Lunes, 29 de abril de 2024

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La educación actual ante el espejo de la Grecia clásica

John Senior.
En la Universidad de Kansas, entre 1970 y 1978, tuvo lugar el programa "The Integrated Humanities Program" (El Programa Integrado de Humanidades). John Senior y sus colaboradores, Dennis Quinn y Frank Nelick, impartieron una docencia muy atractiva y llena de liderazgo donde se leía y se dialogaba sobre los clásicos.

por Familia, Educación y Cultura

La sociedad, la cultura, el arte y la filosofía de la Grecia clásica han configurado muchas lecciones perennes:  sabiduría, principios democráticos, reflexiones éticas, una verdadera pasión por el conocimiento, la excelencia y la verdad. Desde esta premisa vamos a poner a la escuela y a la universidad ante el espejo de la Paideia griega para reflexionar sobre cuáles podrían ser sucintamente algunas de estas lecciones.

La herencia educativa de la Grecia clásica

Nos fijaremos, en unas breves notas,  en cómo la cultura y la educación en la Paideia de la Grecia clásica podrían orientar a la educación de hoy mismo, del siglo XXI, a repensarse a sí misma.

Es cierto que estamos ante mundos distintos y alejados y que muchas propuestas pedagógicas de aquella época no son transferibles al presente. Han cambiados las circunstancias y, consecuentemente, atenerse miméticamente a ideas, principios, criterios de actuación de aquella época constituiría un anacronismo.

Sin embargo, desde la Grecia clásica, sin pretender una mecánica imitación de la Paideia en la educación actual, resuenan numerosas ideas que hoy pueden ser claves si las pensamos razonadamente.

La especialización de la escuela y la universidad

Es un hecho que, tras la Revolución industrial, la educación escolar y superior se va progresivamente especializando en función de unas nuevas necesidades.

La sociedad se hace más compleja económica, política, culturalmente y sobre todo en el plano científico-técnico. Las materias cambian y la sociedad demanda nuevos saberes, nuevas profesiones. El reino de lo útil, de lo pragmático y de las ciencias aplicadas va a poner en cuestión lenta, pero progresivamente, el cultivo de lo clásico presente en el Trívium y el Quadrivium medieval o en el fervor humanista por la Antigüedad en el Renacimiento.

La cultura, el arte, la literatura, las humanidades clásicas, desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX comienzan a ser desaprobadas curricularmente como un lujo casi inútil para una sociedad que se ha embarcado en un progreso imparable de el bienestar y la felicidad prometidos por la Ilustración. La razón instrumental todo lo gobierna: es el dictado de la eficiencia. El progreso de la técnica y la ciencia, la empleabilidad, el éxito económico, etc., toman el mando de una sociedad que se acelera diluyendo algunos ejes significativos de la civilización de Occidente.

El olvido de la excelencia moral

¿Quizá tanto progreso material ha dado lugar al arrinconamiento del progreso moral-educativo? El progreso material debe andar de la mano del progreso moral concluyen muchos filósofos de la Paideia. Deben andar interconectados para que el progreso más práctico no pierda su pulso ético. Hoy también sabemos que lo prioritario es el hombre y sus fines esenciales por encima del gobierno de la máquina, por encima de la acumulación, sin embargo manda el mercado.

Los griegos, la Paideia, siempre ligaron el progreso en el campo del conocimiento y de gobierno a los progresos en el campo ético. Un hombre sabio y de gobierno era un hombre virtuoso. Debía ser un filósofo para Platón. ¿Eso es lo que enseña hoy la escuela y la universidad? ¿Ha triunfado definitivamente el cinismo de Maquiavelo?

Mortimer Adler, un reformador educativo de la segunda mitad siglo XX, se propone recuperar elementos fundamentales de la Paideia (en su libro Paideia Proposal: An Educational Manifesto, 1982) para aplicarlos a la vida escolar en los Estados Unidos (Educación K-12). Allí afirma con claridad la necesidad de un currículum integral, la lectura en profundidad de los clásicos, dialogar con ellos para alcanzar la sabiduría y, a la vez, recuperar una excelencia moral que, creemos, tras la Segunda Guerra mundial emerge como una urgencia. No todo vale. Considera Adler que hay que volver a pensar y actuar sabiamente desde las grandes ideas que han configurado Occidente desde Grecia y Roma. En esa línea busca contrapesar la especialización y el seco pragmatismo de la escuela y la universidad y la pérdida de horizontes éticamente universales.

La realidad histórica lo exige. El Occidente moderno necesita un timón ético tras una centuria tan trágica como la del siglo XX con dos guerras mundiales desoladoras y genocidios atroces.  La Paideia, Platón y Aristóteles nos dirían que estamos regresando a la barbarie, desmontando la civilización heredada si pudieran calibrar algunos excesos -por ejemplo, en la tecnología militar- de la modernidad. Occidente, Oriente, el nuevo Sur emergente, están necesitados de un liderazgo ético impostergable. Un liderazgo civilizador que solo nace en una escuela y una universidad donde el currículum más pragmático se complementa con un currículum integrado al servicio de una reconstrucción humanista de los verdaderos fines del hombre.

Currículum integrado y la búsqueda de la verdad

Podríamos señalar que los currículums escolar y universitario en numerosas ocasiones, hoy, son erráticos, cada materia, cada asignatura, muchos principios pedagógicos apunta en una dirección distinta.

En la Paideia no era así. En la Grecia clásica implícitamente existía un currículum integrado que buscaba la verdad en la coherencia no solo de la instrucción en matemáticas, filosofía o retórica, sino también en la formación ética, la apreciación de las artes y la participación activa en la vida de la polis.

En la educación moderna hemos abandonado la unidad de los saberes.

Un solo ejemplo: la edición genética se contradice con una filosofía personalista centrada en la inalienable dignidad del hombre, en sus derechos y deberes básicos anteriores al Estado, pero están permeando, esta edición genética, la educación y la sociedad en su conjunto. El filósofo francés, Jacques Maritain inspiró, desde este espíritu personalista, la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 donde podemos descubrir la sutil presencia de la Grecia clásica hasta Tomás de Aquino. Maritain  creia en la educación integral y la búsqueda de la verdad. Pero estos derechos y deberes hoy no se respetan o se produce una desoladora inflación de derechos que son recogidos contradictoriamente en distintas materias de la educación escolar y superior.

Ante este maremágnum quizá es ineludible intentar recuperar un currículum integrado que nos hable de una educación armónica que abarque todas las áreas del conocimiento y las conduzca a una coherente, necesaria y exigente búsqueda de la verdad.

El hombre, su conocimiento y su quehacer ético no es compartimentable en capítulos estancos y a la vez contrapuestos, sino que debe tender a la unidad. John Henry Newman defiende estas ideas a mediados del siglo XIX en su obra en The Idea of a University, publicada en dos partes: 1852 y 1858. Allí argumenta claramente en defensa la interconexión de todas las disciplinas para llegar a una comprensión de la verdad y de la realidad coherente en sus diversas dimensiones

La ciencia y la filosofía deben buscar la verdad de la mano sin contradecirse. Encontramos un esfuerzo en esta dirección en Joseph Ratzinger que defiende una "razón abierta a la trascendencia", una "razón conciliada con la fe" como una respuesta a la razón puramente instrumental o secular. Estas ideas están presentes en su Introducción al cristianismo (título original en alemán: Einführung in das Christentum, 1968). Ratzinger aborda cómo la fe y la razón pueden coexistir y enriquecerse mutuamente en la educación y en la vida intelectual en la búsqueda de la verdad y en la formación integral de la persona.

Profundidad, atención, escucha, diálogo

La sociedad moderna en la escuela, en la universidad, ha perdido profundidad, atención ante las preguntas más trascendentales, lo venimos subrayando. El saber, el estudio, la investigación, los avances son cortoplacistas, resultadistas, sometidos a la inmediatez del éxito concreto. Y por eso mismo volubles y cambiantes.

Mientras tanto, ¿quién se para a pensar, quién enseña a leer con profundidad, a escuchar atentamente al otro (primero al profesor y luego también en el diálogo con los estudiantes) para hallar la verdad? Plutarco (46-120 después de Cristo), un pedagogo y maestro de oradores de origen griego que enseña en Roma, cuenta con una obra cada vez más actual: De Recta Ratione Audiendi (La correcta forma de escuchar, siglo I después de Cristo).

Allí defiende, en la Paideia en su adaptación romana, la importancia de escuchar activamente y atentamente como una clave para profundizar en el conocimiento sin distracciones.  El que escucha atenta y reflexivamente es quien acaba profundizando y alcanzando un saber templado, aquilatado.

Hoy la escuela no invita a escuchar sino a entretener, y la universidad improvisa de un modo diletante. La escuela activista cree más en la acción que en la reflexión. La atención es un bien escaso hoy mismo y ya entonces Plutarco lo valoraba como imprescindible.

Saber no es acumular información dispersa sino manejar las mejores fuentes, las más coherentes y contrastadas, leerlas en profundidad y hacerse preguntas vitales para alcanzar un conocimiento ponderado. Y ahí es necesaria la escucha del maestro que nos ofrece los conceptos para desentrañar la realidad. Y a la vez promueve preguntas para dialogar, debatir en el aula y seguir profundizando. Podríamos jugar con la siguiente metáfora: hay que escuchar a los sabios y también a los mejores libros, a los grandes libros. Dialogar socráticamente para empaparse de la verdad que emerge en la pausa, probablemente intercalada de silencio. Pero la industria digital del ocio -monetizando la atención- tiene otros planes alejados de la pausa, la atención y el silencio. Y la educación se resiente.

Los modelos en la Paideia: padres, pedagogos y maestros

Si desglosamos etimológicamente la palabra Paideia (παιδεία) obtenemos este resultado: Paid- (παιδ-), que significa niños y jóvenes. Y luego -eia (-εία) que añade un perfil de aprendizaje, educación y guía. De ahí viene también "paidagogos" (παιδαγωγός), que significa "el que guía a los niños."

En Grecia, en la Paideia, entre las clases altas, los mayores inspiraban respeto a los niños, adolescentes y jóvenes entre otras muchas razones porque eran cultos y sabios y se enorgullecían de trasmitir sus conocimientos. Madres, padres, amas de cría, ayos, pedagogos (en el hogar) y maestros (en la escuela), nadie discutía que eran modelos coherentes:  modelos en el saber y en el hacer dado que vivían la unidad del saber en sus vidas y enseñanzas. Conocimiento y virtud andaban de la mano. Nadie discutía su autoridad, que obviamente debían ganarse cada día desde la coherencia y la ejemplaridad.

¿Qué pasa en la escuela y en la universidad hoy? Carecen de modelos y líderes salvo contadísimas excepciones. Pues los modelos familiares y magisteriales se diluyen entre unos jóvenes que campan a sus anchas y cuyos “mentores” y “tutores” no son los maestros y catedráticos sino los influencers, los cantantes, los deportistas o los actores de cine y series.

¿Podemos encontrar educadores que a la vez sean modelos educativos y líderes? Es así en muchas familias, pero ¿y en la educación formal?

En la Universidad de Kansas, entre 1970 y 1978, tuvo lugar un programa conocido como The Integrated Humanities Program (El Programa Integrado de Humanidades). John Senior y sus colaboradores, Dennis Quinn y Frank Nelick, impartieron una docencia muy atractiva y llena de liderazgo donde se leía y se dialogaba sobre los clásicos. Una educación integral en la que cabía la astronomía, la música, la danza, pero también la religión y la fe donde la belleza y la poesía estuvieron muy presentes. Los estudiantes respondieron con vivo entusiasmo y la vida de muchos cambió radicalmente.

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