Como todos los obispos en sus respectivas diócesis, Benedicto XVI lavó los pies de doce hombres durante la misa de la Cena del Señor celebrada en la tarde del Jueves Santo en la Basílica de San Juan de Letrán.

Es el rito visible más característico de ese día, y evoca lo mismo que hizo Jesucristo con los doce apóstoles en la Última Cena, donde instituyó el sacramento de la Eucaristía.

Durante su homilía, el Papa recordó que el Jueves Santo es también "la noche oscura del Monte de los Olivos", y que tras ese momento convivial del Señor con sus discípulos vinieron "la soledad y el abandono": también "forma parte de este Jueves Santo la traición de Judas y el arresto de Jesús, así como también la negación de Pedro, la acusación ante el Sanedrín y la entrega a los paganos, a Pilato".

Benedicto XVI instó a todos los cristianos a "comprender con más profundidad estos eventos, porque en ellos se lleva a cabo el misterio de nuestra Redención", y a ello consagró sus palabras.


Fue llamativa la insistencia del Papa en la importancia de rezar de rodillas. Repitió la idea siete veces al glosar la forma en que los Evangelios describen la oración del mismo Jesús, de los Apóstoles y de San Pablo: "Los cristianos con su arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos".
 
Es más, "en la amenaza del poder del mal, ellos, en cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, pero expresando también en este gesto nuestra confianza en que él triunfe".


En la última parte de su homilía, el Papa dijo que Jesús, al hacer la voluntad del Padre, había "transformado la actitud de Adán, el pecado primordial del hombre, salvando de este modo al hombre".

Y llegó al párrafo quizá esencial de su intervención, sobre el pecado como engañosa afirmación de libertad del hombre ante Dios: "La actitud de Adán había sido: No lo que tú has querido, Dios; quiero ser dios yo mismo. Esta soberbia es la verdadera esencia del pecado. Pensamos ser libres y verdaderamente nosotros mismos sólo si seguimos exclusivamente nuestra voluntad. Dios aparece como el antagonista de nuestra libertad. Debemos liberarnos de él, pensamos nosotros; sólo así seremos libres. Esta es la rebelión fundamental que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la vida".

"Cuando el hombre se pone contra Dios", concluyó, "se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de él o negándolo".