Réquiem por un periodista
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Como un homenaje continuado a Lolo, periodista de "valores humanos y morales", en estas semanas, vengo ofreciendo diversos artículos del Beato Manuel Lozano en que muestra su pensamiento sobre la prensa.
El día 20 de septiembre pasado, en Linares, se celebró un sencillo y entrañable acto en honor del Beato Manuel Lozano Garrido "Lolo", periodista y escritor, inválido y ciego. La FAPE (Federación de Asociaciones de Prensa de España) a través de su Presidenta nacional, Elsa González Diaz de Ponga, hacía entrega a los familiares de Lolo del diploma de Periodista de honor que la FAPE entregaba a Manuel Lozano. La solicitud de tal reconocimiento se había elevado ante la FAPE por la APJ (Asociación de Prensa de Jaén) presidida por D. José Manuel Fernández, y a instancia de un grupo de periodistas ´amigos de Lolo´.
Puedes leer la crónica del homenaje al beato Lolo desde este enlace.
Dicen que, como en verdad se ha de escribir un día la historia es revisando las colecciones de los periódicos. Para entonces temo, no a aquellos que, utilizando la problemática de su tiempo, abren a los demás surcos de inquietud, donde ir cuajando mil soluciones, sino más bien a los que, saliendo a la luz pública cada mañana, desmenuzan únicamente los goles de Amancio.
El diario es un espejo de la vida y, si los hombres que van por la calle rumian preocupaciones, puestas en letras de molde, tienen la fuerza de la verdad y aportan sus granos a la base de algún problema.
Lo bueno de la prensa de provincias es que, en la lejanía de sus casas tendidas al sol, se difumina la enorme pugna de esos dos colores que se contraponen universalmente en odio, pero allí también está el peligro de esa no menos áspera gama de la inquina o el diálogo que quiebra, la envidia del pequeño, el monopolio del grande, el resentimiento del distanciamiento y la arrogancia del que se aúpa unos dedos.
En casi todas las plazas mayores suele haber un edificio, que tiene un nombre que significa el ayuntarse o reunirse. Esto no quiere decir que toda la gente tenga que acudir allí los martes o los viernes, sino que basta con que lo hicieran sus representantes, que son hombres que van a aquella casa, no para salir luego llevando una vela en las procesiones, sino para tomar el pulso a la inquietud de los ciudadanos y sacrificarlo todo por la solución más generosa.
No quiere decirse con esto que, lo que allí se manifiesta, haya de ser por fuerza la verdad, pero, hasta de unos argumentos que se oponen, puede brotar la luz que nunca hubiera nacido en el silencio. Quien, por su cargo, está abierto a un deber de servidumbre, debe, en conciencia, pulsar el latido de las gentes de un modo constante, abriéndose a ese canal de sabiduría que es la iniciativa de los hombres a los que gobierna y representa. Pulsándolo con honradez, el periódico debe dar más claridad que el flexo en un despacho, porque, de codos sobre la mesa, está sólo un hombre y, en las columnas, se proyecta el sentir de una ciudad.
No importa que sean pocos los que escriben, si lo que cuenta está dicho y recogido de boca en boca. Por supuesto que en tertulias y sitios de trabajo se habla de algunas cosas más transcendentales que de los raquetazos de Santana y, si la banalidad del periodista, las tijeras del Director o la sordera de un edil, lo reducen todo a la marcha del equipo local, se estará dando una definición bobalicona del hombre-vigente.
Pero, escribir ¿quién lo hace con el “clima” de portazo en las narices que tienen los periódicos de provincias o la perspectiva de aviso de pasarse por el despacho municipal?
Hay que insistir no poco en el ambiente de confianza que se impone crear, a fin de que el hombre de la calle se vierta en sinceridad constructiva. El que calla por miedo, tarde o temprano, las ideas se le han de convertir en resentimiento, que es una verdad que naciera para flor y simplemente se queda en hacha.
Cierto que la crítica se ha de hacer, a veces, con barro de cosas torcidas y paja de hechos vulgares, pero también los nidos se labran con polvo de la calle o heno del campo y valen de hogar a los pájaros, con tal de que la arena se amase con ternura y la broza se arrime a lo que han de hacer de paredes a una familia. Aunque escueza una crítica, si el leal, viene a ser más útil que cien alabanzas, porque lo que el elogio dice es únicamente que se anda un buen camino y, a un hombre de corazón entero, eso ya se lo dicta la conciencia, mas la crítica trae rayos de luz a las encrucijadas, despierta a los dormidos, desbroza senderos y espolea hacia el bien, que es lo que, en verdad, cuenta. Tan necesaria, responsable, inteligente, bienhechora y valiosa es que, hasta se le puede admitir su esperanza, con tal de que edifique.
Por supuesto que los hombres que escriben cometen errores, pero la verdad no se aclara haciendo gravitar a puerta cerrada el poder sobre las clavículas de un hombre, sino en el terreno que ofrece la ley, que es, asimismo, el de las columnas de los periódicos, desde las que se puede replicar, ya que, en definitiva, quien verdaderamente gana, no es el que golpea, sino el que convence y, la razón, si no se impone en el diálogo, se hace soterrada, que es un pus que tú bien sabes lo que daña.
Quizás el mayor defecto de las gentes de provincias sea el que, a veces, lo esperamos todo de una Jauja distante, cuando también desde aquí se puede labrar entre todos esa valiosa felicidad diaria que es la escuela que se crea, la exposición que se mejora, la calle que se arregla, la puesta al día de unos campos de recreo, el aseo de una ciudad, pero esto sólo se cumple con un enorme espíritu de atención y lealtad, siempre abiertos a las palabras sinceras que se levantan desde todos los rincones, sin importar, incluso, los nombres y las ideas, con tal de que fueren verdades y puedan encaramar el edificio común un dedo más que el día anterior.
[1] Lolo escribía con pseudónimo y le amenazaron (porque todo el mundo sabía que usaba ese pseudónimo); y por eso escribe este réquiem (al pseudónimo, no a sus denuncias en prensa, ya con nombre y apellidos)