Cuatro mil personas aguardaban la aparición del Papa en el balcón de Castelgandolfo, donde escucharon, como se esperaba, unas palabras dedicadas a los 92 muertos y más de veinte heridos causados en Noruega por Anders Behring Breivik. Benedicto XVI, quien transmitió el sábado al rey Harald V su pésame por el doble atentado, hizo un "intenso llamamiento a abandonar para siempre la vía del odio y huir de la lógica del mal".

Sus breves palabras dominicales venían bien al caso, porque glosaron aquellas del rey Salomón en las que pedía a Dios "un corazón dócil".

"¿Y qué significa esta expresión? Sabemos que, en la Biblia, la palabra corazón no sólo designa una parte del cuerpo, sino el centro de la persona, la sede de sus intenciones y de sus juicios. La conciencia, podríamos decir. Así que ´corazón dócil´ significa una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad, y por tanto capaz de distinguir el bien del mal".

Justo lo que no hizo el asesino de Oslo y Utoya, parecía estar pensando el Papa.


En el caso de Salomón se daba una circunstancia añadida: "La responsabilidad de conducir una nación, Israel, el pueblo al que Dios había elegido para manifestar al mundo su designio de salvación". Por lo cual el rey "debe buscar estar siempre en sintonía con Dios y escuchar su Palabra para guiar al pueblo por los caminos del Señor, los caminos de la justicia y de la paz".

Es una imagen de lo que deben hacer los gobernantes más que los demás, añadió Benedicto XVI, porque aunque todos debemos actuar "según la recta conciencia, obrando el bien y evitando el mal", y aunque "la conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad y de ser dócil a sus indicaciones", sin embargo "las personas llamadas a labores de gobierno tienen naturalmente una responsabilidad ulterior, y por tanto, como enseña Salomón, tienen todavía más necesidad de la ayuda de Dios".

"Cada uno de nosotros", concluyó el Papa, "tiene su propia tarea que cumplir en la concreta situación en que se encuentra. Es equivocada la mentalidad que nos sugiere pedirle a Dios un trato de favor: la verdadera calidad de nuestra vida y de la vida social depende más bien de la recta conciencia de cada uno, de la capacidad de todos para reconocer el bien diferenciándolo del mal, y para intentar con paciencia practicarlo".