El secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, declaró hace algunos días a la prensa que pronto se reunirá con el presidente ruso, Vladimir Putin y con la cúpula del Patriarcado de Moscú, en una visita oficial. “Es un encuentro que ha sido preparado durante mucho tiempo, y ahora se han cumplido todas las condiciones”, afirmó el purpurado. En efecto, desde febrero de 2016, cuando el Papa Francisco y el patriarca Kirill se encontraron en Cuba, se ha inauguró una nueva etapa en el diálogo ruso-vaticano, una suerte de Ostpolitik 2.0.

En AsiaNews Stefano Caprio hace una crónica de un congreso conjunto entre miembros católicos vaticanos y ortodoxos rusos realizado para seguir afianzando los puntos comunes:

Se discutió de manera larga precisamente sobre el significado de la Ostpolitik, término con el cual se indica la apertura “a Oriente” de la política y del diálogo interconfesional. Algunos recordaron, justamente, que el término se refiere a las diversas fases que atravesara la política alemana, desde Bismarck a Willy Brandt, y que fueron las simplificaciones periodísticas las que difundieron su aplicación, extendiendo la aplicación del mismo a la diplomacia vaticana.  

En realidad, más allá de las disquisiciones que no obstante son necesarias, la relación entre Roma y Moscú siempre se ha edificado sobre la base de la “apertura a Oriente”, siendo Rusia, en el segundo milenio cristiano, la verdadera heredera de Bizancio, el alma oriental de la Iglesia universal. No es casual que en Moscú se haya creado, hacia fines del Medievo, el ideal de la “Tercera Roma”, la misión universal de la salvación del mundo del dominio del Anticristo, que hoy ha vuelto a cobrar gran actualidad.  Después de los mongoles, turcos, polacos, de Napoleón y de Hitler, Rusia hoy se erige nuevamente frente a la decadencia moral de Occidente y frente a la amenaza del terrorismo islamista, las figuras contemporáneas del asalto del maligno.


Por su parte, el papado siempre ha buscado en Oriente un respaldo para su propia función primacial, además de aquella universal; la unión con Moscú sería el sello eclesiológico definitivo, y por este motivo, ésta siempre ha sido buscada por todos los medios. Varios han sido los intentos de penetrar Rusia, con las misiones de los franciscanos, de los jesuitas, e incluso a través de sacerdotes clandestinos en los años estalinistas. Muchas veces se intentaron acuerdos, incluso políticos y diplomáticos; en el 1400 el Papa envió al zar una mujer bizantina que se había convertido al catolicismo, en el 1600 se difundieron en Rusia las escuelas de la escolástica latina, bajo el reinado de Pedro El Grande llegaron a Rusia los mejores arquitectos y artistas, los jesuitas crearon, en el 1800, los colegios para las niñas de la aristocracia petroburguesa. El filósofo  Vladimir Solovev, al despuntar el 1900, imaginó la unión de los cristianos bajo la guía del Papa de Roma y la autoridad del zar de Moscú.

En los años sesenta del siglo pasado, que es el período analizado por el convenio de historiadores  reunidos en Moscú, la Santa sede se convirtió en protagonista de clamorosas iniciativas, sobre todo en la persona del entonces Secretario de Estado Agostino Casaroli, predecesor de Parolin. El Vaticano fue el primer Estado en firmar, rozando la paradoja, el tratado de no proliferación de armas nucleares con la URSS, y se abocó a facilitar la suscripción soviética de los Acuerdos de Helsinki  de 1975 en defensa de los derechos humanos, justamente mientras el régimen llenaba con disidentes los campos de trabajos forzados y los manicomios.  En la discusión que se mantuvo en la Academia de Ciencias, estas contradicciones fueron discutidas en detalle, largo y tendido, recordando tanto el heroísmo de los mártires y de los testigos, como la buena fe de los funcionarios que intentaban hallar vías para pasar por encima de los muros, que parecían impenetrables.


Se recordó a las grandes figuras de Juan XXIII y Pablo VI por una parte
, pero también a la del metropolita Nikodim (Rotov), el “padre espiritual” del actual patriarca Kirill, y a la del cardenal polaco Stefan Wyszynski, autores de grandes aperturas, alternadas con fases de obligada rigidez. En estos años hubo misiones audaces y clandestinas, como la del intrépido obispo eslovaco Pavol Hnilica, pero también oficiales y culturalmente refinadas, como fue el caso de la del liturgista jesuita Miguel Arranz, que incluso en Rusia logró crear una “escuela teológica” para la reforma de la Iglesia.  

Quien escribe tuvo el honor de relatar la actividad desarrollada por el padre Arranz, habiendo sido estudiante a la vez que discípulo suyo; semejante participación asumió un significado particular en lo que se vincula precisamente a la nueva fase de relaciones entre Rusia y el Vaticano, tras haber sido obligado a dejar Rusia en el año 2002, por las acusaciones dirigidas contra los católicos, aduciendo la injerencia y el proselitismo de éstos en el “territorio canónico” ortodoxo.  


Entre las “condiciones que se han cumplido”, a las que alude el cardenal Parolin, ciertamente está la disponibilidad de los católicos rusos a concordar pacientemente con el Patriarcado ortodoxo cada iniciativa pastoral a emprender
, una línea de conducta a la cual se ha atenido con gran dedicación el obispo italiano en Moscú, Mons. Paolo Pezzi, que también ha estado presente en el convenio citado. Mons. Pezzi, que ya lleva diez años en la cátedra de la Arquidiócesis de la Madre de Dios en Moscú, es uno de los cuatro obispos católicos de Rusia: los otros son Mons. Klemens Pickel,  en Saratov, en el sur de la Rusia europea, y dos obispos siberianos, Mons. Josif Werth, en Novosibirsk (que de desempeña en el cargo desde 1992), y Mons. Cyryl Klimowicz en Irkutsk, que en el año 2003 sustituyó al obispo Jerzy Mazur, que a su vez fue expulsado el año anterior a raíz de las tensiones con el Patriarcado.

Una cuestión que sigue quedando siempre abierta es la que se refiere a la situación de Ucrania, donde los católicos griegos y los ortodoxos obedientes a Moscú suelen hallarse en el centro de debates y conflictos; si bien no oficialmente, Parolin tratará de hallar soluciones tendientes a desbloquear también este aspecto del diálogo, en el cual la primera y la tercera Roma buscan nuevas vías para la salvación del mundo. Algo que facilita el encuentro es la reciente misión humanitaria enviada a Siria, orientada a favorecer a la población y en particular, a los cristianos perseguidos: el 23 de junio pasado, llegaron 20 toneladas de artículos alimentarios y medicamentos al aeropuerto de Khmeimim, que son el resultado de una colecta conjunta entre católicos, ortodoxos y musulmanes, que serán distribuidas entre la población de Latakia y Alepo por miembros del Centro Ruso para la Reconciliación. Se aguarda que estas ayudas, además de proporcionar alivio a los sirios atormentados por la guerra, también puedan brindar nuevas energías a los apóstoles del diálogo ecuménico.