Martes, 07 de mayo de 2024

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Con el Papa, siempre con el Papa

por Consideraciones sin importancia

 

Es al mismo Pedro a quien se dijo: ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’. Por lo tanto, donde está Pedro, allí esta la Iglesia; donde está la Iglesia, no hay muerte sino vida eterna (San Ambrosio)

En la casa donde vivía en Roma trabaja un portero que, cuando se encontraba en medio de una discusión entre dos personas, y alguno le preguntaba de parte de quién estaba, siempre respondía lo mismo: ‘Con el Papa, siempre con el Papa’.

No había pensado escribir nada sobre las entrevistas hechas al Papa y mucho menos comentar sus declaraciones. Sin embargo, el otro día tuve la oportunidad de participar en un debate en la radio precisamente sobre esto. Allí leyeron comentarios y opiniones para todos los gustos, a favor y en contra.

No voy a entrar en ningún debate. Ahora bien, reconozco que me da pena cierta desafección que, dentro de un sector de católicos, minoritario gracias a Dios, están provocando las palabras y los gestos del Papa Francisco. Y me da cierto miedo, las consecuencias que pueden traer una interesada y malvada manipulación de sus palabras. Temo que profetas de calamidades, defensores de teorías apocalípticas e ideólogos sectarios campen a sus anchas.

Repito aquí lo dije en ese programa. Ningún Papa ha dado un giro de 180 grados. A lo largo de los veintiún siglos de Cristianismo, ningún Papa se ha apartado de la regla de la fe de la Iglesia. Siempre ha habido y habrá continuidad, porque no puede ser de otra manera. Lo garantiza la apostolicidad de la Iglesia. Y, por eso, la unidad y comunión con el Papa no puede depender de simpatías personales o tendencias de moda, porque esa comunión asegura la fidelidad al mensaje de Cristo.

… herido con la compasión de sus ovejas, lloroso en la oración por el remedio de ellas, sediento por la Iglesia de Jesucristo, cuyo vicario es... no usando de su poder conforme a su voluntad ni a sus intereses, sino usando el poder como convenga a la honra de Dios, que se lo dio, y al provecho de la Iglesia, nacerán innumerables corazones que se ofrecerán a Dios, tras él y con él, mortificados a sí mismos y vivos a Dios. ¿Quién habrá que no siga al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?[1].



[1] San Juan de Ávila, Obras Completas II, 565-567.

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