Reinhard Fuchsluger, austriaco, es hoy sacerdote de los Siervos del Hogar de la Madre, pero la historia de su fe y su vocación incluye muchos giros y revueltas, que ha explicado en el programa de testimonios Cambio de Agujas de H.M.Televisión (www.eukmamie.org).

Reinhard nació en una familia católica de Austria y sus padres trataron de inculcar en casa una fe sólida y sentido de la responsabilidad y del trabajo, aunque el ambiente en su colegio y sus amistades no ayudaba.

La hostelería, trabajo y fiesta sin Dios
Al terminar la enseñanza secundaria, Reinhard Fuchsluger tomó la decisión de entrar en una Escuela de Hostelería. Tenía que realizar muchas prácticas y el ambiente de la hostelería le dañó.

 “Al principio tenía bastante relación con Dios, porque vivía con mis padrinos de confirmación, en un ambiente muy sano. Pero, a la vez, el ambiente del turismo se iba notando cada vez más. Me fui alejando cada vez más de casa y de la fe (…) Después, en el verano, desconecté por completo de la fe, de la oración… Y me metí en ese ámbito del turismo, de trabajo y, de alguna manera, también de fiesta. Al principio no tanto, pero luego cada vez más”. 

A veces, de regreso de una fiesta (y iba a muchas y muy largas) entraba en una iglesia: “Sentía esa necesidad de ir a la iglesia, pero faltó alguien que me acogiese y que me ayudase a volver a ese lugar”. 

Por lecturas y profesores, hacia el marxismo
Junto a un estilo de vida libertino, el contacto con profesores y ciertos libros le hizo adoptar una mentalidad atea y de ideología marxista.

"Mis profesores en gran parte eran agnósticos o incluso ateos y el tema de Dios no salía y si salía era para burlarse", recuerda. “Uno de los profesores me dio un libro sobre unos jóvenes hippies que iban al norte de España, a dar una vuelta durante un año, a lo loco. Allí metían de todo: sexo, drogas, alcohol… Y como yo siempre fui aventurero, ese mundo me atrajo mucho. Más tarde, los profesores nos hacían leer libros de carácter marxista. Eran sobre todo libros de historia, que nos explicaban la historia a su manera, desde una visión muy particular y con un espíritu revolucionario. Así empecé a rechazar ideas tradicionales de la sociedad". 

Individualismo y rechazo a lo organizado
En esa época, Reinhard se define como “la expresión radical del individualismo. Teníamos amigos, nuestros grupos… Pero los movimientos organizados era precisamente lo que rechazábamos y lo que yo personalmente rechacé. Me dejé crecer el pelo como expresión de ese rechazo, (…) también me puse pendiente. Tatuajes no, porque no sabía por cual decidirme. La ropa y la música fue, después de la literatura, lo que más me cambió el alma. Después consumí realidades alternativas: música indígena de diferentes países… Una mezcla entre deseo y búsqueda de la verdad. Esto era muy presente en mi vida”.


 Reinhard en su época de joven vagabundo espiritual por España 

Un ambiente que valora el dinero, no la persona
“Hay un momento muy importante, y es cuando me cansé de estar en el trabajo. Y esto no porque no me gustara el trabajo, sino porque estaba en un ambiente de mucho dinero, donde la persona no tenía ningún valor. Eso yo no logré integrarlo con la formación que yo había recibido de joven. Descubrí que gran parte del mundo era un engaño, y que nos dedicábamos a engañar, a mentir para ganar dinero. Mi jefe tenía dos hijos pequeños y decía que prefería trabajar siete días a la semana que pasear un día en el parque con ellos".

Con los sin techo: ¡se necesita amor, no cosas! 
De regreso en Austria, empezó el servicio civil que podían cursar los que rechazaban el servicio militar. Entró en contacto con un ambiente muy distinto del que acaba de dejar atrás: “Estuve en una casa de acogida de una organización que se dedicaba a recuperar a gente de la calle: personas que acababan de salir de la cárcel, metidos en el alcohol, en el mundo de las drogas… Y yo me reía porque decía: Antes los produje y ahora los saco de su miseria...”

Fue un tiempo de descubrimientos importantes: “En ese tiempo descubrí varias cosas. En primer lugar, descubrí que yo podía estar del otro lado de la mesa. Lo único que nos diferenciaba es que yo tenía las llaves y ellos no. Y también descubrí que lo que más les importaba era encontrar a alguien que les amara. Podíamos darles de comer, un lugar donde dormir, lavarles la ropa… pero eso no era lo más importante, sino el deseo de encontrar a alguien que los amara y que los apreciara como personas humanas que eran…"
 
"Y  entendí perfectamente que yo no era capaz de amarles, porque yo no había aprendido a amar. Había aprendido lo que el mundo te presenta como amor y que no tiene nada que ver. Después descubrí también que tenía que cambiar algo. Había llegado a un punto donde ya no estaba seguro de si había un Dios, de si existía o no. Es decir, fue una época de verdadero ateísmo, lleno de dudas. Una vez lancé un grito al universo diciendo: «Si estás ahí. Si existes, demuéstramelo». Y encontré algo de paz”.

Enfermo, sus padres le acogieron
El trabajo en este ambiente era muy duro, física y sobre todo emocionalmente. Reinhard cayó enfermo y volvió a casa como el hijo pródigo. Era cerca de la Navidad y sus padres le acogieron con todo el cariño del mundo. “Yo no lo entendí, no entendía cómo me podían tratar así después de los problemas que les había dado, de las peleas continuas… Además, yo tenía ya un espíritu un poco amargado. Esto era otra realidad que no me gustó para nada. Mi madre me decía que cuando yo me despertaba de niño, lo primero que hacía era sonreír. Pero en esa época (de vuelta a casa) yo no podía sonreír. Eso me dolía mucho y me dije que eso no podía ser, que yo quería volver a ser feliz como antes lo había sido”.

Juan Pablo II, bendiciendo desde la radio
“En este tiempo en casa tuve una experiencia de Dios muy fuerte. El día de Navidad, que el Papa suele dar la Bendición Urbe et Orbe, mi madre entró en la habitación y me dijo que iba a hablar el Papa, que por qué no le escuchaba. Me cambió el programa de radio y yo le dije que no me interesaba. Ella sonrió y salió de la habitación. Yo volví a cambiar de programa, pero resultó que en este programa de radio también transmitían al Santo Padre y dije: «Si estos transmiten al Santo Padre, entonces todos lo hacen. No queda más que esperar».

Era el Papa San Juan Pablo II. Y  él en ese momento no dice nada, sólo felicita la Navidad en cada idioma. Pero cuando él habló algo pasó en mí. Yo me decía: «¿Quién es este hombre que tiene tanta influencia sobre mí, que me revoluciona interiormente?»

"En ese momento, Dios empieza a actuar, pasa toda una película por mi cabeza. En un instante yo veo y reconozco todos mis pecados. Reconozco que Dios existe. Por primera vez, tengo una certeza absoluta, y que es Jesucristo. Y que yo todo lo que había hecho era buscar amor, pero muy equivocadamente. Y que era Jesucristo ese amor que yo buscaba". 

"En ese instante sentí una libertad absoluta. Porque claro, tenía que decidir, o seguir este amor o seguir mi propio camino. Y sabía que si quería seguir ese amor tenía que cambiar radicalmente de vida. Y lo más difícil era cambiar el pensamiento, pues yo ya tenía mi propia filosofía de vida. Pero a la vez sabía que mi camino no me iba llevar a ningún lado, solamente a la autodestrucción. Y sentía una felicidad tremenda, que sabía que no podía venir de nada sino solo de Dios”.

Volver a aprender a orar
Al principio los cambios se produjeron muy lentamente. Había recuperado le fe pero Reinhard todavía creía en un Dios “perfectamente compatible con la Nueva Era, un Dios que yo todavía me hago a mi gusto”. Tuvo que aprender de nuevo el Padre nuestro y el Ave María. Su madre fue un apoyo muy grande en esos momentos: “Gracias a mi madre fui introduciéndome también otra vez en el Santo Rosario, asistiendo alguna vez a Misa, lo que no me gustaba para nada porque no aguantaba las homilías porque hablaban del infierno, del pecado, y no sé que más cosas”.


 Reinhard, ya sacerdote, cuenta su testimonio en el programa Cambio de Agujas de HM Televisión 

Descartó volver a trabajar en hostelería. Un nuevo proyecto se abrió en el horizonte de su vida.

“Había conocido a un jesuita de México que llevaba varias casas de niños abandonados que recogía de los basureros de la ciudad. Me puse en contacto con él y me dijo que sí, que podía ir a trabajar allá con ellos, pero que tenía que comprometerme por dos años y que tenía que saber un mínimo de español para poder hablar con los niños”.

Su madre tuvo en este tiempo otra intervención providencial. Lo empujó a hacer unos ejercicios espirituales con la Comunidad de San Juan, recién llegada a Austria.

Era Semana Santa y el Viernes Santo terminó metido en el confesionario. Llevaba muchos años sin confesar y le costaba dar el paso: “Pero para no hacer el feo, me metí en el confesionario. Sentía también cómo el Señor me empujaba fuertemente. Siempre,  cuando tenía que dar un paso de estos, experimentaba una gran alegría. Y cuando sentía esa alegría me lanzaba a por ello”.

“Me confesé como pude. Gracias a Dios, el sacerdote me ayudó. Salí casi volando del confesionario. Era como si me hubiesen quitado toneladas de peso de encima. Ahí ya supe que no podía seguir el camino así, tenía que cambiar, me tenía que decidir por Dios y tenía que empezar a una vida realmente  cristiana. Y que tenía que salir de Austria para dejar esos lugares donde yo podía caer fácilmente en el pecado”.

Un providencial viaje a España 
“Como el padre jesuita no podía ayudar con el visado, decidí venir a España con un amigo camionero que venía muy a menudo, para aprender castellano”. Ese viaje a España fue trascendental para Reinhard. Tenía recursos económicos, pero quiso viajar de la mano de la providencia, casi como si fuera un vagabundo.

“En ese viaje es donde tuve la tercera experiencia de Dios muy fuerte, que fue la de la providencia. Experimentaba que Dios me acompañaba continuamente. Es que era sentir radicalmente que Alguien caminaba a mi lado. A parte de tantos regalitos cuando me perdía, cuando tenía hambre, porque yo caminaba durante días con la mochila, incluso en la montaña… En ese viaje entendí que lo que más me importaba era volver a casa un día para pedir perdón a mis padres por el mal que había hecho. Y también entendí que tenía que avanzar más". 

El camino y la llamada al sacerdocio
La única dirección que tenía en España era la de la Comunidad de los Siervos de los Pobres del Tercer Mundo. Pero cuando llegó allí, se encontró con que estaba solo el superior de la casa y que en media hora se iba de campamento. El resto de los hermanos estaban en Perú de misiones. Siguió vagando por España hasta que, en Cuenca, un sacerdote le dio un nombre:“Priego”. Era un pueblo de la diócesis en el que Reinhard entendió que había un monasterio donde le podían acoger. 

Imaginó una comunidad de monjes ancianos encantados de que les ayudara en sus labores. Lo que él quería era un lugar donde poder pasar unos meses para aprender español, rezar, y trabajar por la cama y la comida, antes de dar el salto a México: “Cuando días más tarde llegué a ese lugar, fui a Misa. Era domingo. Terminó la Misa y al ver que no había frailes ancianos sino monjitas jóvenes, se me cayó todo”. 

El párroco era un hombre acogedor de corazón grande. El aspecto de Reinhard era el de un vagabundo en toda regla pero el sacerdote le dio habitación por una semana

“Durante esa semana fui conociendo a las hermanas, a las Siervas del Hogar de la Madre. Ellas me veían ir todos los días a Misa, y me preguntaron que qué es lo que hacía. Yo se lo expliqué y le pidieron al párroco que me dejase quedarme más tiempo. Consiguieron que me dejase un mes, y yo pensé que aquello ya era una maravilla”.


 Reinhard en su etapa de exploración y discernimiento en el Hogar de la Madre

Con el Hogar de la Madre
Días después, el 16 de julio, las hermanas tenían una celebración de entrada al noviciado en esa misma iglesia donde las había conocido. “Antes de Misa, estaba rezando y alguien, un sacerdote, me tocó en el hombro y me empezó a hablar en español. Claro, yo no entendía nada todavía. Entonces me preguntó si hablaba francés y le dije que sí. Me preguntó en francés si yo era el joven que quería ser sacerdote. Ya te puedes imaginar, se me descuadraba todo, y le dije: No, no”.

El sacerdote se sonrió y le invitó a la celebración que tendrían después de la misa. Reinhard recuerda con gracia: “Como había comida por medio, ahí me enganchó”. En la cena, descubrió que ese sacerdote sonriente era el P. Rafael Alonso, fundador del Hogar de la Madre. 

“Le expliqué la realidad que yo buscaba y, después de un momento de silencio, me ofreció irme con ellos al día siguiente a Cantabria, si yo quería, a trabajar y aprender castellano. Si en diez días veía que no era lo mío, podía marcharme y buscar otra cosa. Yo dije: Eso es lo mío. A la vez me parecía una locura, porque no conocía a nadie, pero dije que sí. Sentía una felicidad muy grande”. 

Su proyecto era estar con esa comunidad recién descubierta del Hogar de la Madre el tiempo suficiente para defenderse con el español y después partir para México: “Esa era mi idea, nada más que mi idea. Pero después el Señor cambió las cosas”.

Santa Teresita y la conexión carmelita
Una serie de experiencias y acontecimientos providenciales fueron descubriendo el plan de Dios sobre él. Reinhard lo cuenta con detalle en su entrevista. El momento culminante fue una carta de su madre. Él la había escrito explicándola que estaba con una comunidad llamada “Hogar de la Madre” que tenía espiritualidad carmelitana. Reinhard terminaba la carta diciendo “No sé por qué estoy aquí, pero sigo aquí. Estoy bien aquí”.

La respuesta de su madre fue inmediata: “Mi madre tuvo la cara de responder enseguida diciéndome que ella sí sabía porque yo estaba ahí. Después me explicó dos cosas que yo no sabía para nada. Me dijo que desde que yo había salido de casa, rezaba todos los días a Santa Teresita del Niño Jesús, y ella es carmelita. Ella continuó diciendo: Tú dices que ellos tiene espiritualidad carmelitana y se llaman Hogar de la Madre. Yo, cuando te bautizamos, después del bautismo te consagré a la Virgen y le dije: «Este es tuyo, ocúpate Tú de él.» Y claro, esto para mí era muy fuerte, porque como yo había hecho esa experiencia de la providencia de Dios, esto me hablaba muchísimo, no era una casualidad el que yo estuviera allí”.

El 8 de diciembre estaba en plenos ejercicios espirituales. En la oración, hizo un trato con Santa Teresita: “Si aparecen rosas me quedo”. Y el 8 de diciembre aparecieron tres rosas rojas delante de la Virgen. Reinhard todavía se resistía pero sentía de nuevo esa alegría interior que él sabía que era signo de Dios.

“Yo todavía, muy burro, le dije que para que yo entendiera bien me tenía que hablar claramente, inconfundiblemente. Un día se me acercó el Padre Félix, superior de los Siervos del Hogar de la Madre, y me preguntó qué me parecía si para Navidad ofrecía mi barba al Niño Jesús, y el 1 de enero entraba como candidato en la Comunidad. Y le dije que sí”.

Han pasado dieciséis años ya desde que el hoy Padre Reinhard saliera de Austria. “Como sacerdote, uno descubre cada vez más su pobreza. Y es importante, porque nuestro orgullo y nuestra soberbia son muy grandes”.