Mildred Moy lo tenía todo para tener una vida feliz y tranquila. Tras estudiar dos carreras era ingeniera informática en la multinacional IBM, donde tenía un gran puesto y un sueldo bastante abultado. Pero esta mujer asegura que se sentía completamente vacía.

Encontrarse con Dios en la Iglesia cambió su vida y la percepción que tenía de ella. Ya nada sería igual. Sintió la llamada a un nuevo camino, muy diferente al que llevaba así que decidió dejar su trabajo en IBM y empezó un apostolado muy concreto en su parroquia de Vancouver.


Se trataba del ministerio de St. Mary Street, en el que voluntarios salían a las calles de manera regular para hablar con aquellos que se encontraran, entablando un contacto directo y profundo en el que poder llevarles el mensaje de Dios.

Mildred sentía esa llamada ardiente a la evangelización en la calle pero se sentía incluso llamada a más y en 2015 fundó el Catholic Street Missionaries, con el que empezó a juntar católicos como ella para ser misioneros callejeros a tiempo completo.


“Estamos con personas que quieren salir de la calle, y si te llaman porque necesitan a alguien con quien hablar pero tú no tienes tiempo, es una gran pérdida”, cuenta Mildred Moy a Catholic News Service, sobre el origen de este grupo que ella creó.


Una parte de la misión se centra en ayudar a prostitutas y mújeres víctimas de la trata de blancas

Desde el pasado año, este grupo es un ministerio oficial de la Archidiócesis de Vancouver, lo que ayuda a que pueda haber más misioneros a tiempo completo. Aunque su trabajo se centra con personas desamparadas y con problemas, están lejos de ser una especie de asistentes sociales. Dios está muy presente en esta misión.


Los misioneros como Mildred, que se dedican exclusivamente a este apostolado, deben pasar al menos 20 horas a la semana en oración. El resto del tiempo lo dedican a salir a la calle conociendo gente necesitada y apoyando a aquellos que ya han iniciado una transición hacia una vida fuera de la calle.

Los sábados por la noche, Mildred y el resto de misioneros salen a la calle a encontrarse con las prostitutas, muchas de ellas víctimas del tráfico de personas. Los domingos por la tarde, acuden con personas sin hogar, con la que ya han creado un grupo de oración y de estudio de la Biblia.


“Tenemos que ser un puente entre las personas que conocemos y Dios, así que debemos estar llenos de Dios”, afirma convencida esta mujer.

Del mismo modo, estos misioneros visitan semanalmente centros de rehabilitación de la drogadicción y oran con sus residentes. En invierno, muy frío en Vancouver, ayudan a personas sin hogar con las que se han encontrado aunque su enfoque está centrado en proporcionar sobre todo apoyo espiritual y emocional.


Esta misionera recuerda que “el Gobierno ofrece muchas oportunidades pero la persona en la calle debe tener una razón para cambiar su vida”. Es precisamente lo que intentan hacer los misioneros callejeros, ayudarles a encontrar una razón para cambiar.

Y existen datos que corroboran las heridas muy serias que arrastran estas personas. Moy Mildred cuenta que la mayoría de prostitutas con las que ha hablado este tiempo le dijeron que habían sido abusadas sexualmente de niñas.




Por su parte, el 80% de las personas sin hogar de la ciudad reconocen ser adictos a la droga o al alcohol o ser víctimas de una enfermedad mental.  Y es que gran parte de estas personas ha perdido el vínculo con su familia debido a estos problemas de salud mental. Esto unido a que consideran que se sienten invisibles para el resto de la sociedad hace complicado un cambio de vida.

“La gente olvida que las personas de la calle no tienen a nadie que les escuche”, afirma Moy, que igualmente afirma el trabajo de los misioneros no termina cuando la persona decide salir de la calle. “Después hay problemas financieros  y muchas barreras. Los apoyamos en esa transición”.


Por último, esta misionera que dejó todo para ser misionera callejera insiste a todo el mundo en que la clave es recordar que “la gente de la calle es como todos los demás”.

“Si he sido tan bendecida, lo mínimo que puedo hacer es devolverlo”, concluye esta mujer.