El deseo del corazón
"Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (Rm11,29). Una catequesis, a mi entender necesaria, es la del deseo del corazón, porque nos permitirá discernir y entender muchas cosas de la propia vida cristiana.
Cuando nos referimos al deseo del corazón, nos referimos a aquello más último, más importante, que siempre palpita en nuestro interior y que nada humano logra apagar. Los caprichos no son, en sentido estricto, deseos, sino veleidades, algo que se nos antoja fuertemente en un momento dado pero que pasado el tiempo el objeto del afecto ha cambiado en otra dirección y entonces nacen nuevos caprichos. Al final, el tiempo es un lenguaje divino que extingue caprichos. Los deseos verdaderos son perdurables; se mantienen en el corazón y el tiempo no los debilita, sino que los aumenta. Así vamos reconociendo que es Dios quien los ha inspirado en el corazón. Son deseos de cosas grandes y elevadas: el deseo de Cristo, la santidad como participación en la santidad de Cristo, la vida eterna, plenitud, felicidad serena... y también son deseos santos en el corazón las llamadas particulares de Dios: una vocación particular (sacerdocio o alguna forma de vida consagrada), un carisma, un apostolado que determina la vida, una inclinación santa acorde a nuestra propia naturaleza, carácter y psicología, etc. No pasan, permanecen los deseos santos. La misma oración los descubre, los suspira, gime, sabe que vienen de Dios pero aún no se han colmado esos deseos, ni se han cumplido, ni se han realizado. Pero como son de Dios, y sus dones y llamada son irrevocables, espera -con virtud sobrenatural- que Aquel que los inspiró, Él mismo los lleve a término. San Agustín es un maestro en la dinámica del deseo. Con él vamos a aprender esta lección valiosísima.
El deseo es un lenguaje interior de Dios en el corazón del hombre. Con él, nos va educado para desear lo que Dios quiere que deseemos, y nos preparemos para recibirlo, aunque tarde, como una Gracia:
Y también:
El proceso es limpiar el corazón y ensancharlo para que pueda recibir el don que se desea. "Excluye el amor perverso del mundo para llenarte del amor de Dios. Eres un recipiente, aún estás lleno; derrama lo que tienes dentro, para recibir lo que no tienes" (In 1Ioh., 2,9). El corazón debe ensancharse para ser capaz de recibir lo grande, lo incomensurable, del Don. Si Dios nos ha dado el deseo, Él lo cumplirá, sólo hay que ensanchar el corazón para reconocer que cuando lo recibamos no es mérito nuestro, sino gracia.
Tu deseo es tu oración; y si es continuo el deseo, es continua tu oración (cf. Ep 130, 18-20). Dios conoce nuestros deseos, los inspira Él mismo y difiere su cumplimiento para que el corazón se ensache y sea capaz de recibirlos. La oración mantiene la tensión del deseo:
Hay que pedir a Dios conceda y cumpla el deseo del corazón, ya que sólo lo da Él. La oración reaviva el deseo y dispone el corazón:
Dios escucha y atiende los deseos santos, que son siempre apasionados y continuos, mientras que no atiende los deseos que no nos convienen a nuestra salvación y, realmente, se van apagando con el paso del tiempo porque no eran inspirados por Él.
Asimilar esta catequesis es conocer el modo pedagógico de actuar Dios en nosotros y permitirnos unas claves sencillas de discernimiento para la hondura del corazón. No es rebuscada la catequesis, ni extraña, por el contrario, es cotidiana y clarificadora para los movimientos interiores que a veces no sabemos de dónde vienen ni a dónde nos llevan.