Rick Becker, sanitario, lo practica desde hace años: «Si lo pruebas te encantará», asegura
El ayuno intermitente, la «práctica inmemorial» de la Iglesia que practican millones de personas

La práctica del ayuno intermitente, comer solo una vez al día o incluso las cuaresmas "a pan y agua" son fenómenos cada vez más puestos en práctica.
Según el portal especializado en salud nutricional y suplementos alimenticios Vitality pro, el fenómeno del ayuno intermitente asiste a una auténtica época dorada. Quienes lo practican se cuentan por millones y su auge está más que corroborado.
Según una encuesta mundial de 2022, más del 80% de la población había oído hablar de esta práctica, el 23% de quienes lo practican admiten dormir mejor tras asumir la rutina y hasta el 10% de los estadounidenses de entre 18 y 80 años lo asumen como práctica habitual.
Otro porcentaje significativo, casi el 42% de los participantes en una encuesta mundial, corroboran la eficacia de esta práctica de cara a entrenar al propio cuerpo para tener menos hambre.
Lo que resulta más llamativo a muchos de los quedan atrapados por esta práctica no son solo sus consecuencias, sino su misma historia y orígenes, especialmente vinculados al monacato, la espiritualidad católica, los orígenes de la Iglesia y la cuaresma.
Y eso es lo que le ocurrió a Rick Becker, casado, padre de siete hijos, converso al catolicismo por la figura de Chesterton y practicante del ayuno intermitente desde hace varios años.
En un artículo de opinión publicado recientemente en National Catholic Register, Becker se incluía en el creciente grupo de quienes ponen en práctica el ayuno intermitente. Concretamente el de una sola comida al día, conocido como OMAD por las siglas en inglés de one meal a day.
Todo empezó por los pantalones
Admite que nunca se ha sentido mejor tras ponerlo en práctica, pero tampoco le gusta que hablar de ello suene presuntuoso.
De hecho, ni siquiera se trata de algo que él eligió positivamente, sino que fue casi de forma accidental y, al principio, desvinculado de toda práctica religiosa.
“Todo empezó por unos pantalones”, escribe. “Siempre he odiado comprar ropa, sobre todo pantalones. He usado los que me compró mi madre desde hace décadas y están desgastados. Pero a medida que envejecía, empezaron a apretarme la cintura”, cuenta él. Todo parecía indicar que había llegado el momento de vencer sus fobias e ir a comprar cuando adoptó la última opción: un par de comidas menos al día y todo volvía a la normalidad.
Lo que comenzó como una excepción limitada a conservar su fondo de armario terminó por ser casi una necesidad, acostumbrándose sin darse cuenta a no comer, no desayunar o rechazar ambos.
Pasaban las semanas y a Becker le gustaba lo que veía.
“No lo echaba de menos, no me obsesionaba con engordar, podía dedicar [más tiempo] a mis cosas, hacía recados, sacaba la basura y, a la hora de cenar, siempre tenía hambre”; relata.
Becker se sorprendió al descubrir que lo que ya había integrado en su vida no solo tenía nombre, sino que era una práctica de moda omnipresente en redes, medios y noticias. Concretamente su modalidad era conocida como “ayuno intermitente extremo”, pero él solo sabía lo que había leído en Amar el Ayuno: la experiencia monástica, libro del benedictino francés Dom Adalbert de Vogüé (1924-2011).
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Los orígenes del ayuno en la Iglesia
Fue precisamente en ese libro donde aprendió que los benedictinos, y con ellos el monacato occidental, se habían orientado por la práctica de una sola comida al día desde los primeros momentos de su historia, del mismo modo que hacían los primeros cristianos especialmente en las primeras cuaresmas.
El portal Que no te la cuenten recoge algunos documentos e hitos que muestran los orígenes “inmemoriales” del ayuno. Algunos de ellos son:
1º El Didajé o Doctrina de los Apóstoles: exhortaba a ayunar dos veces por semana: miércoles y viernes.
2º El canon 19 del sínodo de Gangra, en Asia Menor, anatematizaba a los ascetas orgullosos que no hacían “los ayunos establecidos para ser cumplidos por todos y guardados por la Iglesia”.
3º En el cuarto Concilio Ecuménico, ante la dificultad de llegar a un consenso cristológico, los Padres pidieron la intercesión de santa Eufemia, cuyas reliquias señalaron el Credo verdadero luego de que los jerarcas de ambos bandos ayunaron tres días.
4º Juan XXIII, en su encíclica Paenitentiam Agere, escribió: “Todos los cristianos tienen realmente el deber y la necesidad de violentarse a sí mismos o para rechazar a sus propios enemigos espirituales o para conservar la inocencia bautismal, o para recobrar la vida de la gracia perdida mediante la transgresión de los divinos preceptos”.
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5º El ayuno es “una de las costumbres ascéticas más esenciales y generalizadas en todo el monacato primitivo”, y aunque está presente en variedad de creencias y filosofías en todo tiempo y lugar, los monjes cristianos “no hacían (…) más que seguir una larga tradición judía y cristiana, consagrada por los santos de ambos Testamentos, y muy en particular por el mismo Jesucristo” que ayunó cuarenta días. Los padres del desierto no ayunaban para conservar la salud, ni por pretensiones estéticas, sino para hacer penitencia por los pecados, mantener el control sobre la carne y alcanzar la humildad. Así pues, abba Daniel decía que “Cuanto más engorda el cuerpo, tanto más enflaquece el alma, y cuanto más enflaquece el cuerpo, tanto más engorda el alma”.
Muchas más ventajas que -aparentes- inconvenientes
Becker recuerda que, al principio, se mostraba especialmente escéptico con el ayuno intermitente. Pero pronto estuvo en situación de suscribir las palabras de De Vogüé y afirmar con él que “si lo pruebas, te encantará”.
En su caso, las ventajas fueron sensiblemente mayores que los inconvenientes.
Sobre estos últimos, remarca que lo peor del ayuno intermitente no es el hambre, que de hecho, desaparece con rapidez. Por el contrario, lo que más le costó a Becker fue la posibilidad de caer en el orgullo, incluso la mera apariencia o sospecha del mismo.
“Esto fue más una tentación inicial, ocasionalmente tenía el pensamiento, de que de alguna manera yo era "mejor" que ellos. Especialmente cuando disfrutaban de sus comidas o desayunos. Lo deseché rápida y fácilmente, pero era claramente algo con lo que tener cuidado, algo que llevar a la oración y, si era necesario, al confesionario”.
Más difícil de sobrellevar que el propio orgullo es la sensación de aparentarlo y la dificultad de hablar de ello sin vanagloriarse, como admite escribiendo su propio artículo buscando compartir su experiencia. “No quería que nadie pensara que estaba presumiendo, pero me parecía egoísta guardarme para mí algo que podía beneficiar a tantos”, comenta.
Más oración, más agradecido y más productivo
El profesor de enfermería tiene poco más que decir sobre las desventajas. Por el contrario, considera que los beneficios son mayores, ya sea por lo estrictamente fisiológico, como la reducción de peso, o le tiempo que se gana al saltarse dos comidas al día y que puede dedicarse a la oración, lectura espiritual o a un trabajo más productivo.
También valora que la práctica del ayuno intermitente le ha llevado a ser más agradecido con su fe, su mujer, su familia, e incluso en con sus amigos o en su trabajo.
Becker hace referencia a otra de las ventajas aludiendo al mismo de Vogüé, que encuentra en “el bienestar y la alegría” el efecto más inmediato de los ayunos. Y según Becker, es cierto. Especialmente a medida que se acerca su comida diaria junto a su familia.
“Suelen ser las horas más productivas del día. Me gustaría poder organizar mi horario de trabajo en torno a ellas, pero mis responsabilidades no siempre coinciden con mis inclinaciones ascéticas y quiero compartir una comida diaria con mi esposa e hijos”, comenta.
No ser rígido con las horas... y mantener la costumbre
También destaca la importancia de no ser demasiado estricto con los horarios. Él prefiere cenar a las 18:00, pero hay grandes fiestas u ocasiones en que la familia las celebra comiendo o cenando en otro margen de horas, y él se adapta.
“Para mí es mucho más importante participar de las tradiciones, disfrutando de las conversaciones mientras comemos juntos que ceñirme a mis reglas”, observa.
Habla en último lugar del carácter especialmente oportuno de esta modalidad de ayuno para la cuaresma. En estos días, lo penitencial cobra un significado especial, pero Becker recuerda que hay ciertos ayunos y abstinencias que la Iglesia extiende durante todo el año.
De este modo, practicando el ayuno de una comida al día todo el año hace que “la penitencia diaria ya sea un hecho, la cuaresma adquiere un significado enorme y cualquier `extra´ que se practique en cuaresma cobrará una mayor importancia y significado: más oración, más limosna o más ayuno de otros elementos.
Cuando pasa la Pascua, mantienes tu rutina de una comida al día y tu disposición penitencial de cuaresma se vuelve permanente. ¡Es un regalo!”, concluye.