Tres cacatúas en el autobús
Esta mañana, como cada día, me he subido al autobús para ir a trabajar. Rosario en mano (el largo, no el de dedo), sombrero en ristre para cubrir la calva y con el sueño columpiándose en las pestañas. Iba por el cuarto o el quinto Avemaría cuando un imprevisto ha roto la rutina con la que nos desperezamos cada mañana los habituales de esa línea: Tres cacatúas han picado su billete y se han puesto a entablar una conversación surrealista en medio del pasillo.
Aunque se han situado detrás de mí, sé que eran tres porque he distinguido tres voces diferentes. Y creo suponer que eran cacatúas, no personas, porque cada una hablaba de un tema que no guardaba conexión alguna con el asunto del que hablaban las otras dos. Un auténtico guirigay, un diálogo de besugos, o de periquitos, en el que ninguna se apeaba de su retahíla, ni pretendía hacerse entender, ni estaba dispuesta a escuchar a las otras dos.
- Y ayer me decía el encargado: “Si vuelven a desaparecer los guantes, tomaremos medidas”. ¿Qué te parece?...
- Pues lo peor es que hoy se ha levantado mi crío con un dolor de tripa que ni te cuento, porque ayer cenamos de sobras y algo le ha sentado mal…
- … además, a mí ese detergente me da alergia y luego me pica todo el cuerpo...
- Y yo, que me pico enseguida, le dije: “¿Medidas? ¿Es que me vas ha hacer un traje?”
- porque como ya tengo guardada la ropa de invierno, no quería que fuese al colegio con la tripa desabrigada…
- que me da como un calor en la piel, oye, que da una rabia… porque es que no llego a rascarme aquí en la espalda, es que no llego, no llego, y me da una rabia…
Que a veces, qué cosas, el otro (u Otro) no sólo está ahí para escuchar. También habla y merece la pena ser escuchado...
José Antonio Méndez
PD: No dejen de pinchar en la foto de Antonio Ozores, por favor...