Jueves, 02 de mayo de 2024

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En mí tendréis paz

por El Blog de Juan del Carmelo

            El Señor entre sus últimas palabras…, nos dejó dicho: “En mí tendréis paz, en el mundo tribulación”. (Jn 16,33). En general, todo el mundo tiene un concepto único del significado de la palabra “Paz”. Generalmente se entiende por paz la ausencia de guerra, pero este vocablo es ambivalente y dentro de su ambivalencia, caben muchas consideraciones y apreciaciones de carácter totalmente distintas. Realmente existe mucha confusión al respecto. Comenzaremos pues diciendo, que existe dos clases de paz muy distintas, aunque las dos son queridas por Dios, por ello se emplea genéricamente el vocablo “Paz de Dios”, que es aplicable a todas las clases de Paz. Porque la paz es un bien de Dios, el ama la paz, cualquiera que esta se siempre que sea justa y no manipulada.

            Las dos clases básicas de paz, son las que se refiere a la paz material y a la paz interior del alma. Se puede desear la paz material o paz humana y no tener ni saber, lo que es la paz de Dios en sentido estricto, es decir la paz interior del alma. Hay pues que considerar, que de entrada, existen dos clase de paz; una paz humana entre los hombres fruto del amor entre ellos, y una paz de Dios, o paz interior fruto de la vida en estado de gracia y amor a Dios, dicho con otras palabras, el vivir nuestra alma en la paz de Dios. Cuando España era lo que era, ya que ahora desgraciadamente, es la que no era, en Andalucía y en otras regiones españolas, la gente, sobre todo la noble y sencilla gente de campo, se saludaban tanto al encontrarse como al despedirse diciendo: A la paz de Dios.

            Sobre la paz material, que determina la concordia entre los hombres, se han escrito ríos de tinta y es un anhelo humano el que desaparezcan las guerras, de una vez para siempre. La soberbia raíz de todo vicio, fuerza el ego en el corazón del hombre y entonces este piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro de todo, porque es entonces cuando se deja  fascinar, por los ídolos del dominio y del poder. Es entonces cuando trata de ponerse en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la animadversión, al odio y al enfrentamiento.

            En el Génesis, se puede leer: “7 Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera. 8 Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. 9 Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? 10 Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí. 11 El replicó: ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí? 12 El hombre respondió: La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él. 13 El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Cómo hiciste semejante cosa? La mujer respondió: La serpiente me sedujo y comí”. (Gn 3,7-13). Lo que aquí se nos explica en este pasaje del Génesis, es la entrada del hombre en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo, tiene miedo de la mirada de Dios; y acusa a la mujer, que es carne de su carne.

            El hombre cuando peca, entra siempre en colisión consigo mismo, rompe su relación su, concordia con la creación y con su Autor. Incluso el hombre comienza a matar a su hermano: “9 Entonces el Señor preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? No lo sé, respondió Caín. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? 10 Pero el Señor le replicó: ¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo”. (Gn 4,9-10). Es esta pregunta, la que también se nos dirige a nosotros y también nosotros, tendríamos que preguntarnos a nosotros mismos, sí ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, guardamos a nuestros hermanos, respetándolo y no acosándolo, aunque solo sea verbalmente.

             Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde muestra necesaria relación con nuestro Creador, se produce un cambio: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, a suprimir. El uso de la violencia para la obtención de fines humanos, llamémoslo terrorismo o guerras injustas, es repudiado por todo el mundo occidental en general, aunque no parece que así sea en el mundo islámico, que a lo poco que he leído sobre este tema, parece ser que el Corán entre otras razones, justifica la violencia para la conversión de adeptos, al Islam o evitar el abandono de esta religión. Distinto somos nosotros los cristianos que no admitimos la conversión por la fuerza ni tampoco perseguimos al que nos abandona, son que rezamos por él.

            También hemos de tener en cuenta, que la teoría de que, “el fin justifica los medios” también ha prosperado incluso dentro del cristianismo, y más concretamente en el catolicismo. Y no me refiero a épocas pretéritas, sino modernamente tenemos la llamada “teoría de la liberación”, que ha dado como frutos, el que más de un sacerdote, cogiese un arma y se echase al monte en Hispanoamérica.

            El obispo norteamericano Fulton Sheen en referencia a la paz humana, distinguía tres clases de paz:

La primera es la noción de la paz utilizada por determinados sistemas políticos, como era la paz, tal como la entendía la Rusia comunista, una paz táctica que implica el no uso de medios militares ni violentos con el fin de preparar el ataque violento y conseguir los objetivos materiales que se perseguían.

La segunda es la noción de la paz es la que se podría llamar la paz burguesa que es la idea negativa a saber: la paz es la ausencia de guerra, comprada a costa de la libertad y del derecho, es decir una paz injusta.

Y la tercera clase de paz es la auténtica paz, es la definida por San Agustín diciendo que: La paz, es la tranquilidad en el orden, y el orden implica justicia, y justicia implica ley y derecho. La paz es pues inseparable de la justicia. Para este obispo norteamericano. “La paz es una hermosa palabra pero tiene también un sentido falso y otro verdadero. La verdadera paz es un don de Dios; la falsa paz es de nuestra propia hechura. La verdadera paz florece en nuestra creciente amistad con Dios; la falsa paz se desarrolla en medio del olvido de Dios y de la exaltación de sí mismo”.

            Tal como escribe Jean Lafrance, la paz material o humana: “… no vendrá de una supresión de conflictos, sino de la presencia del Resucitado. Cuando Cristo se aparece a sus discípulos, les dice: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,21). Y desde ese momento, la paz del resucitado invadió los corazones y barrió sus dudas y conflictos”. Dicho de otra forma, la paz espiritual que anidada en el corazón de todos los hombres, es la que realmente puede imponer la paz material o humana. No es, a esta clase de paz humana o material que es la más conocida, a la que aquí quiero referirme, sino a la auténtica “Paz de Dios”, a la paz del espíritu.

            Hay una diferencia fundamental, entre ambas clases de paz, mientras que la paz humana, podemos y debemos de luchar por su obtención, paro conseguirla, pero no depende de nosotros en exclusiva, sino también de otras personas y factores ajenos a nuestra voluntad; la paz de Dios, si depende exclusivamente de nuestra voluntad, de que queramos o no adquirirla, y hemos de luchar por obtenerla. La obtención de la paz interior, de la paz de nuestro espíritu, forma parte de la lucha ascética. El presbítero Jacques Philippe, escribe: “Frecuentemente, el combate espiritual consiste precisamente en eso: en defender la paz interior contra el enemigo que se esfuerza por arrebatárnosla. En efecto una de las estrategias más habituales del demonio para alejar un alma de Dios y retrasar su progreso espiritual, consiste en intentar hacer perderle la paz interior… El demonio pone en juego todo su esfuerzo para arrancar la paz de nuestro corazón, porque sabe que Dios mora en la paz, y en la paz realiza cosas grandes”.

            Decía San Pablo: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14). Mientras no tengamos interiormente a Cristo en el interior de nuestro ser, en nuestra alma no tendremos la paz de Dios, y difícilmente podremos individualmente cada uno de nosotros vivir en paz. Es la paz del Dios, la que nos lleva a la felicidad aquí en esta tierra. Es la paz a la que el Señor se refería cuando en la última cena dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy yo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).

            Para encontrar esta paz interior aquí en la tierra, es necesario que el hombre se despoje de todo lo que no es Dios, para dejar todo su ser a disposición del santo amor al Señor, a fin de que éste se enseñoree de todo. Sólo así el corazón del hombre encontrará la paz verdadera y la posesión de esta paz se reflejarán, tal como escribe Jean Lafrance: “La paz y la alegría que son señales de la acción de Dios en ti…. Si gozas de una paz duradera, y de una verdadera alegría, puedes decir que los proyectos que acompañan a tus sentimientos interiores son queridos por Dios, pues el Espíritu Santo obra siempre en la alegría, en la paz y en la dulzura. Si por el contrario, estas triste, desanimado e inquieto puedes suponer que el proyecto formado está inspirado probablemente por la carne o por el espíritu del mal”.

            Porque resulta evidente, tal como coinciden todos los santos, autores espirituales y en especial Tomás de Kempis, al decir este que: “Siempre que el hombre apetece algo fuera de razón, pierde enseguida el sosiego de su alma. Resistiéndose pues a las pasiones y no doblegándose a su yugo como esclavo, es como se halla la verdadera paz del corazón”. San Serafín de Serov, en el libro “Conversaciones con Motovilov”, manifiesta: “A esos hombres elegidos por Dios y a quienes el mundo odia, es a quienes el Señor da la paz que ahora sentís; esa paz dice el apóstol “que sobrepasa todo entendimiento” (Flp 4,7).

El apóstol la llama así, porque ninguna palabra puede expresar el bienestar espiritual que ella engendra en los corazones de aquellos a quienes el Señor la infunde. Él mismo la llama “su paz”, porque es fruto de su propia generosidad y no del mundo, pues ninguna dicha terrena puede darla. Es siempre enviada de lo alto por Dios mismo, por eso se llama “la paz de Dios”. Para conseguir esto, la paz, hay que ponerse de verdad bajo la dirección del Espíritu Santo, aceptando abrazar la vida real que el Señor nos propone en las condiciones concretas de nuestra historia.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

            Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

            La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com

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