Georg Schwarz es un austriaco con algo más de 40 años que pudo haberse hundido completamente en el alcoholismo, de no ser por su fe y el apoyo de la Comunidad del Cenáculo, que trabaja con jóvenes esclavizados en adicciones. Hoy Georg se prepara para consagrarse en esta comunidad y para ayudar a otras personas. 

Él lo tiene claro: es posible cambiar uno, y cambiar el mundo, pero ha de ser desde la oración y ante la presencia de Cristo. Él cuenta así su historia:

»Me llamo Georg, tengo cuarenta y un años y vivo en la fraternidad del Cenáculo en Austria. Fui criado en una familia numerosa, de simples campesinos donde había mucha vida: todos participábamos en la casa con el trabajo y la oración. Todos los domingos íbamos a Misa y aunque no teníamos dinero, a menudo el ejemplo de mis padres me enseñó la bondad y la caridad a través de gestos concretos.
 
Sin embargo, la familia tenía un enemigo insidioso que la minaba por dentro: el alcoholismo.

»Me di cuenta de que mi papá y mis hermanos mayores al no poder superar los problemas, bebían mucho, lo que generó desarmonía, rabia, juicios: cada uno se encerró en su mundo.Mi mamá era la única que creía que pasaría la cruz y no cesaba de encomendarse al Señor y a la Virgen, rezando y entregándose de corazón todos los días. Si bien el Señor la llamó pronto al cielo, permanece en mi corazón. Le agradezco al Señor haber tenido una madre “santa”.

»Durante mucho tiempo estuve ciego, perdido en el alcohol y en la vida equivocada. Buscaba "algo", pero encontraba sólo tristeza y desilusión. En cierto momento dejé todo lo que me había enseñado mi familia y la vida cristiana, estaba “preso del mundo”; me avergonzaba de los verdaderos valores, juzgaba a todos y escapaba de la voz de mi conciencia. Me transformé en un hombre sin objetivos, solo y triste con mis heridas, golpeado por el mal, incapaz de amarme a mi mismo, a Dios ni a los demás.

»Sin embargo, siempre permaneció en mi corazón una nostalgia, un deseo de algo bello, de un mundo distinto, más bueno. Hoy sé que era la voz de Dios.

»Creo que no me perdí totalmente por haber recibido la fe, por haber sido bautizado y educado en una familia creyente. Era mi protección, el mal podía entrar, pero tenía una defensa.


 
En la Comunidad del Cenáculo le ayudaron a cambiar, a dejar el alcohol y asumir otra visión.

»Esa dificultad me fascinó. Veía una realidad limpia y entonces tenía sentido la lucha.La Comunidad supo guiarme hasta ahora con mucha paciencia, amistad y amor y enseñarme las cosas esenciales de la vida: las estoy aprendiendo de rodillas frente a la Eucaristía y gracias al testimonio de los jóvenes.
 
Hoy es él el que quiere apoyar a la Comunidad del Cenáculo y ayudar a otros jóvenes con adicciones.

»Siento que la Comunidad tiene confianza en mí por las responsabilidades que me encomienda. Esto me hace sentir un hombre nuevo y valioso; es como un bálsamo sobre mis heridas ya que por muchos años creía que era un inútil, me sentía fracasado. Ahora sé que si quiero cambiar algo en este mundo, a veces tan turbio, primero tengo que cambiar yo mismo en el encuentro con Jesús Sacramentado. También siento la importancia de estar en comunión con la Iglesia en la oración.

»Después de años de camino sentí que el Señor me impulsaba a entregar toda mi vida en servicio, y fui madurando cada vez más el deseo de responderle con un paso decisivo que le dio estabilidad y alegría a mi vida interior.
 
»Dios me eligió para vivir una vida activa, colorida y llena de alegrías y regalos. Rezo para que con mi vida donada por completo, también yo pueda llevar un poco de luz al mundo y alcanzar a cumplir la Voluntad de Dios en mí.