El 19 de abril de 2005 no dejó de sonar el teléfono de una casa situada en el centro de Ratisbona, una histórica ciudad situada al este del estado de Baviera. Sonó durante toda la noche pero nadie se acercó a responder la llamada a pesar de que a pocos metros del aparato un hombre caminaba con paso lento de un lado a otro de la habitación.

Totalmente abatido, el que durante más de 30 años fuera conocido en los círculos académicos alemanes como el prestigioso director del coro de niños de la catedral de Ratisbona o que contase, entre sus impresionantes méritos, con haber sido nombrado protonotario apostólico por el mismo Papa Juan Pablo II, sabía que aquel 19 de abril recibiría otro título que aun humilde iba a ser el más noble de todos los que poseía: ser el hermano del Papa.


Georg Ratzinger, que en la actualidad tiene noventa años, recuerda con preocupación la jornada en la que el cardenal Ratzinger fue elegido Sumo Pontífice.

«Debo decir con toda sinceridad que en ese momento me sentí bastante derrotado». Un estado que en lo más humilde de su persona llegó a reconocer puesto que le entristecía pensar que su hermano no tuviera a partir de entonces más tiempo para él. No fue capaz de atender ninguna llamada. De hecho, y a pesar de que el teléfono continuó sonando con insistencia, pasaron días hasta que por fin se produjo la ansiada charla entre los dos hermanos.

«Pasó algún tiempo hasta que pudimos hablar. Ahora tengo, gracias a Dios, un segundo teléfono en el dormitorio con un número que sólo él conoce. Si suena ese teléfono, entonces sé que mi hermano, el Papa, me llama».


Afortunadamente, y a pesar de los miedos primerizos de Georg Ratzinger, la relación entre ellos no se vio marchitada tras el cónclave, como así se lo reconoció al periodista alemán Michael Hesseman en una serie de entrevistas que más tarde se recopilaron en un libro titulado «Mi hermano, el Papa». «Joseph y yo éramos como hermanos, un solo corazón y una sola alma.

«Por supuesto, también reñíamos y nos peleábamos, eso forma parte de la relación pero, en general, éramos inseparables y así siguió siendo toda la vida», relata Georg Ratzinger.

De hecho, y a pesar de la edad y la distancia, esa unión permanece indeleble como lo atestigua que los pocos viajes que realiza los dedica para ir a Roma y reunirse con su hermano.

«Le visito varias veces al año –leemos en el libro de Hesseman–. Naturalmente, en Navidad, pero a partir del 28 de diciembre, que es cuando han pasado las fiestas navideñas y me quedo hasta el diez de enero, de modo que pasamos juntos la fiesta de Reyes».

También procuran verse algunas semanas en la primavera, la mayor parte de agosto –acompañando a Benedicto XVI en su residencia veraniega de Castel Gandolfo– o cuando en Roma tiene lugar algún gran concierto al que es invitado.

La última vez que estuvieron juntos fue hace solamente unas semanas. El resto del año lo pasa en su casa de Ratisbona, donde vive una vida apartada y tranquila como canónigo.


En esa ciudad se localiza el Instituto Papa Benedicto XVI –encargado de publicar las obras completas del que fuera obispo de Roma–, lugar a donde reparamos en primer lugar para intentar contactar con Georg Ratzinger.

Tanto este centro como la diócesis nos informan que, debido a su avanzada edad, el hermano del Papa emérito «ya no está en condiciones de aceptar más entrevistas», aunque Michael Hesseman nos sugiere intentar una conversación por teléfono.

Hacemos caso a la recomendación y afortunadamente ahora, y al contrario de lo que ocurrió hace casi diez años, el mismo Georg Ratzinger descuelga el auricular y acepta conversar con LA RAZÓN.


«Mi hermano se encuentra en buen estado de salud –nos cuenta con voz pausada– intenta estar tranquilo aunque no tiene todo el tiempo que quisiera para tocar el piano o atender llamadas telefónicas, debido a que todavía tiene muchas visitas y audiencias».

Ya en su día, el que fuera maestro de capilla aseguró que tras la renuncia su hermano seguiría trabajando; de hecho, por teléfono nos confirma que continúa con sus estudios de Teología.

Sin embargo, no ofrece ninguna pista sobre la posibilidad de que el Papa emérito esté además centrado en escribir sus memorias.

«No lo puedo confirmar –asegura Georg Ratzinger–, además ya existen libros que relatan ampliamente la vida de mi hermano, por lo que la esencia de su trabajo ya estaría contenida en esas obras». Queda, sin embargo, claro que el vínculo sigue fuerte entre ellos.

Como él mismo dijera en muchas ocasiones, no sólo es el hermano del Pontífice sino también su amigo y confesor.

Algo que deja patente una vez más cuando le preguntamos sobre el primer aniversario de su renuncia y las reflexiones hechas durante estos meses: «Mi hermano no se arrepiente para nada de la decisión que tomó hace un año. Él tiene muy claro cuáles son las tareas y funciones que quiere llevar a cabo y lo que hace un año fue una decisión clara, sigue siendo válida hoy en día».

Hermano, amigo, confesor y un importante apoyo a pesar de que –casi en la despedida– nos reconozca que aunque buena, su salud va bastante acorde con sus noventa años.

Juntos pasaron la infancia, juntos fueron ordenados sacerdotes y hasta el día de hoy hablan muy a menudo por teléfono. Georg Ratzinger es la persona de confianza más cercana al Papa emérito Benedicto XVI.

Lo es ahora y lo ha sido siempre: desde niños hasta su temprano cobijo en la fe. Juntos superaron la II Guerra Mundial, emprendieron seguidamente y sin vacilaciones su formación eclesiástica: Georg centrándose en la música sacra y Joseph, en su afán por saber, se sumergió con pasión en los estudios teológicos que le alzaron como cardenal y más tarde Papa. Un nombramiento que aunque llegó a despertar los temores de Georg, dejó si cabe más patente el fuerte vínculo y cariño existente entre los hermanos Ratzinger.