Viernes, 26 de abril de 2024

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Benedicto XVI el grande

por Estamos en Sus Manos

El 31 de diciembre de 2022, día de san Silvestre, papa, y víspera de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, será un día que quedará marcado en la historia para siempre: el día en que murió el Papa Benedicto XVI. Joseph Ratzinger ha sido una de las personas más importantes de nuestro mundo, cuya importancia muchas veces no somos capaces de ver. Cuando hablamos de san Juan Pablo II y de su historia, de todo lo que hizo, de la importancia que tuvo para la caída del muro de Berlín; de la importancia que tuvo como cabeza de la Iglesia para ayudar en todos los conflictos que se dieron después de la Guerra Fría en el mundo entero; para la apertura relativa de países como Cuba o para la doctrina de la Iglesia en temas de la moral; para la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica y de tantos otros documentos de la Iglesia, tenía siempre a su derecha a alguien: Joseph Ratzinger, el cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue amigo personal de san Juan Pablo II, y también su mayor consejero; redactor junto con él de grandes documentos como la Veritatis Splendor, y un verdadero orientador le que ayudó a ser tan grande como fue.

No podríamos haber tenido a San Juan Pablo II sin haber tenido a Joseph Ratzinger junto a él como pastor y teólogo. Ratzinger fue fundamental en la época de los problemas que vinieron tras del Concilio Vaticano II. Hubo espantada en la Iglesia, hubo miles de sacerdotes que dejaron el sacerdocio; hubo también mucha gente que intentó cambiar la doctrina de la Iglesia. Se empezó a descuidar la celebración de la Eucaristía, en la que se introdujeron abusos inadmisibles. Hubo teólogos y sacerdotes que empezaron a enseñar que la doctrina de la Iglesia había cambiado, sobre todo en el ámbito de la moral.  

Todo este ambiente relativista ha sido fundamental para ayudarnos a comprender que es necesario que la Iglesia, de la mano de Joseph Ratzinger y de Benedicto XVI, siga fiel a su pasado, a su historia, a la Tradición; pero también que mire al presente, al mundo en el que vivimos, con una perspectiva de futuro para la fe. Y eso ha dado lugar a generaciones de sacerdotes que han perseverado en el sacerdocio, que no se han apartado de la doctrina de la Iglesia y que intentan hacer que la verdad del Evangelio sea proclamada en nuestro mundo con un nuevo lenguaje, pero con el contenido de siempre.

Y para esto ha sido fundamental Ratzinger, capaz de dialogar con ateos, con agnósticos, con filósofos, con representantes de la teología de la liberación, con los Padres de la Iglesia, con la antigüedad cristiana, con el pasado, el presente y el futuro. Todo lo que él ha hecho y predicado ha permitido que la Iglesia, en un momento en el que corría el riesgo de hundirse y de perder su identidad, haya mantenido su esencia.  

Cuando nuestro gran papa san Juan Pablo II fallece en el domingo de la Divina Misericordia, poco después es elegido Joseph Ratzinger como Papa Benedicto XVI. Es un momento en el que se le concede a la segunda persona más influyente del siglo XX ser el sumo pontífice, para que sirva no ya solamente como teólogo, sino también como pastor de la Iglesia Universal. Y así, todo lo que ha salido de la mano de Benedicto XVI durante el tiempo de su pontificado ha sido una auténtica maravilla, una delicia, porque en todos sus discursos y sus escritos vemos una espiritualidad encarnada, una fe vivida.

Los medios de comunicación nos lo presentaron como si hubiese sido poco menos que Satanás hecho papa.  Como siempre, los medios de comunicación haciendo un flaco favor a quien había sido en el fondo quien había mantenido la fe incólume durante el pontificado de san Juan Pablo II…  Benedicto XVI ha sido el primer papa que ha hablado de un modo profundo de la ecología, que ha trabajó incansablemente por la unidad de la Iglesia, fue el papa que ha tenido más encuentros con grandes líderes de otras religiones y de otras confesiones cristianas; hizo una inmensa labor por la unidad de la Iglesia, dio seriedad y firmeza a la Santa Sede, y fue el papa que tuvo que hacer frente a todo el problema de los abusos, que constituyeron un claro ataque coordinado a la imagen de la Iglesia en la persona del Papa Benedicto XVI.  Esta iba a ser la gran mancha que se cerniría sobre la Iglesia del siglo XXI, y podemos decir que el pontificado del papa Benedicto XVI ha estado marcado por esta gran herida, este gran dolor en la Iglesia, que nos ha afectado a todos.

Porque, siendo cierto que ha sido una minoría muy pequeña la que ha caído en este terrible pecado y delito, es algo que a todos nos has dolido, y que además ha sido difundida por los medios de desinformación masiva para manchar el rostro de la Iglesia, para manchar el rostro de los sacerdotes, para manchar la reputación de la Iglesia, y para verter una nube de ceniza polvo y sombras sobre nosotros.

Todo esto lo tuvo que afrontar Benedicto XVI, que fue conociendo poco a poco y con gran dolor todos los escándalos que se habían cometido, todos los encubrimientos que se habían dado, todas las tácticas de los enemigos de la Iglesia. Todo esto le fue consumiendo poco a poco, si bien fue él precisamente quien había reformado la doctrina penal de la Iglesia para que este tipo de pecados pudieran ser juzgados de un modo directo e inmediato con una pena mayor. En ese sentido, el Papa Benedicto XVI ha sido un baluarte de la Iglesia en un momento en el que se han ido manifestando enemigos en el interior de la misma. En este siglo hemos visto la abominación de que dentro de la Iglesia ha habido obispos y cardenales que han negado la doctrina de la Iglesia, que han negado la verdad de la fe, que han atacado la unidad de la Iglesia.

Esto fue mermando poco a poco el corazón y la mente de nuestro gran Papa Benedicto XVI, que tras un periodo largo casi de un año de reflexión, se da cuenta de que lo más grande que puede hacer por la Iglesia es rezar. Y por eso decide, no renunciar al papado – porque Benedicto XVI nunca renunció al papado, siempre fue el papa Benedicto XVI –, sino renunciar a ejercer el Ministerio petrino, para retirarse a una vida de oración, de contemplación y de penitencia para pedir por la Iglesia. Así se convierte en el papa emérito Benedicto XVI; sigue siendo papa, pero ya no como quien rige la comunidad eclesial, sino como alguien que ora y que nos enseña que la oración tiene un poder inigualable a los ojos de Dios. Por eso se retira a rezar por la Iglesia: porque él toma consciencia de que eso es lo más grande que puede hacer por ella.

Así, durante estos años en que ha sido papa emérito ha sostenido a la Iglesia con su oración de un modo misterioso cuya eficacia no podemos conocer. En un tiempo de convulsión y de divisiones, en un tiempo en que la iglesia en Alemania de la que él procedía ha producido como una rasgadura en la túnica de Cristo, en un momento de gran crisis, de muchos problemas, de muchas divisiones internas, Benedicto estaba ahí como una voz de fondo, rezando por la unidad de la Iglesia, recordándonos lo que ha sido el siglo XX y el siglo XXI teológica, espiritual y eclesialmente.

Por eso pienso que la muerte de Benedicto XVI marca verdaderamente un cambio de época, ya que de algún modo dejamos atrás esa época de papas santos que hemos tenido en una Iglesia poco dividida, y pasamos a una nueva época en la cual la Iglesia vive una gran incertidumbre, pero con grandes lumbreras en el cielo: San Juan XXIII,  San Pablo VI, San Juan Pablo II, el beato Juan Pablo I y ahora Benedicto XVI que, si está en el cielo, sin duda va a rogar de un modo especial por nosotros. Podemos imaginar cómo habrá sido el reencuentro de Juan Pablo II y de Benedicto XVI…

Recuerdo una frase que dijo el padre Pío poco antes de morir: el Padre Pío hará más ruido muerto que vivo, como diciendo: yo desde el cielo voy a hacer todavía más que lo que he hecho en la tierra. Tengo la intuición de que esto es exactamente lo que va a pasar con Benedicto XVI. Él, estando vivo, hizo mucho ruido, mucho bien al mundo y a la Iglesia; al final de su vida estuvo callado, orando en silencio y recogimiento; pero ahora desde el cielo seguro que va a hacer mucho más ruido para el bien de la Iglesia.

Demos gracias a Dios por este gran hombre, por este gran papa, por este hombre de Dios. Pidamos que esté ya en el cielo, y que si está allí interceda por nosotros. Pidamos a todos los grandes pontífices de estos siglos que rueguen por nosotros, y que en este cambio de época la Iglesia sea regida por quien es su verdadero pastor: Cristo. Benedicto XVI el día que renunció dijo que confiaba la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo. Que así los santos papas desde el cielo rueguen por nosotros, para que sea Cristo quien rija y quien dirija a la Iglesia.

 

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