Lunes, 06 de mayo de 2024

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¿Hacia dónde vamos, separando la vida pública y privada?

por Un obispo opina

Con frecuencia se distingue entre vida pública y privada. Con ello se pretende ver normal compaginar el tener grandes cualidades o un cargo político importante pero ser un inmoral. Claro, una cosa es ser un gran deportista o un político importante y otra, venderse al mejor postor. Ser honrado o no, no depende del cargo ni de las cualidades que uno tenga. Es la misma honradez la que se manifiesta en ambas. Porque ¿qué varita mágica transforma a una persona de corrupta en honrada por el hecho de que tenga muchas cualidades para el deporte o para cualquier otra actividad política o técnica? ¿Podría alguien decirme que uno que es ladrón en su vida privada, deja de serlo cuando se le confía la administración de grandes bienes en la vida pública? ¿Quién de nosotros le confiaría sus bienes?

La honradez, cuando la hay, se da en la vida privada y en la vida pública. Y cuando no la hay en una, tampoco la hay en la otra; es como ser feo o guapo; se es en ambas.

Esto, aunque haya muchos que no quieran oírlo, es así. Ahí está la experiencia; las "honradeces" van juntas en una misma vida; lo mismo cabe decir de las "deshonradeces". Es significativo, por ejemplo, que en los casos de corrupción que se van conociendo, aparezca la "amante", los amiguetes, los aprovechados, al lado del corrupto. Y esto vale para todos, estén en el gobierno, en la oposición, o al margen de la política.

El político ha recibido el encargo de gestionar el bien público porque el pueblo se fía de él; y se fía de él porque ve su manera de proceder en su vida privada: lo elige porque lo ve honrado, serio, formal, capaz de gestionar con honradez lo público y lo privado, sin acepción de personas... Ese mismo hombre, al ser elegido para un cargo público, sigue siendo el mismo hombre de antes. Si en su vida privada era honesto, lo seguirá siendo en la pública; y eso por la unidad de vida moral que hay en todos. ¿No les parece? Con maderas carcomidas no puede construirse un andamiaje sólido. Con hombres carcomidos por la inmoralidad no se puede construir una política honesta.

Quien no es honrado en la vida familiar, laboral, comercial, ¿puede serlo en la vida pública? Habría que explicar cuál es el elemento nuevo que ha entrado en juego para que cambie ese hombre. Porque si se ha aprovechado de los demás en sus negocios privados, aunque siempre haya procurado guardar las apariencias, se seguirá aprovechando de los demás en su vida pública, guardando también las apariencias, desde luego. Todos conocemos a políticos honrados y corruptos, justos e injustos, que dan la cara por el bien común y la esconden por el bien personal.

Quien instrumentaliza a los demás en su vida privada no lo hace porque su vida sea privada, sino porque él es como es. Y mientras siendo como es, seguirá haciendo lo mismo en su vida pública, con la particularidad de que en la vida pública tendrá más posibilidades y mayor campo de actuación para aprovecharse del cargo. Se trata del mismo hombre con distintas posibilidades. Y eso ya se ha visto hace poco con motivo de ciertos escándalos. En definitiva, que nada hay totalmente privado; ni la propia vida. Y el pueblo tiene derecho a exigir fiabilidad en quienes han de dirigir la vida social de todos los ciudadanos. Y sigo con la pregunta del título del artículo: ¿hacia dónde vamos, separando vida pública y privada?

Aunque lo que realmente me preocupa no es lo que ha pasado, sino lo que pasará si nuestra sociedad no se cuida de educar y formar en valores. Y como obispo católico he de decir que aunque muchos cristianos no seamos como debemos ser, no lo somos porque sigamos la doctrina de la Iglesia; al contrario, porque no la seguimos. Sin embargo uno no se explica esa aversión que hay hacia la Iglesia por parte de algunos grupos y partidos que la ven como el enemigo público número uno al que hay que abatir. Aunque también es cierto que no lo podrán conseguir. Podrán ganar batallas, pero jamás, la guerra.

Gracias a Dios que todavía hay muchos políticos y personas honradas que, prescindiendo del partido al que puedan pertenecer y, prescindiendo de que militen o no en algún partido, se esfuerzan en su actuación pública o privada, por ser los hombres honrados y decentes que necesitamos en la vida privada y en la pública. Gracias a Dios que todavía los hay. Y sin duda, los seguirá habiendo.

Necesitamos de la ejemplaridad de la autoridad, de la que hablaremos en el próximo artículo.

José Gea
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