Natural de Burgos, España, Álvaro ha amado los títeres desde niño. Una pasión que le ha acompañado durante toda su formación como sacerdote, y sus ya cinco años de ordenación. En febrero de 2007, se lanzó a fundar con unos amigos El Papamoscas, su propia compañía de títeres, con la que quiere que los niños lo pasen bien a la vez que crezcan en valores. Su lema es "Enseñar divirtiendo”, tal y como explica a Rosa Lanoix, de la revista SúperGesto, una publicación bimestral dedicada a jóvenes y adolescentes comprometidos con la misión y los misioneros y que edita Obras Misionales Pontificias en España.

-Tengo 29 años y soy sacerdote desde hace cinco. Trabajo en la parroquia del Hermano San Rafael de Burgos, donde estoy muy contento porque hay muchos niños y jóvenes. También me encargo de temas de comunicación en la diócesis de Burgos.

-Desde que era niño. En Burgos hay una gran tradición por los títeres y de pequeño, siempre me llevaban mis padres a verlos. En casa, además, siempre he construido mis propios muñecos: yo hacía las cabezas con papel maché y mi madre me cosía los trajes. Después empecé a inventar también con la gomaespuma y la fibra de vidrio. Muchas veces, en la parroquia, cuando era un adolescente, los usábamos en el centro de tiempo libre.



-Fundamos la compañía en febrero de 2007, cuando desapareció la compañía de títeres Los Gigantillos, de la que formaba parte desde el año 2000. Burgos no se podía privar de más de cincuenta años de tradición y me lancé con unos amigos a crear El Papamoscas. Con ella queremos que los niños lo pasen bien a la vez que crezcan en valores. El lema de nuestra compañía es “enseñar divirtiendo”.

-Por supuesto. Detrás hay un equipo de actores y personal técnico que quiere darles vida. El muñeco, por sí mismo, no habla ni se mueve. Son los actores los que les dan vida y ayudan a que el personaje sea amigo del espectador. Además, el teatro de títeres crea vínculos de amistad muy grandes entre los miembros de la compañía. La vida de El Papamoscas va más allá de las actuaciones.

-Los títeres sirven para multitud de cosas. En El Papamoscas no anunciamos explícitamente el Evangelio, pero promovemos los valores propios del mismo: la paz, la solidaridad, el respeto por el medio ambiente, el saber escuchar el consejo de los mayores, la importancia del estudio y la cultura... Y fuera de El Papamoscas, también he usado los títeres en alguna que otra ocasión, pero a título personal, en campamentos, catequesis... Si me lo preguntas, sí, también pueden servir para evangelizar.



-Somos un grupo de amigos que nos hemos conocido, básicamente, en la parroquia o en el seminario. Somos todos amigos y nos consideramos todos iguales. En el teatro de títeres, si falla uno de nosotros, falla todo el espectáculo: tan importante es quien interpreta el papel del muñeco protagonista como el técnico de luces, el de sonido o el tramoyista. Somos como una cadena de montaje: si un eslabón se rompe, falla toda la producción.

-Tenemos muñecos de todas las clases, materiales y técnicas de manipulación. La mayoría de ellos los construimos nosotros en fibra de vidrio y poliéster. Primero pensamos el muñeco, después se diseña, se fabrica, se pinta y se viste. Es un proceso largo pero emocionante, en el que cada muñeco tiene algo característico que le hace irrepetible.

-Para mí, no hay personajes buenos o malos: todos son mis criaturas. Todos tienen algo especial: el malo, porque hace rabiar; y el bueno, porque es amigo de los niños y hace que el bien siempre tenga la última palabra. Pero disfruto mucho con todos ellos. Cada uno tiene su punto que le hace único. No sabría decantarme por uno en concreto.

-Ofrecemos montajes para público familiar, donde todos los miembros de la familia son protagonistas. En nuestros espectáculos, queremos que todos participen y formen parte del desarrollo y ejecución de la trama. Sin el público, El Papamoscas cojearía mucho.


-Nos movemos, sobre todo, en Burgos y Castilla y León, sobre todo porque mis obligaciones como sacerdote están por encima de las actuaciones, a las que considero como un hobby, profesional, sí, pero hobby. Siempre que nos llaman y podemos intentamos atender las solicitudes que nos hacen. Estaríamos dispuestos a ir a todos los lugares donde nos invitaran.

-Los adultos vienen acompañando a los niños y a veces creo que disfrutan más que los propios pequeños. Cada verano, durante las fiestas de Burgos, una media de 900 personas desfila delante de nuestro teatro cada día. Y actuamos ocho días con ocho montajes diferentes. A esos hay que añadir las actuaciones que hemos realizado en pueblos, colegios... Creo que en Burgos, hoy por hoy, serán pocos los niños y mayores que no conozcan a Gigantín, los conejitos Camelín y Empanada y el resto de nuestros personajes.

-Nos desvivimos para que los niños disfruten. Antes de abrir el telón, los actores rezamos una pequeña oración en la que ofrecemos a Jesús cada sonrisa que arranquemos a los niños. Nos encanta hacer felices a los niños, aunque sea por unos momentos.

-Los niños son un público muy exigente, pero a la vez muy agradecido. Creo que, en general, gusta nuestro trabajo. Pero también creo que, a grandes líneas, la gente no intuye la cantidad de esfuerzo que hay detrás de una actuación de títeres: horas de ensayo, construcción de muñecos, decorados, attrezzo, montaje musical...