Daniele tiene 48 años y lleva tan solo un año como párroco en Arezzo, una localidad italiana al este de la Toscana. El cuidado pastoral de las gentes del lugar y la atención espiritual se han vuelto una nueva rutina para él. Su anterior vida estaba marcada por otras características. La paz que tiene hoy en este lugar la ha cambiado por viajes a territorios de conflicto y contextos de guerra. Sin embargo, para sus alrededor de 750 fieles es solo “Don Daniele”, explica el periodista de la cadena COPE, Pablo Valentín-Gamazo.

Este sacerdote, antes de serlo, “buscaba el cielo”, pero de otra manera. Llevaba otro uniforme y, en lugar de una parroquia, se encontraba al mando de un helicóptero. Su pasado no le persigue, confiesa, pero sí que es consciente de él. Tanto es así, que recuerda que “a principios de noviembre pasado se cumplieron diez años de mi último vuelo”. Entre los cielos que ha surcado se encuentran los de Albania, Kosovo, Siria o Irak.

El hoy cura entró en el ejército de Italia con 19 años y con una gran proyección. “Primero estuve en la artillería de Udine, el regimiento más operativo de Italia, el único autorizado para disparar bombas nucleares. Luego, fui a la escuela de oficiales no comisionados en Viterbo”, recuerda. Con la graduación de teniente y las pruebas de vuelo hechas, comenzó a preguntarse por Dios. “Mientras estuve allí, me di cuenta de que lo que la Iglesia decía era verdad. Comencé a pensar que si Dios era realmente Dios, valía la pena darle todo”, asegura.

Primer intento

Como respuesta a eso que comenzaba a pensar y sentir, empezó a asistir al seminario de Arezzo. En ese momento, a sus 23 años, hubiera ingresado... de no ser por una llamada. Incluso, ya había dejado a su novia, pero sonó el teléfono. Así lo recuerda Daniele: “Todavía dormía, cuando mi padre vino y dijo: 'Dani, Dani, están los carabineros en el teléfono'. 'Teniente Leoni', me dicen al otro lado, “ha sacado las pruebas de helicóptero”.

Nada más colgar el teléfono, lo volvió a descolgar para llamar al seminario. Habló con el rector del seminario y le dijo: “Don Gianca”, gracias por la oportunidad, pero voy a ser piloto de helicóptero, adiós”, y terminó la llamada.

“Y fui a hacer el mejor trabajo del mundo. Fui a hacer grandes cosas por mi país, que no se trata solo del extranjero. Cuando ayudas a la gente, ya sea a rescatar a una persona lesionada, alejarlo de una zona de combate, recuperar a los desaparecidos e ir al rescate en la montaña, o cuando participas en la lucha contra el fuego, siempre es un servicio”, rememora Don Daniele.

Una vida de piloto militar: coraje, valentía... y preguntas

Cada servicio era, literalmente, jugarse la vida. Como el caso de su amiga Simone Cola. En Irak hablaba con ella un día, y era asesinada al siguiente. Como esa, Daniele tiene muchas anécdotas, también buenas: “Compartí grandes cosas con mis amigos”.

Cada vez que se montaba en el helicóptero, sentía coraje y miedo. Se hacía las grandes preguntas. Todavía se acuerda de esas sensaciones. “Si sabes que mañana a las 5 hay una misión en la que te disparan y tienes que disparar, el coraje no te viene en ese momento, sino antes. De hecho, es ahí es donde el miedo se manifiesta y te preguntas: 'Si muero, ¿le he dicho a los seres queridos que los amo? ¿Hice algo para mejorar este mundo?'“, afirma. “Se necesita coraje cuando tienes que montarte en el helicóptero y decir: 'Muy bien, vamos'. Miras a los muchachos que suben a bordo, sabes que sus vidas están en tus manos, empiezas y haces lo que tienes que hacer”.

Con Jesús en el ejército

No obstante, lo que había “dejado a medias” en Italia, esa posible vocación de sacerdote que sentía fue a buscarle a la guerra. Lo hizo en la figura de un sacerdote que fue a visitarlos a Irak. El significado de esa venida de un cura era más de lo que se imaginaba. “En 2004 estábamos en Tallil, Irak, a unas pocas millas al sur de Nassiriya. No había ni siquiera una pequeña capilla en muchos kilómetros. Cuando llegó monseñor Angelo Bagnasco le llevé desde Kuwait hasta nuestra misión en helicóptero. Celebramos la Misa de Navidad en la tienda de alimentos, con olor a salmuera”.

A partir de entonces, comenzó a hacer oración con más asiduidad con un compañero. “La oración me dio mucha paz y, a veces, se me unía un cabo”, dice Don Daniele. “Íbamos a un lugar donde nadie nos molestaba y rezábamos”. Todo parecía ser normal, hasta que recibió la llamada de su coronel. Daniele y su compañero eran sospechosos de mantener relaciones íntimas. Daniele tuvo que aclarar la situación... y el coronel rectificó: “Quizás ustedes son los únicos que hacen lo correcto aquí”. Semanas después, los estadounidenses construyeron una capilla, y los compañeros del comandante de la misión, les regalaron una campana.

Daniele, cuando decidió dejar el ejercito e ingresar en el seminario

Sirvió a su país, ahora a todos los hombres

Daniele tenía una vida trepidante, pero todavía guardaba ese pensamiento sobre Dios. “Mi vida era hermosa, pero los momentos de verdadera paz los experimenté solo cuando estaba con el Señor. Entonces me rendí y entré de nuevo en el seminario”. Esta vez, lo consiguió y “ahora aquí estoy”. Se sigue considerando un servidor, pero con una responsabilidad aún mayor.

Primero ofrecí servicio a una nación, ahora a todos los hombres. Ya no es una ayuda relegada a esta vida, sino que apunta a la vida eterna, donde Cristo es la fuente de toda fortaleza. Nuestro combate ahora no es contra los poderes de la tierra, sino contra los poderes del mal. Satanás está más activo que nunca y continúa su estrategia actuando contra la fe y contra la familia”, asegura el sacerdote.

Los hay que podrían escandalizarse por su pasado militar... y por su presente como sacerdote. Para explicarles ese gran cambio, Daniele recurre al Evangelio. “El ejemplo de la mayor fe que el Señor encuentra en todo Israel es el de un centurión romano. Otro soldado, el que hiere a Jesús en el pecho como señal de respeto. Él, un experto en la muerte, reconoce en la muerte de Jesús su dignidad y realeza. Cristo en los ojos del centurión murió como un héroe”.