro propio progreso y personal encumbramiento.

¿Acaso Zapatero es distinto a cualquier otro ser humano en alguna de las numerosas cualidades que caracterizan a las buenas personas? Rotundamente no y lo afirmo con absoluta convicción: Zapatero es una buena persona, tan buena como lo somos usted y yo.

Incluso me atrevería a afirmar que algunos nefastos líderes políticos que han sembrado la historia de la humanidad de muerte y sufrimiento para millones de personas, eran buenas personas aunque con ideas políticas y del bien común equivocadas, derivadas de un conocimiento del ser humano profundamente erróneo y alejado de su verdadera naturaleza.

También la fatal política abortista de González y Zapatero, ambas buenas personas, han sembrado España de la sangre inocente de casi dos millones de españoles, sin que las buenas personas del PP, líderes y votantes en su conjunto, hicieran absolutamente nada hasta la fecha.

Sin que muchos millones de españoles, tan buenas personas como usted y como yo, indiferentes e insensibles ante el drama del aborto, hiciéramos absolutamente nada para evitarlo, excepto en el caso de muy pocas y extraordinarias excepciones a quienes debemos las buenas personas el que hayan mantenido viva durante casi treinta años la llama de la cordura y del auténtico amor al prójimo.

Las buenas personas que decimos ser los unos, callamos en público lo que decimos pensar y sólo confesamos en el estrecho ámbito de nuestra más estricta privacidad, y en ninguno de los casos solemos hacer nunca lo que pensamos; las supuestas malas personas dicen lo que piensan "alto y claro" en público y en privado, y acostumbran a hacer eso que piensan y expresan con total desenvoltura y franca naturalidad, al menos en los asuntos claves relacionados con la vida, la maternidad, la familia, el matrimonio, la educación y, por supuesto, la religión católica.

Envidiable es la fe que muestran en sus propias ideas, su confianza en que terminarán por imponerlas, así como su valor y decisión cuando toca convencer a los suyos, crear opinión pública, legislar y gobernar. Así van cambiando poco a poco las conciencias, aún las de aquellos que nos consideramos de forma excluyente buenas personas, despistados como andamos y consumiendo nuestro precioso tiempo y energías en dividir el mundo en dos partes: la de las buenas persona y la de las malas personas.

No señalemos pues ni juzguemos como malas personas a quienes, sin duda, han sido y son tan buenas personas como usted y como yo. No juzguemos ahora a Rajoy y a sus ministros y parlamentarios, por no hacer todo el bien posible que ni usted ni yo hemos hecho a lo largo de muchos años. No esperemos de los líderes políticos lo mucho cuando no estamos dispuestos como ciudadanos a hacer muy poco o siquiera muy poquito por la misma causa.

Alegrémonos de los avances que por fin parecen se van a implementar y, ahora sí, como sociedad civil, creyentes y no creyentes, comprometámonos con la defensa incondicional de la vida apoyando, en la medida de nuestras posibilidades, a las madres abandonadas a su suerte, a través de organizaciones que como RedMadre en casi toda España, las ayudan directa y personalmente para que puedan tener a sus hijos.

Las buenas personas como usted y como yo, debemos dar un paso adelante como parece lo van a dar Rajoy y su gobierno, para elevar nuestro devaluada condición de buenas personas a la de buenos cristianos y/o buenos ciudadanos interesados verdadera y realmente por la suerte de nuestro prójimo y de nuestra patria.

Por pequeño que sea ese paso, será el comienzo de algo grande y de largas y muy positivas consecuencias que, no lo dudemos, podremos agradecer y disfrutar en el transcurso de muy pocos años; hasta que ninguna madre embarazada con dificultades vuelva a sentirse sola ni abandonada y, en consecuencia, España pueda renacer del invierno demográfico en que ya estamos inmersos y de la indolencia moral que nos afecta a casi todos.

Nuestros hijos nos lo agradecerán y nuestro propio sentido de la dignidad personal quedará a salvo de nuestra condición de simples buenas personas.
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