Bruno Correa de Almeida y César Gomes Agostinho Junior son dos seminaristas brasileños que durante los últimos años se han formado en el Seminario Internacional de Bidasoa en Pamplona, donde jóvenes aspirantes al sacerdocio procedentes de varios continentes reciben esta formación gracias a las becas de CARF (Centro Académico Romano Fundación). Una vez acabados sus estudios de Teología en España, los dos brasileños regresan a su país con los estuches de vasos sagrados que también les ha regalado dicha fundación.

Tanto Bruno como César han llegado al seminario por caminos y con historias diferentes, pero ambos coinciden en lo esencial: los dos se enamoraron de Jesucristo. Bruno tiene 25 años y confirmó su llamada al sacerdocio durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Aunque sus padres no eran practicantes recibió una educación católica e iba a la iglesia gracias a sus abuelas.

Con tan sólo 13 años se fue a un internado estatal y fue allí donde tuvo su primera experiencia real de Dios en su vida descubriendo la vida de oración gracias a la Renovación Carismática. “Descubrí mi vocación cuando me puse en contacto con el Señor, en la intimidad con Él. Fue en la universidad. Por las mañanas iba a misa diaria y tomé en serio la dirección espiritual y confesión. Un día el obispo me preguntó si quería ser sacerdote y me propuso vivir un año con él. Lo acepté. El segundo año me trasladé al seminario de Río de Janeiro para estudiar la filosofía y en 2017 comencé la teología en Bidasoa, que acabo de terminar”, relata Bruno.

Por su parte, César tiene 28 años y siempre quiso ser futbolista. Sin embargo, Dios le llamó no para meter goles sino para salvar almas. “Mi familia es sencilla, pero nos ha enseñado el mayor valor que unos padres pueden dar: el amor. Mi padre y mi madre son un ejemplo, no tengo duda de la santidad de mi padre”, explica.

César (izquierda) y Bruno (derecha), seminaristas brasileño que han estudiado en el Seminario Internacional de Bidasoa (Pamplona)

Nunca se había planteado la vocación sacerdotal ya que su sueño era ser jugador de futbol al que estaba entregado en cuerpo y alma. Pero unos amigos le invitaron a hacer un retiro durante 3 días y eso le cambió muchísimo. “Comencé a hacer oración y frecuentar los sacramentos. La alegría que antes tenía en la cancha la descubrí ahora con los sacramentos y ayudando a los demás en la Iglesia. Mi párroco me preguntó si me había planteado la vocación sacerdotal y le dije que no, pero esta pregunta se me quedó en el corazón. Poco tiempo después le dije que sí y me invitó a hacer una jornada de discernimiento. La alegría que tenía cuando estaba jugando con mi equipo, la pasé a tener en la Iglesia y la entrega a Dios”, señala.

En una entrevista con CARF estos dos jóvenes seminaristas brasileños han querido abordar algunas cuestiones:

-¿Qué significó para vosotros la JMJ de Brasil?

-Cesar: “Lo más importante es que fue un encuentro que suscitó muchas vocaciones. Aquí en Pamplona tuve la oportunidad de conocer un monasterio de Carmelitas Descalzas. Hablando con estas monjas les pregunté sobre su vocación y me dijeron que todas eran fruto de la JMJ en Brasil. Ingresaron en un monasterio en Brasil y ahora están en Pamplona. Como anécdota, puedo contar algo que me dejó huella: el Papa Francisco pasó por el Seminario donde yo estaba y todos los seminaristas nos pusimos de rodillas para recibir su bendición cuando pasó por la calle. Alguien nos preguntó por qué hacíamos eso. Y le respondimos: Hay diversas formas de querer a una persona, nosotros queremos al Papa porque es para nosotros Cristo. Es Cristo que pasa y nos bendice en la persona del Papa”.

-Como en algunos otros países, el catolicismo desciende en Brasil, dando paso a sectas y al protestantismo. ¿Qué puede hacer la Iglesia católica y los católicos al respecto? 

-En los años 70 la Iglesia en Brasil estuvo muy relacionada con cuestiones políticas y de asistencia social, lo que conllevó un desfalque en la formación de la fe católica. Al pasar de los años, los cristianos que ya no dependían de la ayuda social de la Iglesia –remplazada por los proyectos sociales del gobierno– ya no la reconocen como una referencia de educación religiosa. Paralelamente, se ve el avance del protestantismo que tira por la educación religiosa marcada por una moral exigente y sola scriptura.

César, con su familia en Brasil

En el seno de la Iglesia, en la misma época nace la Renovación Carismática Católica (RCC), y en Brasil gana gran visibilidad al final de los años 90 y 2000 por medio de la comunidad y TV Canção Nova. Son expresión de un catolicismo –“de toda la vida”– de oración y acción y que presta un gran servicio en la formación espiritual de los católicos por los medios de comunicación.

La Renovación Carismática siempre ha estado bajo el pastoreo de la Iglesia hasta el punto de la fundación por parte del Papa Francisco del CHARIS. Con la RCC, muchos otros movimientos en la Iglesia como “Encontro de Casais com Cristo”, Apostolado de la Oración son fundamentales para la evangelización ad intra de la Iglesia. Son las personas de poca vivencia católica las que se cambian de confesión. Por eso, es muy necesario una buena formación católica.

La preocupación de los obispos en Brasil no se vuelca tanto en el crecimiento del protestantismo, sino más bien en el creciente número de ateos prácticos y la indiferencia a la religión. Los protestantes comparten con nosotros la misma fe (incluso nos unimos en la defensa del bien de la vida frente a proyectos de ley contrarios a la fe cristiana) aunque les falte la plenitud sacramental. Pero en cambio, los ateos son impermeables y a veces intolerantes a la presencia religiosa.

-¿Cuáles son las necesidades de la Iglesia Católica en Brasil, cómo ha afectado el tema de los abusos?

-Sobre las necesidades en la Iglesia señalamos lo que viene pidiendo el Papa: es necesario que en cada diócesis haya personas especializadas en ese asunto, que se dediquen a acoger y escuchar a las víctimas de abuso practicado por clérigos.

Una de las claves de la prevención de menores es apostar por las familias, promover y ayudarlas en la educación integral de los hijos. Las víctimas potenciales provienen casi siempre de una realidad familiar fragilizada. La familia es donde se aprende a ver al otro como don. Una señal de esa preocupación por parte de la Iglesia es el Año de la Familia que hemos empezado el 19 de marzo.

-El sínodo de la Amazonía interpela especialmente a todas esas zonas de Brasil donde apenas hay sacerdotes. ¿Cuáles son las necesidades de todos esos pueblos donde celebrar la eucaristía e impartir los sacramentos es difícil por la falta de sacerdotes?

-Brasil es un país muy grande con distintas realidades eclesiales. Por supuesto, la Amazonia tiene sus retos particulares en cuanto comunidad de fe, tanto es así, que mereció un sínodo convocado por el Papa.

Bruno, con su familia en Río de Janeiro

Como para todos los católicos, los sacramentos tienen importancia fundamental por ser la cumbre de la vivencia de nuestra fe, sin embargo, la fe entra por el oído (Rm 10, 17) y la predicación es un instrumento para mover a los pueblos a vivir en gracia de Dios. Por eso la Iglesia envía misioneros a formar las comunidades con la Palabra. Algunos movimientos de la Iglesia tienen ese tipo de iniciativas.

Es necesario formar las comunidades en esos lugares para que recen, mantenga una fe viva y la práctica cristiana, de nuestra parte, que recemos con ellos para que el Señor suscite vocaciones sacerdotales. Creemos –con el documento “Querida Amazonia”– que la solución no es aflojar las exigencias con los candidatos al sacerdocio, sino que la necesidad de sacerdotes será suplida cuando los católicos tengan una fe tan viva que el calor de la comunidad eclesial impulse los jóvenes a entregarse a Dios.

-Brasil es uno de los países más castigados por la pandemia. ¿Cómo está ayudando la Iglesia?

-Los números de víctimas y muertos son de calamidad pero, sobre todo, el sufrimiento de cada familia que pierde alguien por el Covid. A mi abuela, tuvimos que prohibirla ver los telediarios para que no cayera en depresión.

La mayor ayuda de la Iglesia en esa situación es “estar”. La presencia al lado de las familias que sufren la perdida, ayudar a dar un valor cristiano al sufrimiento, el sentido de la muerte, los sacramentos ministrados en la última hora a los moribundos, “llorar con los que lloran” (Rm 12, 15) y al mismo tiempo llorar la pérdida de sus clérigos (65 sacerdotes y 3 obispos). Por otra parte, la Iglesia ha tenido que reinventarse en su misión evangelizadora para mantener la fe viva en el corazón de los fieles: confesiones y misas “drive-thru”, algunas con aforo reducido, transmisiones en vivo, catequesis online y bendiciones a los hospitales por parte de sacerdotes. El riesgo es que las personas pierdan la conciencia de la importancia de la vida comunitaria y de la recepción de los sacramentos.