Sábado, 18 de mayo de 2024

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Las miradas de los pastores

 Las miradas de los pastores

Así sucede siempre, los pastores según el corazón de Dios tienen doble mirada: la que se fija intensamente en Jesús (Hb 12,2), y la que se posa con ternura sobre el rebaño confiado sean cuales sean sus características y circunstancias. Con no poca frecuencia, da una mirada tan penetrante a sus pastores que sus ojos traspasan las fronteras de su patria chica y se proyectan hacia la patria grande, el mundo entero, buscando rebaños sin pastor. Gozosos por la misión recibida, se llegan hasta estas multitudes dispersas y les dicen en nombre de Dios: “Os anunciamos una gran alegría… ¡Os ha nacido un Salvador!” (Lc 10,11)

Es necesario señalar también que Dios fraguó la calidad del pastoreo de Moisés en la soledad. Y así le vemos a solas, cara a cara con Él, mientras el pueblo se mantenía a distancia (Éx 33,8). En esta soledad propia de los amantes, Moisés recibía de Dios para él y para su pueblo “palabras de vida”, como dio a conocer Esteban al Sanedrín en el juicio que urdieron contra él (Hch 7,38).

He aquí el aspecto más doloroso y dramático de la soledad del pastor según el corazón de Dios. Recibe de Él palabras de vida, y esto bien que lo sabe, pues tiene la certeza de que no han llegado a su boca desde su mente o inteligencia. Con este tesoro en su corazón, choca, sobre todo al principio,  con la dureza de corazón de su pueblo, especialmente con aquellos que nunca entendieron ni entenderán que la fe es una búsqueda permanente del Dios que habla. Algo semejante le sucedió a Moisés. Sin embargo, lo que parece un fracaso, un sinsentido, incluso una razón de peso para desistir y abandonar la misión y con ella al rebaño, se convierte en escuela del amor y fidelidad.

El hecho es que Moisés conoce íntimamente a Dios en este espacio de soledad no escogido por él; de la misma forma que tampoco escoge a su rebaño ni su modo de ser, a veces tan escéptico como arrogante. En realidad es Dios quien elige por él; incluso escoge el desierto que más conviene a su pastor, ese lugar privilegiado en que le puede hablar al corazón ofreciéndoles palabras que levantan sus almas. Gracias a esta soledad asumida, Moisés puede llevar a su rebaño hacia su destino.

Teniendo en cuenta todo esto y viéndose en cierto modo los pastores de hoy y del mañana reflejados en Moisés, nos alegramos al constatar que Dios le llama: su amigo. “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éx 33,11a). Todos salieron ganando: el pastor llegó a ser amigo íntimo de Dios, y el rebaño alcanzó la tierra que Él le había preparado y dispuesto; tierra que mana leche y miel, que, como sabemos, son símbolos de las bendiciones mesiánicas.

“Mis palabras son espíritu y vida”, proclamó el Hijo de Dios, el nuevo y definitivo Moisés (Jn 6,63b). De su boca fluye la gracia, dijeron los judíos que asistieron a su primera predicación (Lc 4,22); fluyen “la leche y la miel de Dios que dan vida al alma”, como dicen los santos Padres de la Iglesia… También fluyen  de la boca de sus pastores, aquellos que lo son según su corazón.

 

 

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