Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Vía Crucis del s. XX

por Lolo, periodista santo

En una ocasión escribe Lozano Garrido refiriéndose a SIGNO, que era  (y otra vez ahora ´es´) el periódico de la Juventud de A.C. española: "A mí me formó más "SIGNO" la revista estandarte de los jóvenes, que los círculos de estudio, sin que esto desmerezca de ellos"  (Semanario SIGNO nº 771, 23 octubre 1954).

Con ese gran ´piropo´ que lanza Lozano Garrido a aquel semanario SIGNO, comenzamos hoy a publicar una serie de artículos que más tarde Lozano Garrido publicó  en este periódico.

Hoy comenzamos con uno de los primeros cronológicamente publicados por Lolo. Y su texto puede servirnos de ambientación para una fecha dentro de unos meses.La declaración de cientos de mártires de España de aquellas fechas. Entre ellos el Obispo Basulto, de Jaén, que confirmó a Lolo  y otros  compañeros mártires.

Hay que hacer notar otro detalle en la vida de Lolo: Cuando al final de la guerra del 1936-39 se abre una causa general de represalia, la familia Lozano Garrido que había sufrido el asesinato del hermano mayor, y que padecieron cárcel otras 2 hermanas y él mismo, no denunciaron a nadie. Devolvieron la hoja de acusaciones en blanco; “demasiada sangre derramada y odio ha habido”, dice el Beato Manuel Lozano.

 Pero no por ello hay que negar los hechos reales y verdaderos. En aquella lucha fratricida muchos cayeron por sus ideales religiosos. El mismo Lozano Garrido fue encarcelado por ´repartir clandestinamente la Eucaristía´. Y a todos esos que murieron por la fe, no por otra razón, se les podría declarar como mártires. En esos sentimientos de martirio que no quitan el dolor, pero en el que triunfa el amor a los enemigos, escribe Lozano Garrido este artículo: Vía crucis del siglo XX.

Vía crucis del siglo XX 1

Manuel Lozano Garrido
Semanario Signo, 21 de abril de 1951

Si Don Emilio Bellón difícilmente podrá olvidar aquel vía crucis penitencial que en 1931 recorriera las calles de Linares, los actuales jóvenes de su Centro siempre recordarán con emoción este otro que el Martes Santo de 1951, bajo el brillo enlutado de las estrellas, partió de la cripta de los mártires y, recorriendo sus mismos caminos dolorosos, les hizo sentir el escalofrío de lo sublime. Entre uno y otro, veinte años, y el milagro, hecho primavera espiritual, de un ideal de palmas y cruces entrelazadas, que se transmite fragante hasta la actual generación. Porque fue poco más de un año antes de la primera fecha cuando el Centro de Linares, aún en su cuna, recibió la tónica martirial que había de ser su acuciante norma de conducta. El día de su constitución oficial 1° de enero de 1930- Dios puso en labios de un sacerdote estas palabras, que luego tendrían el terrible refrendo de su sangre: "Vuestro apostolado será fecundo cuando tengáis un mártir". Y desde aquel instante más de un joven arrulló el sueño de dar la vida por Cristo.

Pasaron los años. Bajo las losas frías del presbiterio parroquial, hoy una inscripción da testimonio de una consumación por la que nuestros jóvenes pueden cantar alegres ante el horizonte oscuro del porvenir: "Manuel Molina Estepa, Consiliario. Antonio Cobo Muñoz, Presidente Fundador..., bebieron el cáliz del  Señor". Debajo, palmas; y muy cerca la presencia real de Jesús en el sagrario…Tal y como fueron sus vidas: inmolación y eucaristía. Y como también fueron sus muertes: paralelos y sangrantes Gólgotas que junto al sagrario empezaron a desfilar, y que cabe el sagrario recitan hoy la súplica por la mies de su sementera. Por esto y por ellos, la juventud de hoy canta ante el porvenir...

Todos los actos de la vida parroquial se inician ante la presencia yacente de estos mártires. Y cada ceremonia pone al descubierto, junto a una nueva faceta del recuerdo, el clamor de una nueva lección. ¿Cuál ha sido la de hoy?

*          *          *

Pasaba ya la medianía del mes de julio de 1936 cuando, una tarde incierta y caliginosa; un hombre, postrado de rodillas ante el sagrario, imploró -del que es Vida- la fortaleza y vitalidad de su apostolado. Era Antonio Cobo Muñoz, un joven que con Jesús terminaba en esos días de hacer madura realidad un sueño de muchos años. Para él estaba ya en el pasado aquel día en el que se presentara a don Emilio con el deseo y el ofrecimiento de ganar para Cristo a todos los jóvenes de su pueblo. Entonces, edad, fortuna y carrera le sonreían; era modelo de empresarios y la cabeza de un hogar feliz. Pero ¿qué importaba todo esto, aunque alentara al servicio de Cristo, si aún había jóvenes que no le conocían y, por tanto, no le amaban? Los "sensatos" de su época calificaron de quimera el tratar de hurgar en aquel cúmulo de indiferencia; pero Antonio, que entendía de minas y sabía que a aquel filón de juventud se  podía llegar con el buen ejemplo  explotarlo con la ayuda de Dios, se hizo donación y entrega absoluta para la tarea. Y no sólo personal: él tenía una esposa que comprendía y era el espolique más firme de sus ilusiones. Así se explicaba que a veces el mobiliario de su hogar "se mudara" al Centro incipiente y que el dinero -acciones para el cielo- se prodigara sin tasa. ¡Todo era un medio hacía la consecución del ideal!

Por eso, aunque aquella tarde de julio podía ya ofrecer al Señor un puñado de dirigentes, montones de jóvenes agrupados en decurias, un aspirantado que con las anteriores fue el modelo y germen del resto de España, e incluso una amplia acción social, Antonio tenía el corazón clavado por la irredención de los que aún no conocían a Dios. Y el Señor adivinó y aceptó un deseo latente en su alma: ganarlos por el holocausto de su vida.

*          *          *

Una turba enloquecida irrumpió en el templo y,  no se detuvo hasta llegar a él, que seguía en actitud de arrodillado. En la tremenda hora de su Getsemaní se irguió y con el rosario entre las manos salió al encuentro de los perseguidores. Todo su afán era el de alejar a Jesús de todo peligro de profanación. Prevenido por el clamor de los asaltantes, acudió el párroco-consiliario, y sobre los dos se desató el odio ciego de aquellas gentes.

Yo recuerdo que cuando les conocí, si Antonio Cobo me atrajo por su humildad y valentía, don Manuel Molina me cautivó por su callada paciencia. Y así  precisamente iban aquel día por las calles céntricas de Linares –la mismas del vía crucis de hoy-: Antonio, delante, abriendo marcha; después, don Manuel, con su gesto de bondad, llevando esta vez, por la vistosidad de sus ropas talares, la parte más principal de los golpes del populacho. Así en unas escenas imposibles de describir por lo horripilante del sufrimiento, llegaron al lugar fijado y que había de ser la divergencia de sus caminos. En don Manuel volvieron a repetirse los momentos siguientes a la flagelación de Jesús. Sentado en un banquillo, el "adivina quién te dio" se hizo carne de veinte siglos. "Cuando después le volví a ver –decía un testigo- era un "Ecce-Homo"; tenía la cara completamente desfigurada por los golpes-". De su muerte, más que cuanto se pueda escribir, la definen sus últimas frases al grupo de ejecución: "Dios mió, perdónalos, que no saben lo que se hacen.". "Más me merezco". "Les besaría las manos a todos los que creen hacerme daño".

Antonio aún tuvo ocasión de sembrar y edificar a sus compañeros de prisión. Después perdonaría a sus asesinos, a los que, tras de la muerte, les alcanzaría la gracia de la conversión. Y en el supremo tránsito, aquel ser que no había nacido sino para amar, abrió los brazos y estrechó contra su corazón a su hermano Javier  -otra ofrenda martirial-,  con la fuerza y la emoción de quien se aleja de su propia  obra  y, en un "En el cielo nos veremos" deja un tesoro de eternidad. De él diría después el padre García Alonso:  "Con pocos seglares  he tropezado en mi vida del temple de aquella alma. La Acción Católica Española pude mirarlo como una de sus glorias más puras"

Si el azar no existe y "las cosas destinadas a cada uno llegan en el momento más oportuno para darnos una enseñanza", no cabe duda que Dios amontonó en esa noche del Martes Santo todas las circunstancias precisas para mostrar a los jóvenes de hoy que su apostolado es fecundo, porque cuenta con intercesores. ¿Qué importa, pues, que los hombres sangren por el contacto de la cruz, que los pies enrojezcan al roce del asfalto y que el espíritu lleve las traíllas de la humillación, cuando las cruces son de Cristo, los pies caminan por la misma calle dolorosa de los sembradores y el alma limpia lleva el aguijón dorado de unos nombres orlados con letras que hablan de cálices y de “possumus”?

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[1] Artículo premiado en el Semanario “Signo”. Parece ser que éste es el primer premio obtenido por M. Lozano Garrido. Se reprodujo en Cruzada, septiembre 1951.
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