Las monjas: unos cuervos
No lo puedo evitar. Hábito que veo por la calle, comentario que le hago. Es ver una monja y sentir un impulso irrefrenable. A veces me he llegado a cruzar de acera para darmelas de cara. Porque lo de ir con la toca, el crucifijo y el rosario colgando, en pleno siglo XXI, no me digan que no es para soltarles algo. Hoy mismo, en el Metro de Sol, me he topado con una monja de negro riguroso y he dado rienda suelta a mi lengua.
Ella rondaba los 70, no sabía muy bien por dónde tomar la línea que buscaba, y miraba atolondrada a uno y otro lado. Yo me he acerdado por detrás, y cuando estaba a su altura, no he aguantado más:
- Hermana...
- ¿Síííí?
- Que Dios la bendiga por ir con hábito por la calle.
- ... (sonrisa y ojos abiertos)...
- Es usted una presencia de Dios en el Metro. Gracias.
- Gracias a usted. Por cierto, ¿para ir a La Elipas?
Después de acompañarla al andén con dirección a La Elipa, me ha dicho:
- Pues es que no se oye ningún piropo, eh... Sólo te dicen: "¡Cuervo! o ¡Mira el pingüino!"
Hay que ser muy valiente, sin duda, para insultar a una monja (septuagenaria o joven), que no se va a defender. Y aunque hago lo mismo cada vez que veo un alzacuellos por la calle, los curas me confirman que no se meten tanto con ellos. Será porque la complexión masculina impone más, o porque una monja es un blanco fácil, con independencia del color de su hábito.
Si el lector cree que una monja que, a pesar de la que está cayendo, se atreve a ir con hábito por la calle, o un cura con alzacuellos, no merece escuchar insultos ni vejaciones, ¿por qué no vence el pudor que no tienen quienes les insultan, y se acerca para darle las gracias por ser presencia de Dios y de la Iglesia allá donde pisan? No es frikismo; es gratutitud. Que aunque el hábito no hace al monje, sí que condiciona su comportamiento público, aunque sólo sea por el qué dirán...
A mí me han regalado un buen puñado de oraciones, estampas, medallas y hasta placas para el coche (Yo conduzco, Ella me guía) y un sinfín de sonrisas agradecidas. Pero es que aunque no lo hubieran hecho, ellas se lo merecen. No son pingüinos, ni cuervos, ni batmans. Son religiosas de Dios. Qué coño.
José Antonio Méndez