Sonriente. Distendido. Con la expresión propia del deber cumplido. Así se mostró ayer el cardenal Antonio María Rouco Varela después de abandonar la Casa de Santa Marta tras la elección del nuevo Papa, del que no dudó en subrayar que «marca una profundización con lo llevado a cabo con los papas anteriores, a lo que hay que añadir su formación ignaciana».

Se mostró prudente al ser preguntado por el programa de Gobierno del nuevo Papa: «Ya nos lo dirá él, pero no duden que irá en la línea de la aplicación viva del Concilio Vaticano II», para señalar a continuación que «en ningún momento durante las congregaciones discutimos si uno u otro presenta un programa u otro».

En las distancias cortas, el cardenal Rouco destacó del nuevo Papa que es «un hermano muy sencillo, de una gran autenticidad personal y con una cercanía como la de Benedicto XVI».



A renglón seguido, puso de manifiesto «ese deseo de tener presente desde un primer momento a María, algo que recuerda de forma directa al "Totus tuus" de Juan Pablo II».

Sobre lo aparentemente inesperado del candidato elegido, alejado de las apuestas que se planteaban de puertas para afuera, Rouco apuntó que «quizá lo que ocurre es que muchos se han autoengañado y eso tiene mal remedio. Abordar desde categorías de análisis sociológico, político y mediático un acontecimiento como este de la vida de la Iglesia, se falla».

Sin romper el secreto del cónclave, el arzobispo de Madrid destacó «el ambiente de oración, de mucha responsabilidad y sintiéndonos formando parte de un momento decisivo en la historia de la Iglesia».

Un clima de espiritualidad que dio paso a la fiesta tras la fumata blanca. De hecho, el presidente de la Conferencia Episcopal relató cómo la fraternidad entre los cardenales les llevó a retrasar la cena más de lo previsto en un primer momento lo que provocó el nerviosismo de algunos purpurados alemanes.

El cardenal Rouco les recordó entre bromas que en Buenos Aires tienen unos horarios más parecidos a los de España.