Durante el Angelus de este domingo, el Papa glosó el pasaje evangélico de la expulsión de los mercaderes del templo, cuando Jesucristo formó una fusta con unas cuerdas y les echó de una forma que sorprendió a todos. Tanto, que le pedían un signo de su autoridad para hablar así: "Destruiré este templo y en tres días lo levantaré".

No comprendieron entonces que se refería "al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido por la muerte en la cruz pero resucitaría en tres días. Cuando resucitó entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho y creyeron en la Escritura".

"En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se comprenden plenamente en la pesrpectiva de su Pascua. Según San Juan, tenemos aquí el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo destruido en la cruz por la muerte y el pecado se convertirá en la cita universal entre Dios y los hombres", dijo Francisco. Y reiteró: "Cristo resucitado es el lugar de la cita universal de todos entre Dios y los hombres. Por esto, su humanidad es el verdadero templo donde Dios se revela, habla, se deja encontrar. Los verdaderos adoradores de Dios no son los que custodian el templo material, los que detentan el poder o el saber, son aquellos que adoran a Dios en espiritu y en verdad".


Seguidamente el Papa recordó que durante la Cuaresma "hacemos de toda nuestra existencia  un signo de amor a nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres", e hizo una petición muy concreta: "Construyamos a Dios un templo en nuestra vida de modo que Dios sea encontrable para muchas personas que encontramos en el camino. Si somos testigos de Cristo vivo mucha gente encontrará a Jesús en nuestro testimonio".

Francisco invitó a los presentes a hacerse una reflexión: "El Señor, ¿se siente realmente en casa en mi vida? ¿Le permito que haga limpieza en mi corazón, que expulse a los ídolos, es decir, esas actitudes de envidia, celos, mundanidad u odio, esa costumbre de criticar a los demás? Que cada uno se responda a sí mismo en su corazón, en silencio. ¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?".

Y tranquilizó a quienes teman ser castigados por ello: "Jesús no castiga nunca, hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos cada uno de nosotros que el Señor entre con su misericordia (no con el látigo, sino con su misericordia) a hacer limpieza en nuestro corazón. El látigo de Jesús con nosotros es la misericordia. Abramos las puertas para que haga algo de limpieza".

Por último, y tras el rezo del Angelus, dedicó unas palabras a las mujeres con ocasión del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el 8 de marzo: "Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo llevan la vida, sino que transmiten la capacidad de ver más allá de ellas mismas, nos transmiten la capacidad de ver el mundo con ojos diferentes, de sentir las cosas con un corazón más creativo, más paciente, mas tierno". Y concluyó con "una oración y una bendición partiular para todas las mujeres aquí presentes y para todas las mujeres".