El pasado miércoles, Benedicto XVI recibió en la Plaza de San Pedro en el Vaticano un gigantesco huevo de pascua de más de dos metros de altura, doscientos kilos de chocolate fabricados por una empresa del norte de Italia, decorado a mano y que incluye el escudo del Papa. Esa fábrica chocolatera había hecho un obsequio similar a Juan Pablo II en 1996.

La gran incógnita era quién sería el destinatario de tan envidiable regalo. Y los agraciados fueron los menores internados en el centro penitenciario romano de Casal del Marmo, que visitó el Papa en 2007, guardando un recuerdo grato y a la vez triste de aquel encuentro.

Cuando se despidió entonces de ellos, les prometió tenerles presentes en sus oraciones y no olvidarles. Y no lo ha hecho. Los chicos han recibido con gran alegría el gigantesco bombón. Muchos de ellos son de origen inmigrante y no cristianos, pero la gratitud hacia el Papa no se ha visto influida por ello. La pinta que tiene el huevo lo explica.