Religión en Libertad

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Durante la santa Pascua, en su gloriosa cincuentena, habremos tenido ocasión de vivir y participar en distintos sacramentos de la Iniciación cristiana, en los que se emplea el santo crisma o tal vez en alguna ordenación sacerdotal. El tiempo de Pascua es el gran tiempo sacramental de la Iglesia.

El aceite en la liturgia es muy expresivo: por su textura, impregna todo lo que toca y es absorbido por la piel; en los tejidos, son manchas casi imposibles de quitar... y en las personas, cuando el aceite ya ha desaparecido, queda su "marca" interior, el sello del Espíritu Santo.

Con el santo crisma, el Espíritu Santo nos es dado para configurarnos a Cristo, hacernos miembros vivos de su Cuerpo místico y otorgarnos los siete dones del Espíritu. También los otros dos óleos, el de catecúmenos y el de enfermos, ejercen su función interior y son expresivos de realidades interiores, invisibles pero reales.

Lo que no se ve y no se palpa, ¿cómo se puede comunicar en la liturgia? Lo visible es vehículo y signo de lo invisible; lo visible nos lleva a lo invisible. Por eso la liturgia sacramental de la Iglesia emplea materias visibles (aceite, agua, pan y vino) que con la fuerza del Espíritu Santo comunican gracias sobrenaturales, y alguna hasta llega a cambiar su naturaleza, como el pan y el vino, para ser verdadera y sustancialmente, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

La liturgia es un mundo simbólico donde se conjuga lo visible y lo invisible, lo natural y lo sobrenatural, el hombre y Dios.

En concreto, el aceite expresa una unción mayor, la Unción invisible del Espíritu Santo; de ahí la dignidad y el cuidado de los óleos, la expresividad al ungir (no unas pocas e insignificantes gotas), los vasos limpios y decorosos en que se conservan.

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