El pasado 28 de julio, a las 5.10 horas de la madrugada, fallecía con 92 años la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia, consagrada a Dios y fundadora de la  La Obra de la Iglesia.

La capilla ardiente fue instalada en la Casa de San Pedro Apóstol , sede de la institución en Roma. Durante cuatro días, una incesante procesión de personas, llegadas de diversos países, incluidos de América y África, quisieron rezar ante su cuerpo y darle la última despedida.

Posteriormente se celebró la Santa Misa de exequias en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma. Fue presidida por el arzobispo de Turín y obispo de Susa, Mons. Cesare Nosiglia, que destacó que la vocación de la Madre Trinidad fue "el servicio para amar a la Iglesia, hasta donarle su propia vida".

Durante la celebración, Mons. Nosiglia fue acompañado por varios obispos y un gran número de sacerdotes. Más de un millar de fieles asistieron a la celebración, a pesar de las dificultades y las restricciones vigentes.

A la misa de exequias por la Madre Trinidad asistieron un millar de fieles provenientes de Europa, América y África.

Al finalizar la Santa Misa, D. Francisco Javier Vicente, director general de la Rama Sacerdotal de la Obra de la Iglesia, agradeció la presencia de los Prelados, así como las numerosas muestras de cariño y cercanía de cientos de Obispos de todo el mundo, a los que les ha sido imposible viajar a Roma, pero que han querido manifestar su unión espiritual y sus oraciones.

La página web de la Obra de la Iglesia ha recogido las imágenes de la misa así como su retransmisión en diferido, disponible aquí

Marcada por una vivencia mística

Trinidad Sánchez Moreno, nació en Dos Hermanas (Sevilla) en 1929. Cuando se encontraba afincada en Madrid  experimentó a los 30 años, en 1959, una vivencia mística que marcó el origen de una realidad eclesial que tiene 62 años: la Obra de la Iglesia.

La Madre Trinidad describió dicha experiencia: “Dios me introdujo […] el 18 de marzo de 1959, de una manera profundísima e inimaginable en la hondura insondable del Misterio de su vida […] para que contemplara aquel Sancta Sanctorum de la adorable Trinidad, velado y oculto […] y allí fui introducida sin poder comprender cómo pude entrar; y mucho menos cómo después de haber salido, he podido seguir viviendo todavía durante tantos años […] ¡Sólo para ayudar a la Iglesia! ¡sólo para eso […] A la cual mi pobrecita alma temblorosa, tenía que manifestar […] como el Eco tan sólo, diminuto, asustado y tartamudeante, del Pueblo de Dios”. San Juan Pablo II marcó aquel día como el primero de la Obra de la Iglesia