Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Letanía mariana en Cruz

por Lolo, periodista santo

  

 

 

 

            Entre los perfiles del Beato Manuel Lozano Garrido, “Lolo”, que resaltaban en su Proceso de vida y virtudes heroicas para su canonización, son muchos los trazos que hablan de ‘su tierna devoción mariana’.

            Con el último mes del año, coincide en la Iglesia la celebración del Adviento, como preparación a la Navidad. Y en esa etapa de cuatro semanas, Santa María, la Madre de Jesús, tiene un relieve grandísimo y precioso: en ese marco del Adviento se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción.

            Confieso que al  repasar posibles textos marianos, escritos por Lolo en la prensa, he estado un tiempo dudando cual seleccionar. Al fin me decido por esta LETANÍA.

            En 1961, publicó su primer libro: “El sillón de ruedas”. Esta es su página final. Luego, estando en la sierra de Tíscar, recibe los primeros ejemplares  de aquel primer libro suyo y  escribe sus sentimientos en otro libro (su primer diario, Dios habla todos los días):

Me quedé un rato (en el Santuario de la Virgen de Tíscar) para despedirme de la Virgen. Cuando escribí la Letanía hice el propósito de que ante Ella habría de ser rezada por primera vez… El corazón me palpitaba a pecho limpio.

           

El motivo para decidir esta elección de un artículo de Lolo sobre la Virgen ha sido una frase  del final: Danos santos a manojillos… Porque también la vocación universal a la santidad, de la que tanto habló el Vaticano II, tuvo un eco -profético y anticipado- en los periódicos al hilo de los escritos de Lolo.

                                                          

Rafael Higueras  Álamo

 

*        *      *

 

LETANÍA EN CRUZ

                                  

 

Manuel Lozano Garrido

                                       “Miriam”, 4 abril 1970

 

Cristo:

en los labios de una madre nazarena hay el temblor azulado de las aguas de un pozo.

Cristo:

muerde la semilla descascarillada por sus dientes de nácar.

Cristo:

déjate crecer ese grano mío, hecho voluntad de sílabas puras.

Que La oigas. Que nos oigas. Que me oigas.

 

Santa María de las Cosas sin Brillo,

            La cadera dolorida por el cántaro,

            el equilibrio de los jornales,

            la ropa vieja, siempre zurcida y limpia:

  crécenos el gozo de los pasos sin nombre;

  que gustemos el vino dorado de la copa de los Juan Nadie,

  con el eco circunscrito a un espacio de cristal,

  saludado con normalidad, sin recargos de intereses o fama.

 

Reina de las Horas Gemelas;

            a las doce, el cocido;

            a la tarde, la cartilla de Jesús;

            a la noche, el salterio con José y el Niño:

ven, rasca una cerilla de Fe

y enciende la hora justa de la medicina,

el cliché ya gastado de las criaturas habituales,

los minutos sin ilusión, con un futuro de nubes arracimadas.

 

Elegida para las Misiones con Sordina,

            Madre sin canastilla,

            Maestra con un abecedario de silencios,

            Redentora sin Evangelios:

te pedimos nos acerques la lima de las humildades,

que nos desbaste nuestra hueca vanidad de elegidos;

que sintamos la cosecha de fango y de soberbia

como un martillo pilón sobre los hombros

y a Dios escanciando su sangre de oro sobre las palmas vacías.

 

Dama de Honor de los “Inútiles”,

            la que sólo “estaba” al pie de la Cruz,

            sin milicias, ni abogados ni recomendaciones a jueces;

            sin más trinchera que el palmo de las sandalias:

ruega por los que nunca recibirán el sobre de fin de mes,

los condenados a no ganar un duro con el sudor de llevar una maleta,

los hombres de “carga”, sin tarea de ladrillos o folios a máquina.

 

Corazón de acerico,

“Recordman” del sufrimiento,

            con el dolor sin estrenar de todos los nacidos

  y la pena como una badana de hierro que se contrae sobre las palpitaciones:

te pido que nos consigas la mansedumbre en berbiquí,

metida en la pulpa de los lamentos,

en el desgarrón que nos cuaja en anuncio de analgésico,

en el martirologio de las ideas fantasmas.

 

Madre de la Cruz sin tiempo,

            con Niños Perdidos en Hiroshima y Agadir;

            con hijos en camas de esmalte, crucificados entre hidracidas;

            o en Vía-Crucis de productividad y semáforos;

  te digo que deseamos vivir en ascua  nuestra evidencia de hermanos;

  que rebatiñes todos los dolores del mundo

  y, con tu ayuda,  nosotros los sorberemos necesariamente

  como el vaso de leche o la pócima,

  para que se agote la especie de la queja y la angustia.

 

Llave Maestra, Señora sin Misterios,

            en la aguja el hilo de una vida y bordando bien al derecho y al revés;

            con la clave de Dios en todos los rompecabezas;

mira este grandullón que se acerca como un niño en estropicio,

con su crucigrama en blanco

y las palabras ‘dolor’, ‘silencio’, ‘tristeza’ y ‘amor’

para llenar con gracia los cuadros horizontales y verticales;

haz que palpemos la cara redonda de Dios

en las culebrinas de las articulaciones,

en el desahucio de los médicos,

en la fortuna dando las espaldas, como un colegial enfurruñado.

 

Virgen del Mosto en las Pupilas,

            -La maternidad, lagar;

            la Cruz, lagar;

            la soledad, lagar-;

            las lágrimas cuajadas en dulzura,

            como las gotas de un fruto recién partido,

engrásanos de ternura las palabras que chirrían,

la puerta mohosa del corazón, las vidas estupendamente envaradas,

como palos de cucaña.

 

  Santa María de los Nombres Brillantes como un cielo bruñido,

  Cascabel que late,

  Palmas hacia arriba, abiertas con lluvia, con sol, con esperanza,

  Cristal bañado y pulido,

  Gota de sangre con sonajero,

  Desierto con puentes y rumores,

  Lengua de lira en salmo,

  Miga y gozo de cada día,

  Multicopista de todas las maravillas;

             ante Ti se derrumban los vasos de arcilla del mundo.

Oye, pues, el S.O.S. de las criaturas sin cielo,

con lacra, con cicatrices.

Toma nota y fíjate;

pedimos la alegría, la esperanza, la pureza y el sacrificio;

queremos la soledad fecunda, adorar y ser reconocidos.

Y, como cumbre del ansia, arráncanos la bondad

hasta llegar a una perfección “Standard”;

santos a manojillos:

los municipales, las mujeres que van a la compra,

las mecanógrafas, las telefonistas

y los pobres hombres en sillón de ruedas.

 

  Que La oigas, Cristo. Que nos oigas. Que me oigas.

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