Ser familia de acogida es como ser la posada que acogió al Niño Jesús y a la Sagrada Familia. Es dar cobijo a quien no lo tiene, calor y amor a quien lo necesita. Y esto es lo que hicieron Juli Pasqual y Montse Porras, junto a sus hijos Iván, Ángel y Carmen. Hace ocho años vieron como familia la necesidad que había de ayudar y decidieron convertirse en familia de acogida.

Esta familia, residente en la localidad valenciana de Paiporta, vive su fe en el Opus Dei, a cuya web oficial han relatado esta historia de entrega gratuita. Todo empezó cuando Carmen, la hija más pequeña de la familia, dijo a sus padres que le gustaría tener un hermano pequeño.

Justamente, poco antes habían conocido a una familia con 10 hijos que había acogido a un niño con síndrome de Down. Esta historia -relatan- “les marcó profundamente” por lo que tras discernir entre todos muy bien esta opción se lanzaron a ser familia de acogida. Tras un largo proceso de selección por parte de la administración, ahora acogen cada año a un bebé al que cuidan como un miembro más de la familia hasta que finalmente vuelvan a su familia de origen o sean dados en adopción. En muchos casos, estos niños llegan de familias completamente desestructuradas cuyas madres están en prisión, han sufrido maltrato grave o tienen problemas de adicción.

“Al principio lo ves como un berenjenal enorme que no es necesario”, cuenta Ángel, hijo de este matrimonio. Pero tras vivir esta experiencia de acogida considera que sus padres son un “ejemplo de generosidad que nos hace salir de nuestro egoísmo. Te hace ver que estamos aquí para ayudar a los demás, además de ser conscientes de las situaciones complicadas en las que se encuentran muchos bebés”.

Sin embargo, esta no es una misión matrimonial sino familiar. En todos estos años han acogido a ocho bebés, que ha sido tratado como si fuera un hijo o un hermano más, además de todo lo que implica cuidar un bebé: noches sin dormir, visitas al pediatra…

 “Después de tanto tiempo, ya con mis hijos, mayores volver a estas labores me parecía un marronazo”, bromea Juli. Pero en este tiempo han aprendido, como destaca San Josemaría “a ofrecer y disfrutar con las alegrías”. De hecho, Juli destaca que siguiendo las enseñanzas del santo yo cada vez digo “se ofrece y otra cosa”. Los sufrimientos, explican, “se quedan en nada cuando con el paso del tiempo los niños mejoran y ves lo bueno que ha sido para ellos el calor de un hogar”.

Por su parte, Montse afirma que “es una familia que crece y todos una vez entran en casa para mí son mi familia, como si fueran mis hijos”. Admite que “al principio da un poco de miedo pero cuando te llaman para decirte que llega otro niño lo vives con la ilusión de un nuevo hijo”.

“Lo que buscamos, como decía San Josemaría, es tener un hogar luminoso y alegre. La verdad es que dan luz a la casa”, añade. “A mis hijos les sirve para valorar lo que tienen, ya que muchos niños no lo tienen, no tienen un hogar. Les ha enseñado a ver que toda acción tiene una consecuencia y la importancia de compartir”, explica.

La fe también ha sido importante en este proceso y desde el principio, “están en manos de la Virgen y de Dios”, dice señalando una pulsera donde está la Virgen junto a los nombres de todos los hijos de esta gran familia.