Se ha escrito mucho sobre tragedia que diezmó a los armenios en el Imperio Otomano a principios del siglo XX; sin embargo hay aún aspectos inéditos, como el papel desempeñado por la Santa Sede durante esta página oscura de la historia contemporánea. Para poner luz en todo esto, se acaba de publicar en Italia el libro “La Santa Sede y el exterminio de los armenios en el Imperio Otomano”. Es una investigación histórica cuidadosamente extraída del Archivo Secreto del Vaticano que, además de proporcionar al lector una extensa documentación sobre la matanza, permite entrar en el suceso revelando nombres, rostros y acciones de quien en Roma trató de poner fin al “Gran Mal”.
 
Los autores son Ormar Viganò y Valentina Karakhanian hasta ahora asistente del embajador de Armenia en Italia, actualmente postuladora de la Causa de los Santos en la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma, investigadora en el Archivo Secreto Vaticano y en el archivo histórico de la Secretaría de Estado. Antes del viaje del Papa Francisco a Armenia, ZENIT la ha entrevistado.


 

- En los estudios de la aniquilación del pueblo armenio, con pocas excepciones, se habla poco o nada sobre la Santa Sede. Sin embargo, las cartas sobre el exterminio que se encuentran en los archivos del Vaticano están ampliamente disponibles desde 1985 para los estudiosos. Y no hablamos de algunos documentos, sino de carpetas llenas de notas, telegramas, informes, cartas. Documentos que por su gran relevancia, cantidad, variedad y continuidad temporal son un recurso valioso para reconstruir todo lo que sucedió en Turquía durante los dos últimos sultanes.
 
Y que sobre todo, muestran la actividad incesante de la Santa Sede y sus representantes en Constantinopla con el fin de detener la masacre en curso. No sólo de los armenios sino también de los melquitas, maronitas, sirios, caldeos: todos como víctimas de una persecución violenta contra el cristianismo.
 

- No es la intención de este trabajo entrar en la definición de genocidio aplicado al ‘Gran Mal’. De hecho en mi opinión la palabra no es pertinente. Y me explico aquí: gracias a una selección amplia y fundamentada, se deja hablar a los documentos conservados en los archivos del Vaticano, sobre cómo la historia de la opresión de los armenios siguió un programa que comenzó en 1915 hasta el final de la Gran Guerra.
 
Sin embargo, es bueno señalar cómo las expresiones de quienes describen la tragedia de los armenios durante su deportación no dejan ninguna duda sobre el hecho de que los redactores de los documentos y sus destinatarios tenían clara la medida y la magnitud de lo que estaba ocurriendo en Anatolia y Siria: deportaciones, masacres, asesinatos, destrucción, derramamiento de sangre, violencia, matanzas, conversiones forzadas, secuestros. Palabras que alineadas una al lado de la otra tal vez darán más vida a la sensación de horror sobre lo que se consumó hace cien años.
 
En este sentido el término genocidio es irrelevante: además de ser un neologismo, es una categoría de interpretación que se centra más en la responsabilidad de los que cometieron los crímenes que de los propios crímenes. Desde este punto de vista, el genocidio, en lugar de decir demasiado, dice poco.


 

- En primer lugar hay que recordar que la Iglesia católica, a diferencia de las diversas naciones, gracias a sus embajadas y consulados tenía en ese momento una posición privilegiada, desde la cual observaba los eventos. Desde Palestina a Siria, desde el Bósforo hasta el Cáucaso, tenía misioneros de Europa y religiosos de las diversas Iglesias Orientales, divididos en diócesis y parroquias. Una capilaridad perdida hoy, pero que en el fondo de los archivos del Vaticano se cristalizó como patrimonio único de testimonios. Los documentos del Vaticano hablan, de hecho, de los diversos intentos de los representantes de la Iglesia para detener la matanza que se realizaba.
 
Desde el momento en el que se tuvo la percepción del exterminio, la Santa Sede intenta todas las posibilidades para poner un freno y contener la furia contra poblaciones indefensas y llevar asistencia espiritual y material a los sobrevivientes dispersos y privados de todo.
 
Desde las protestas del delegado apostólico en Constantinopla, Mons. Ángel Maria Dolci, hasta el pedido que Benedicto XV le escribió a mano al sultán; desde las colectas de fondos para los armenios pobres, hasta el proyecto de barcos con ayuda humanitaria con las banderas del Vaticano. Mucho trabajo pero casi solitario en el enyesado contexto internacional de alianzas. Y que, como hemos dicho, hoy en día queda para los estudiosos.
 

- Pacelli durante el Gran Mal era nuncio apostólico en Munich. Lo que surgió de nuestros estudios es sobre todo su gran experiencia y la capacidad de mediar, además de la gran voluntad de apoyar a las personas perseguidas. En particular, el entonces nuncio Pacelli obtuvo la colaboración del colega Mons. Dolci, uno de los principales protagonistas de la acción del Vaticano. Ambos realizaron una estrategia real para salvar a la gente, para permitirles huir o enviarles ayuda material a través de Alemania, Austria y Hungría.
 



- Sin lugar a dudas. Siempre hubo un trabajo incansable que la Santa Sede ha desarrollado en favor de estos últimos, los perseguidos, los necesitados. Es lo que se ha hecho en la época de Benedicto XV, y con Pío XII después del genocidio, por una Armenia independiente. ¿Cómo podemos olvidarnos del viaje de Juan Pablo II y la firma de la Declaración conjunta con Karekin II? Toda esta larga historia de amistad, solidaridad, fraternidad vuelve a sellarse con la visita del papa Francisco a Armenia.
 

- Solo puedo regocijarme… Cuando di mi libro al Santo Padre le dirigí el saludo que utilizamos los armenios: “Deja que tu pie bendiga esta tierra”. Este viaje es fundamental para mí y para mi gente, que lo está esperando realmente con los brazos abiertos.
 
Por otra parte, haberle oído decir con su característica humildad: “Voy a visitar aquella tierra como peregrino” simplemente nos ayuda a valorar nuestra fe. El pueblo armenio se identifica con su fe, mi deseo es por lo tanto, que la visita de este Papa nos ayude a redescubrir y vivirla mejor.
 
También existe la esperanza de que en este momento difícil debido a la guerra de Nagorno-Karabaj, la presencia del Papa lleve un mensaje de paz y consuelo que pueda echar raíces en esa tierra martirizada. Y esas dos palomas que Francisco hará volar hacia el Monte Ararat, puedan ser un mensaje de paz al mundo, a Armenia y cada armenio de la diáspora, que sueña con su propia patria, con su tierra natal.