El padre Germán Arconada, natural de Carrión de los Condes (Palencia) tiene 76 años y acaba de cumplir 50 años en África. Allí ha hecho de todo: escuelas, saneamientos, puentes, pozos... Pero tiene clara una cosa: "lo más importante es convencer a la gente de que Dios les ama". 

Porque en África todos creen que Dios existe, pero muchos no se atreven a tratarse con Él.


"Allí muchos ven a Dios, al que llaman Imana, como alguien lejano. Hay una ceremonia pagana, al entrar en la edad adulta, que consiste en hacerse amigo de Kiranga, una especie de demiurgo que se acerca a Dios y le engaña para conseguir cosas materiales para ti. Tratan con Kiranga, pactan con él, en vez de amar a Dios. Y nosotros queremos predicar que Dios les ama, que está cerca, que con Jesús, Dios está cerca".

Ese es el gran desafío africano: predicar que a Dios no hay que tenerle miedo ni hay que negociar con otros entes más o menos chantajistas. Predicar que Dios te ama.

En la cultura pagana tradicional de Burundi se mantienen refranes que consideran verdades evidentes. "El hombre de verdad es el que come lo suyo y lo de los demás", dicen, o bien: "El que no miente no puede alimentar a sus hijos". Hace falta que la religión sea más fuerte que la cultura para asumir la visión cristiana de honradez o esfuerzo. Claro que España, después de 2.000 años de exigente ética cristiana, no puede dar demasiadas lecciones y sigue siendo el país de los "genios del trinque", como dice una divertida novela reciente.




El padre Germán era un joven seminarista diocesano en Palencia cuando conoció a un Misionero de África, un Padre Blanco. "Los Padres Blancos me gustaron porque iban en comunidad, en grupos de dos o tres, y yo no quería ser un cura solo. Además, siempre me atrajo la misión, aunque entonces tenía una visión de yo-voy-y-les-enseño, de ir a hacer cosas".

Como tantos otros antes que él, una vez en África entendió que es Dios quien enseña al misionero a través de los africanos.


Durante 30 años, el padre Germán Arconada hizo mil cosas, mil proyectos en África. "Me daban una condecoración de la embajada francesa -un papel que, total, no sirve para nada- pero se me subía a la cabeza", recuerda. Además, África es "agradecida" para el misionero. "El africano es alegre, los niños vienen y bailan después de la comunión con muchas ganas", explica. Daba la sensación de que "hacías mucho".

Y entonces, teniendo 57 años, en plena madurez, retirado en Jerusalén en unos ejercicios ignacianos, practicando la "revisión de vida", entendió que aquello no era nada, que era vanidad. Lo reconoció en una confesión, "con lágrimas de gozo", señala.

"Me asombraba la paciencia de Dios conmigo, lo mucho que Él me quería, que me perdonaba... así que ahora entiendo que aunque prediquemos el perdón, uno no consigue perdonar de verdad si antes no ha expriemntado que Dios le perdonaba a él".




Eso sucedía en febrero; en octubre volvía a Burundi... y estallaba la guerra. Él estaba "en una zona donde habían masacrado a 700 tutsis, a 22 niños de la parroquia, etc... y el río traía cadáveres flotando, decapitados, uno tras otro. Y yo pensé: hemos hecho puentes, escuelas, pozos, pero no hemos cambiado los corazones mediante el amor de Dios. Sigo haciendo proyectos, muchos, pero ahora para mí lo más importante es la predicación del amor de Dios".

Y así lo hace, desde el púlpito y desde una hoja dominical que escribe y reparte por todo el país desde hace 16 años, llamada "En las fuentes de la vida".


Desde hace varios años trabaja en Tenga, una zona que tenía ya guerrilleros extremistas y violentos años antes de estallar la guerra; cuando se desencadenó, fue una de las zonas más violentas y dañadas.

"En nuestras parroquias hay niños que fueron testigos del asesinato de sus padres", señala. Aprender a perdonar es, más que un reto, una vivencia de Dios. Él mismo estuvo a punto de morir en varias ocasiones durante la guerra, como tantos misioneros y religiosos.

"El Papa Francisco a veces habla de que los chismorreos pueden matar, y a mí había gente que me quería matar por chismorreos, porque alguien había dicho que yo era pro-hutu, o anti-militar. Ni siquiera me querían matar por odio a la fe, como a mi tío, que es un mártir beatificado de la Guerra Civil Española, sino que pensaban que matarme era algo patriótico. Por otra parte, hubo tutsis que me protegieron. Como con los mártires de España, no hay que juzgar por bandos, sino ir persona por persona y ver cómo Dios obró en los que actuaban con amor, en los que morían perdonando".



Hoy, tras medio siglo en África, le llena de alegría ver que los Padres Blancos se están haciendo "muy negros": de 450 novicios, el 95% son africanos. Y a los jóvenes occidentales que sienten el llamado de las misiones, les quiere transmitir una idea: "los africanos necesitan proyectos solidarios, recursos, etc... pero lo que necesitan de verdad, lo más importante, es que les prediquen que Dios nos ama a todos".

Para conocer más de los Padres Blancos - Misioneros de África:
http://misionerosafrica.com

Para ayudar a las misiones: www.domund.org