Cristo nos llama a vivir en comunión

Unidad, Misterio insondable
La Iglesia celebra entre el 18 y el 25 de enero, la semana por la unidad de los cristianos, en la que nos motiva a orar por la unidad. Unidad en la propia Iglesia y unidad entre todas las Iglesia. La unidad no es algo sencillo, como se puede ver dentro de grupos católicos y parroquias. Orar por la unidad de todos los cristianos no es algo que nos hayamos inventado. Cristo mismo oró al Padre por ello:
“Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11).
La posición de esta semana por la unidad es una oportunidad para mirar atrás, en torno a nosotros y hacia el futuro. Una semana que nos permite reflexionar en muchas dimensiones, humanas y sagradas. Una oportunidad, para fijar algunos objetivos que nos ayuden a no perdernos en el caos social en que vivimos. Una oportunidad para hacer presente a Dios en cada segundo del momento presente.
Viendo el contexto eclesial en que nos movemos, creo que el enfoque prioritario que todos deberíamos tomar es avanzar en la comunión interna. Si no vivimos nuestra Fe en Unidad, ¿Cómo vamos a unirnos con otras iglesias cristianas? El aspecto de unidad interna nos lleva a uno de los Misterios más olvidados de nuestra Fe: la "Comunión de los Santos" es esencial en estos momentos que vivimos. Pero ¿Qué conlleva este aspecto de comunión? Miremos qué nos dice el Catecismo, referenciando unas sabias palabras del Papa Pablo VI:
"Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 30). (Catecismo de la Iglesia Católica. 962)
Para dar un paso adelante les propongo este pasaje evangélico:
No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros el Reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lc 12, 32-34)
¿A qué se refiere el Señor? Leamos la interpretación que San Eusebio nos señala:
Porque todo hombre depende naturalmente de aquello de que está apasionado y fija toda su alma en aquello que cree que puede darle todo lo que le conviene. Por tanto, si alguno fija toda su atención y su afecto -lo que llamó corazón- en las cosas de la vida presente, únicamente se ocupa de las cosas de la tierra. Pero si se fija en las cosas del cielo, allí tendrá también su corazón. De modo que parecerá que trata con los hombres sólo por el cuerpo, pero que su alma ha alcanzado ya las mansiones del cielo. (San Eusebio, in Cat. graec. Patr)
Si nuestro entendimiento se centra únicamente en lo socio-cultural, entenderemos que Cristo nos habla solamente de dinero y poder humano. Pero la parte no es el todo. En la actualidad, esta interpretación mundana es la más habitual y aplaudida. El mundo que, no lo olvidemos, rechaza a Cristo porque no se arrodilla ante las normas y valores que intenta imponernos. Cristo nos habla de mucho más que del dinero y el poder humano. Nos habla de desprendernos de todo lo que nos ata al mundo para abrirnos al Reino. Porque Dios nos ofrece, nada más y nada menos, el Reino. Si nos desprendemos de lo que nos impide vivir en unidad, estaremos más cerca de Dios y de nuestros hermanos de Fe.
Cuando escuchamos o vemos, la actualidad que nos rodea, lo que recibimos son sombras deformadas de lo que realmente sucede. Las noticias están impregnadas de marketing que nos hace mirar aquello que interesa al quien las relata. Cristo nos invita a mirar sin tantos ajustes, conveniencias y filtros humanos. Pocas personas intentamos hacerlo. Por esto somos un "pequeño rebaño" y no la manada universal. Lo que nos ofrece Cristo no envejece, ni se agota, ni la polilla lo destruye. Así es el Reino: imperecedero.
Pensemos sobre esto y preguntémonos dónde hemos construido nuestra casa. ¿Sobre arena o sobre Roca? Nuestra casa es nuestro ser. Ser que es completo y no sólo emotividad sentimental. Porque la emotividad desprovista de entendimiento y voluntad, es líquida. Es apariencia que cambia y se desvanece. Por eso tantas personas dejan la Iglesia actual. Dicen que no "sienten" nada y se alejan creyendo que el "sentimiento" justifica alejarse de Dios. Nos alejamos cuando no somos capaces de profundizar y construir su hogar espiritual sobre la Roca que es Cristo. Construir sobre las arenas del apasionamiento emotivo es peligroso. El marketing sabe manejar con destreza los sentimentalismos y el enemigo sabe usar el marketing magistralmente.
El pequeño rebaño sabe que la Iglesia es más que la estructura administrativa, mareas humanas y sus flujos y reflujos. El pequeño rebaño busca la Roca, por eso se deshace (vende) privilegios, prevalencias y preeminencias humanas. Nada de esto habla de Cristo y nos conduce al Reino de Dios. De nada vale ser utilizado durante un tiempo y desechado cuando ya sirves al sistema social-cultural imperante. El becerro de oro es quien se ha colocado en la cima de la pirámide social y nos utiliza como herramientas para sus intereses humanos. Sólo Cristo es Rey, Camino, Verdad y Vida. Sólo llegaremos al Padre por medio de Cristo.
Permanezcamos unidos sin dejarnos llevar por las tendencias de cada momento, moda o tendencia humana. No hagamos caso a lo que intenta enfrentarnos y separarnos. La oveja perdida, siempre que así lo desee, volverá al pequeño rebajo en hombros del Señor. Pero el Joven Rico se aleja porque no es capaz de dejar a un lado lo que le aleja de Dios. Dar más valor a lo humano que a lo divino, es nuestro talón de Aquiles. El enemigo sabe disparar a esta telón para derribarnos. En estos tiempos, la Comunión de los Santos es imprescindible, porque la cercanía espiritual es lo que nos ayudará a superar la soledad social que padecemos. Empecemos por orar por los demás.
Si tu oras por todos, también la oración de todos te aprovechara a ti, pues tu formas también parte del todo. De esta manera obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros (San Ambrosio de Milán, Tratado sobre Caín y Abel,1)