Martes, 07 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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El momento que vivimos

por Consideraciones sin importancia

 

La dificultad reside en que todo este tiempo está hundido en la más profunda indiferencia, no tiene ninguna religión, ni siquiera tiene predisposición para la religión (Soren Kirkegaard)

Hace tiempo que le estoy dando vueltas a una pregunta: ¿qué momento estamos viviendo? Porque estoy convencido de que estamos viviendo un momento privilegiado. Posiblemente también estemos asistiendo un cambio no sólo de época, sino a una decadencia y, en consecuencia, a la desaparición de una cultura y una civilización. No pretendo ser pesimista, sino realista, porque ese realismo nos puede ayudar a comprender mejor a las personas que forman nuestra sociedad y a las que tenemos que evangelizar. Y esto es todo un reto.

Cuando el Cardenal Ravasi estuvo en Madrid, con motivo del Congreso de cine organizado por SIGNIS y la Universidad Eclesiástica San Dámaso, comentó, en varias ocasiones, que estamos viviendo en una época de indiferencia religiosa. Esto significa que, a diferencia de otros momentos en los que el ateísmo o el agnosticismo tenían su puesto entre los no creyentes, ahora vivimos en una época que se caracteriza, en palabras de Martin Buber, por el eclipse de Dios. Dicho de otro modo, se vive como si Dios no estuviera.

Todo esto indica que no es tiempo de respuestas, sino de preguntas. Parece que la pelota está en nuestro tejado, en el de los creyentes, o mejor, en el de los cristianos, porque también es cierto que creyentes hay, pero de muchos tipos y variados. La cuestión entonces es, ¿cómo suscitar esas preguntas que lleven a Dios? ¿cómo provocar la pregunta religiosa?

La respuesta a estas preguntas sólo puede ser una: el testimonio de los cristianos. Como repite insistentemente el Papa Francisco en su primera Exhortación Apostólica, toda la Iglesia y cada uno de los bautizados tenemos que renovar nuestro espíritu misionero. Estamos llamados a evangelizar mediante un testimonio coherente de la propia vida y recuperar el impulso evangelizador. En definitiva, tener deseos de dar a conocer a Jesucristo. Provocar una sola pregunta: ¿qué da sentido a tu vida?

Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino[1].



[1] Francisco, Evangelii gaudium, n. 127.

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